miércoles, 24 de octubre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie segunda: 3. La segunda casaca, de Benito Pérez Galdós


Edición: Libro electrónico
Páginas: 150

Esta novela, la tercera de la Segunda Serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Fernando VII,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1875


LA SEGUNDA CASACA continúa las memorias del inefable Pipaón que articulan el episodio anterior, trazando con idéntico humor la trayectoria que llevó a tantos del más rabioso absolutismo a la militancia liberal y que desembocó en el éxito del levantamiento de Riego. Junto con los personajes de Salvador Monsalud, Genara y Carlos Navarro, se retoma a su vez la peripecia novelesca que dio comienzo en «El equipaje del rey José», primer episodio de esta Segunda serie.


Comienza así:

¡Qué infames eran los liberales de mi tiempo! En vez de conformarse a vivir pacífica y dulcemente gobernados por el paternal absolutismo que habíamos establecido, no cesaban en sus maquinaciones y viles proyectos, para derrocar las sabias leyes con que diariamente se atendía al sosiego del Reino y a hundir a todos los hombres eminentes que describí en la primera parte de mis Memorias.

LEIDO por.... Andrés:

Continuan las memorias de Pipaón, dando entrada a las revueltas liberales. Reaparacen Monsalud, Navarro y Jenara.

Como ya comentamos, Galdós cambia en esta segunda serie de un solo protagonista, que en primera persona nos relata la historia, a varios protagonistas. Alterna el relato en primera persona con el narrador omnisciente, pero sin cambiarlo dentro de cada volumen. Sin embargo en este libro, que continúa las memorias de Pipaón, al final se ve obligado a cambiar de narrador, para poder completar la historia de manera adecuada.

Como ya nos tiene acostumbrados Galdós, asistimos al correr de la historia de España, ensamblada de manera magistral al devenir de los protagonistas de la ficción. Desde las revueltas liberales al «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional».
 
El teniente coronel Rafael de Riego

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
perillán
como un recluta al cual de golpe y porrazo se le pusiera en la mano el bastón de general
están que se les puede ahorcar con un cabello.


Mi cachico:

Yo fui de los más veloces en invadir las Casas Consistoriales, en ocupar las oficinas, en apoderarme de una resma de papel de oficio, en expedir órdenes menudas a los subalternos. Así es que cuando Miraflores llegó, ya estaba yo allí dictando leyes, como un déspota, expidiendo órdenes y preparándolo todo para el gran acto que se iba a realizar.

De buena gana me hubiera nombrado alcalde a mí mismo; pero yo no era del 14. Con aquella presteza febril y verdaderamente maravillosa que yo tenía para las improvisaciones oficinescas, me impuse desde el primer momento, y a los diez minutos de intrusión, ya no podía hacerse nada sin mí. Yo solo sabía dónde estaban los pliegos, yo solo sabía en qué términos debían hacerse los oficios, cómo se había de ordenar lo que entonces se llamaba la Tabla del Excelentísimo Ayuntamiento.

También salí al balcón con otros, teniendo la suerte de enjaretar unos parrafillos tan bien dichos, tan conmovedores y del caso, que me aplaudieron frenéticamente. Yo fui quien inauguró los abrazos que tanto entusiasmaron a la generosa muchedumbre. Sin más ni más abracé al que tenía a mi lado, un liberalote furioso de toda su vida; este abrazó al vecino, y entre lágrimas y patrióticos pucheros nos abrazamos todos repetidas veces. Yo gritaba: «¡Se acabaron las discordias, se acabaron los odios! ¡Ya no hay más que españoles leales y amantes de la Constitución! Todos son hermanos. ¡Viva España, que es la Nación más sabia y más gloriosa del mundo! ¡Viva la Constitución! ¡Viva el Rey!».

¿Quién puede olvidar aquellos sublimes instantes? ¡Inefable día!

El marqués de Miraflores iba pronunciando los nombres de los individuos del Ayuntamiento. El pueblo aplaudía o denegaba, gritando: bien, bien, o ése no, ése no que es servil. Concluido esto, dirigiose a Palacio el Ayuntamiento recién establecido, para recibir el juramento de Su Majestad, y por el tránsito todo fue bullicio, loca alegría, vivas roncos, embriaguez indescriptible. Poco después, Madrid entero sabía que Fernando VII había jurado la Constitución

sábado, 13 de octubre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie segunda: 2. Memorias de un cortesano de 1815, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 166
 
Esta novela, la segunda de la segunda serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Fernando VII, la publicó Benito Pérez Galdós en 1875

En uno de los episodios más humorísticos, narrado por un personaje en quien resuenan ecos de la mejor tradición picaresca ­Juan Bragas o don Juan de Pipaón, como él prefiere llamarse­, Memorias de un cortesado de 1815 nos da entrada en el estrambótico mundo de la corte de Fernando VII, dominada por groseros y avispados arribistas que hacen y deshacen, tiran y aflojan cada uno en la medida de sus posibilidades, según los peores usos de la monarquía absoluta.

Comienza así:


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, doy principio a la historia de una parte muy principal de mi vida; quiero decir que empiezo a narrar la serie de trabajos, servicios, proezas y afanes, por los cuales pasé en poco tiempo, desde el más oscuro antro de las regias covachuelas, a calentar un sillón en el Real Consejo y Cámara de Castilla.

LEIDO por.... Andrés:


En esta segunda novela se aprecia el acierto de Galdós al prescindir de un solo narrador para toda la serie, como ocurría en la primera, donde Gabriel de Araceli se vio obligado a recorrer media España para poder asistir a todos los acontecimientos históricos de relevancia. Esta libertad ya se aprecia ahora, donde su narrador se nos presenta así:
Yo soy aquel —respondo— que en los primeros años de su vida administrativa se llamaba Juan Bragas, nombre que a decir verdad no se distingue por su música, ni tiene saborcillo de elegancia, ni sonsonete o cancamurria de nobleza
personaje con las ideas muy clara respecto a su conducta, “
atento siempre al servicio del Estado y a mi propio interés, como Dios manda, vigilante y despierto en todos los momentos de la vida para que ninguna ocasión de ganancia se me escapase, y con cien ojos puestos en el panorama de los acontecimientos para sacar de ellos provecho”. Lo habíamos conocido en la primera novela por ser amigo de Salvador Monsalud y ahora, en primera persona, nos va a contar los entresijos de la corte de Fernando VII.

“Era un hombre admirablemente formado, de cuerpo estatuario y arrogante. Su edad no pasaría de los treinta y dos años, hallándose, según la apariencia, en aquella plenitud de la fuerza, del vigor y del desarrollo físico que marcan el apogeo de la vida”

Lo más deprimente de leer la novela, cínica, socarrona y despiadada, no es pensar que los tremendos hechos que nos relata Galdós  nos parezcan reales y creibles para la época, sino que nos los imaginamos, sin gran esfuerzo ahora mismo. No requiere un acto de imaginación excesivo el pensar que algo muy parecido sucede en la sede de un partido, en los alrededores del «lider» ascendido de manera fulgurante al «trono» tras ganar las elecciones. Sustitúyase Bandolera, canonjía, charretera, encomienda, por  Delegación del Gobierno, Consejero en una empresa, Asesor personal, etc y tendremos casi todo el trabajo hecho. Bien es verdad que a la par que suben los nuevos, caen los viejos. Como diría nuestro protagonista, con su sandunguero cinismo, se reparte riqueza.
 
 
“—La cojita no puede ser más mona —dijo, dando a sus ojos expresión semejante a la que en los suyos tenía alguno de los individuos del lienzo de Velázquez—. ¡Y qué cuerpo tan bien formado!… Es una preciosidad… una joyita de carne y hueso”

Una estupenda novela, para disfrutar tristemente de la realidad española. El humor de Galdós es más exquisito que nunca:
  • Carlos III, ante quien los ayos de D. Antonio se alzaron en queja, lamentando la desaplicación del niño, dijo: «si el infante no quiere estudiar, que no estudie», y el chico lo hizo al pie de la letra. Cuando fue grande se dedicó a los libros… quiero decir que era encuadernador
  • Unos días privaba este, otros aquel, según las voluntades recónditas y jamás adivinadas de un monarca que debiera haberse llamado Disimulo I
  • general que tenía la mejor mano del mundo para perder todas las batallas en que se encontraba
  • ¡Y cuidado si era sabio el príncipe! Como que la Universidad de Alcalá le hizo doctor de golpe y porrazo, dándole patente de Aristóteles.
  • el Criador del mundo debía de estar muy satisfecho por haber criado a Ugarte. Sin duda después que lo echó al mundo, vio que era bueno
  • aquella alta institución narcótico-nacional”, refiriéndose al Consejo de Estado.
  • Ya no se buscaba con candil, como en los días de Jovellanos y Campomanes, un vejete sabihondo para endilgarle la cédula de nombramiento, sin más méritos que haber escrito veinte mil informes indigestos. Godoy echó por tierra estos abusos, llevando a la Cámara a quien le dio la gana, sin distinción de talentos reales o postizos
  • si no se hubiera tenido mucho cuidado de cogerles los papeles, la justicia habría tenido que romperse los cascos para inventarlos después, lo cual es tarea larga y que da larga fatiga y quita mucho tiempo a los señores de la Comisión de Estado.
De lectura obligatoria en las sedes de los partidos y manual de cabecera de los jóvenes cachorros (a los viejos ya no hay quien los cambie).

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
ponerse de veinticinco alfileres
Al buen callar llaman Fernando.
Debajo del sayal hay al
tonto solemne de siete capas
se le antojan sus dedos huéspedes


Mi cachico:

Abran los oídos y escuchen y entiendan cómo un varón listo y honrado podía medrar y sublimarse por la sola virtud de sus merecimientos, sin sentar el pie en los tortuosos caminos de la intriga, ni halagar lisonjero las orejas de los grandes con la música de la adulación, ni poner tarifa a su conciencia o vil tasa a su honor, cual suelen hacer los menguados ambiciosillos del día, después que las sanas costumbres, la modestia, la sobriedad y la cristiana mansedumbre han huido avergonzadas del mundo, y son tan míseros de virtud los tiempos, que no se encuentra un hombre de bien aunque den por él medio millón de pícaros vividores.

¡Bendito sea Dios, padre de los menesterosos, sustento de los débiles, proveedor de los hambrientos, aposentador de los desamparados, amparo de los desnudos, alivio de todos los pobrecitos que quieren ganarse la vida, y despensero de las hormigas, de los pájaros y de los pretendientes!… ¡Bendito sea Dios, digo, que me ha conservado mis sueldos, gajes, pensiones, viáticos, emolumentos y obvenciones, para que desahogadamente y sin importunos cuidados pueda contar todos los pasos de mi fabulosa carrera! ¡Oh! ¿Por qué he de ocultarlo? Carrera como la mía no la hicieron más de cuatro, desde que brotó en la fecunda tierra el tallo de los empleos públicos y abrieron sus polvorientas corolas de papel los expedientes de Arbitrios, Propios, Tercias reales, Noveno, Pósitos, Paja y Utensilios, Frutos civiles, Mandas, Renta de la Abuela, Chapín de la Reina y demás yerbas que componían el placentero jardín de la Administración.

Verdad es que si a grandes altitudes llegué, buenos porrazos recibí en aquella bendita escala, luchando y desgreñándome a machaca-liendres con los que querían subir antes que yo; si mucho y rápidamente subí, agarreme también a buenos faldones. Y no se diga que manchan mi vida, como la de otros muy lucidos en sus carreras, acciones feas y vergonzosas. Eso no; que antes que nada es la inmaculada blancura de mi alma cristiana. Dios es testigo de que jamás metí la mano en bolsillo ajeno… ¡Jesús, qué horror! Antes me habría dejado tostar en parrillas que tomar de las arcas del Tesoro un ochavo de los que allí estaban, conforme a los libros de cuenta y razón… ¡Huye, Luzbel maldito! Vade retro!… Detesto las violentas acciones, mayormente cuando al varón allegador y celoso de su propio bien, no faltan mil ingeniosos arbitrios, sutilezas prudentes y habilísimas industrias para remediar sus escaseces. No fui yo el inventor de tales alivios; que los aprendí de maestros muy doctos, cargados de emolumentos, veneras, excelencias, y que pasaban por las más firmes columnas del Estado y de la Iglesia, de lo cual colijo que las sobredichas ingeniosidades no debían de ser pecaminosas. Y no digo más por ahora, que a su tiempo y sazón se verán palmariamente las agudezas de mi ingenio, y el filósofo así como el moralista, no podrán menos de aprobarlas.

miércoles, 10 de octubre de 2012

POR QUÉ NO SOY CRISTIANO de Bertrand Russell

Traducción: Josefina Martínez Alinani
Edición: 2010
Editorial: Diario Público
Páginas: 318

Este libro es una recopilación de varios ensayos escritos entre 1899 y 1954 por Bertrand Russell, famoso filósofo inglés considerado como una de las mentes más lúcidas del siglo pasado.

En ellos expone su posición ante el cristianismo hace un analisis crítico de sus postulados y rebate sus argumentos tradicionales.
 
Identifica el miedo como fundamento principal de la religión, cuestiona las contribuciones de la religión a la felicidad del ser humano y a la civilización y critica muy duramente los planteamientos del cristianismo en cuestiones sexuales.

Comienza así:

"Como ha dicho su presidente, el tema acerca del cual voy a hablar esta noche es «Por qué no soy cristiano». Quizá sería conveniente, antes de nada, tratar de averiguar lo que uno quiere dar a entender con la palabra «cristiano». Hoy en día la emplean a la ligera muchas personas. Hay quienes lo entienden como que una persona trate de vivir virtuosamente."

LEÍDO  por.... Andrés:

Siempre me interesó Bertrand Russell, pero no había leído ningún libro suyo. En el Mercadillo de Ozanam me apareció éste y no dude en comprarlo. Lo he disfrutado durante una sosegada lectura.

Lo primero que me ha asombrado de este libro ha sido la fecha en que fueron escritos los diferentes artículos. El ensayo que da nombre y abre el libro fue una conferencia impartida en 1927 y contiene, entre otras estas perlas:
  •  "Lo que realmente hace que la gente crea en Dios no son los argumentos intelectuales. La mayoría de la gente cree en Dios porque le han enseñado a creer desde su infancia, y ésa es la razón principal. Y me parece que la razón más poderosa e inmediata después de ésta es el deseo de seguridad"
  • "Uno halla, al considerar el mundo, que todo el progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo paso hacia un mejor trato de las razas de color, que toda mitigación de la esclavitud, que todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias organizadas del mundo. Digo deliberadamente que la religión cristiana, tal como está organizada en sus iglesias ha sido, y es aún, la principal enemiga del progreso moral del mundo."

El resto de los ensayos son de diferente interés. Algunos los he devorado y otros los he ojeado por encima. Se leen fácil, salvo La existencia de Dios, debate entre Bertrand Russell y el Padre F. C. Copleston, que tiene unos niveles de raciocinio que lo hacen más complicado.

Según lo leía me parecía que ya lo había leído antes, sin duda por la divulgación que han tenido sus argumentos por otras personas y en otros ámbitos, reafirmándome en muchas de mis creencias. Particularmente interesante me han parecido sus puntos de vista en el ensayo Sobre los escépticos católicos y protestantes,  de donde he seleccionado Mi cachico

Antes de llegar al apéndice, después de leer su opinión sobre temas tan diversos, no solo habla de religión, también profundiza en la moral de distintas conductas, uno entiende la campaña que las fuerzas más reaccionarias de Nueva York desataron cuando fue nombrado profesor de su universidad en 1940. A uno le traen recuerdos de campañas más recientes y más cercanas a nosotros.

Libro de gran interés para toda persona con sentido crítico. Para leer con detenimiento.

Mi cachico:

"Para el protestante, el hombre excepcionalmente bueno es el que se opone a las autoridades y las doctrinas recibidas, como Lutero en la Dieta de Worms. El concepto protestante de la bondad es de algo individual y aislado. A mí me educaron como protestante y uno de los textos que más inculcaron en mi mente juvenil fue: «No seguirás a una multitud para hacer el mal». Me doy cuenta de que, hasta ahora, este texto influye en mis actos más graves. El católico tiene un concepto completamente diferente de la virtud: para él, la virtud es un elemento de sumisión, no sólo a la voz de Dios revelada en la conciencia, sino a la autoridad de la Iglesia como depositaria de la Revelación. Esto da al católico un concepto de la virtud mucho más social que el del protestante y hace el tirón mucho mayor cuando rompe su unión con la Iglesia. El protestante que abandona la secta protestante particular en que había sido educado hace solamente lo que los fundadores de aquella secta hicieron, no hace mucho, y su mentalidad está adaptada a la fundación de una nueva secta. El católico, por el contrario, se siente perdido sin el apoyo de la Iglesia. Puede, claro está, unirse a otra institución, como la de los masones, pero permanece consciente de todos modos de la rebeldía desesperada. Y generalmente queda convencido, por lo menos subconscientemente, de que la vida moral está confinada a los miembros de la Iglesia, de modo que para el librepensador se han hecho imposibles las más altas clases de virtud."

BERTRAND RUSSELL

Inglaterra  (Tellech, 1872 - Penrhyndeudraeth, 1970)

Nació en una familia aristocrática, y recibió educación mediante tutores en su domicilio. Más tarde estudió Matemáticas en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, continuando con los estudios de Filosofía. Marchó a Alemania y allí estudió Economía, y a su vuelta fue profesor de la London School of Economics y posteriormente en la Universidad de Cambridge. En 1916, perdió su puesto en esta universidad y fue encarcelado por sus posiciones pacifistas respecto a la Primera Guerra Mundial, posiciones que mantendría a lo largo de la Segunda Guerra Mundial y otros conflictos bélicos posteriores. Entre 1940 y 1950, intervino en emisiones de la BBC sobre temas de actualidad y filosóficos.

Es uno de los hombres que más profunda huella ha dejado en el pensamiento occidental de nuestro tiempo, y -fruto de una curiosidad intelectual casi ilimitada- se ha convertido en un referente en las más diversas ramas del saber. Estudió matemáticas, física y ciencias humanas en Cambridge. Su teoría de los tipos, con la que daba respuesta a la grave crisis que atravesaba la teoría de los conjuntos, abrió un nuevo campo a la lógica formal. En la filosofía moral y social, abordó las contradicciones entre individuo y sociedad, libertad y orden, progresismo y pesimismo, etcétera. Su insobornable actividad crítica hizo que fuera encarcelado en dos ocasiones y, enfrentado a la carrera armamentística nuclear y a la violencia en general, presidió el tribunal que juzgó los crímenes de guerra en Vietnam.

A lo largo de sus casi cien años de vida, trabó amistad con algunos de los hombres y mujeres más importantes de su tiempo, que desfilan por estas páginas en soberbios retratos: de Joseph Conrad, George Bernard Shaw y T.S. Eliot, a George Edward Moore, F. H. Bradley o Alfred North Whitehead, pasando por Jean Paul Sartre y Albert Einstein.

Además de profesor en Cambridge, donde Wittgenstein fue uno de sus alumnos aventajados, y conferenciante en universidades y centros culturales de todo el mundo, fue autor de una vasta obra escrita que le convirtió en el filósofo del siglo XX más leído por los lectores no especializados, y eso se debe sin duda a su característico e inconfundible sentido del humor, en el que la ironía desemboca a menudo en el sarcasmo más implacable, y en un estilo depurado.


Entre sus libros destacan la recopilación de ensayos Porqué no soy cristiano, Autobiografía y muchos libros de filosofía.

En 1949 fue nombrado miembro de la Orden del Mérito y en 1950 se le concedió el Premio Nobel de Literatura.

“Tres pasiones simples pero abrumadoramente fuertes, han gobernado mi vida: el anhelo de amor, la búsqueda del conocimiento, y la insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad”

(Más información: Wikipedia, Biografías y vidas, Epdlp)

lunes, 8 de octubre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie segunda: 1. El equipaje del rey José, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 194

Esta novela, la primera de la segunda serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Fernando VII
, la publicó Benito Pérez Galdós en 1875

El equipaje del rey José define irónicamente el botín que las tropas francesas abandonaron en su retirada de la península ante el empuje de las guerrillas y el ejército mandado por Wellington, principalmente tras la batalla de Vitoria, uno de los últimos episodios de la Guerra de la Independencia. Un nuevo personaje, Salvador Monsalud, toma el relevo de Gabriel de Araceli a la hora de vertebrar  la narración de los sucesos históricos en esta «Segunda serie».

Comienza así:

"El 17 de Marzo de 1813 salieron de palacio algunos coches, seguidos de numerosa escolta, y bajando por Caballerizas a la puerta de San Vicente, tomaron el camino de la puerta de Hierro.”

LEIDO por.... Andrés:

Cambia Galdós de protagonista, deja a Gabriel de Araceli, casado y bien situado, y elige a un afrancesado, además enrolado en el ejercito francés, lo que le permite presentarnos el enfrentamiento creado entre los españoles de entonces según su posicionamiento ante la invasión y las ideas francesas y que tanta importancia tendrían para nuestra historia futura. Este Salvador Monsalud, del que dicen: 
"—¡Perdido, perdido para siempre! —exclamó D. Fernando con inmensa angustia—. ¡Sin honor, sin principios, sin patriotismo, sin religión, sin lazo alguno con la sociedad, ni con España, ni con la familia, ni con Dios…! ¡Oh qué aflicción, qué castigo, Dios mío!"
y que las muchas necesidades le inclinaron a afrancesarse, pero fiel cumplidor de su palabra, “Una vez dado este paso, ya no puedo volver atrás, porque el honor me prohíbe vender a los que me han dado un pedazo de pan para vivir y una espada para que los defienda.”, no quiso dar marcha atrás hasta que estaba en peligro su vida.

Y como antagonista tenemos a
"Carlos Navarro, el hijo de D. Fernando Garrote, es la admiración de esta villa y el honor de todo el país de Álava"


Ambos enfrentados por sus actitud ante la invasión, por sus ideas y por una mujer, Genara,  que
"era una muchachuela bonita, de apariencia delicada y casi infantil" pero de la que Galdós, anticipándonos su conducta  nos dice también: “ esta hermosa bestiecita, esta mujer linda y profunda, este hermoso vaso lleno de tempestades, y que conteniendo el Océano parece una redoma de peces



 "Madrid y su palacio y su polvo y su claro cielo y su aire sutil 
no fueron ya para el hermano de Bonaparte más que un recuerdo."

Cambia también Galdós de voz y de focalización. Si en la primera serie Gabriel era el narrador y foco de ésta y todo no lo contaba en primera persona, en esta segunda se trata de un narrador omnisciente, que cambia de focalicación en su narración.

Y como siempre, un humor que a mi me encanta:
 
  • "—Todavía no es el tiempo de la bellota, señores —repuso otro, que se preciaba de no abrir la boca sin regalar al mundo alguna frutecilla picante y sabrosa del árbol de su ingenio."
  • "Repartió de plano con seguro puño algunos golpes, y sin ser Papa creó gran número de cardenales en menos que canta un gallo. "
  • "(Tumulto y extraordinaria sensación, acompañada de sonoros bramidos y vocablos que no lleva en sus blancas páginas el Diccionario por miedo a ruborizarse)."
  • "dándole a la lengua sin descanso por espacio de dos horas, azotaron a medio mundo con la piel arrancada al otro medio."
  • "Serafinita pecaba de caprichosa, holgazana, embustera, y tenía más vanidad que una princesa, gustando mucho de emperifollarse, y sobre todo de aparentar posición y suponer posibles muy superiores a lo que en realidad tenían ella y su marido, pues reunida la fortuna inmueble de entrambos, allá se iba con la nada."

 

Caricatura alusiva al apodo de Pepe Botella. Abajo se puede apreciar:
Cada qual tiene su suerte, la tuya es de borracho hasta la muerte.

Aunque el cambio de registro nos dificulta el entrar en la novela en las primeras página, con una trama folletinesca y su admirable prosa vuelve a engancharnos y para que no podamos parar de leer esta segunda serie, el libro acaba con el máximo suspense, como en la más pura novela de entregas. 

Batalla de Vitoria, el 13 de junio de 1813, de Starely

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
Desventuradas aventuras
Este chico tiene la cabeza a las once y está podrido de ella.
Tierra del garbanzo
Tenía la llave dorada

Palabras recuperadas, bueno, más bien anticipadas:
no es ninguna familia de tres por un cuarto
punto en boca
perdona-vidas
Poner en salvo

Palabras o expresiones que me han sorprendido:

Cucharetear


Mi cachico:
 

"Los ingleses llegaron despiadados, horribles, hambrientos de matanza y de botín, como hombres que habían estado luchando todo el día por ambas cosas. Precipitáronse entre la multitud, mas como no podían avanzar a causa de los entorpecimientos del camino, les fue difícil perseguir a los fugitivos, y toda la saña recayó sobre los que no habían podido escapar.

El botín era el más magnífico, el más rico y grande sin duda que en batalla alguna ha podido quedar a merced de vencedor furioso. Componíase de todo: en él había armas, material de guerra, víveres, alhajas, dinero y hermosura. No puede formarse idea de la apasionada codicia, de la brutal concupiscencia, del vengativo ardor con que los ingleses primero y los guerrilleros después cayeron sobre el magnífico tesoro abandonado. La menor resistencia producía la muerte. En poco tiempo todas las cajas fueron abiertas, todos los tesoros aprehendidos, muchas riquezas holladas.

Joyas, ropas, telas finísimas, muebles, cuadros, plata labrada, monedas, víveres de lujo que constituían la despensa ambulante de José, fueron esparcidos por tierra, y mil manos febriles arrebataban de un lado para otro los preciosos objetos. Según el genio de cada cual así se iban derechos los unos al oro, otros a las mujeres, y algunos a destrozar por puro instinto dañino cuanto veían delante. Entre las desgraciadas familias que se vieron en tan tremenda hora, hubo algún individuo que se dio la muerte antes que le pusieran la mano encima los feroces partidarios. Las señoras imploraban de rodillas piedad para sí y sus tiernos hijos, siendo muy contadas las que la alcanzaron. El vencedor es la más brutal e insensata bestia que engendra el mal en las tempestades humanas. Para esta electricidad furibunda que sabe elegir el sitio donde cae, no existe pararrayos."

viernes, 5 de octubre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie primera: 10. La batalla de los Arapiles, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas:280

Esta novela, la décima y última de la primera serie de los Episodios Nacionales,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1875.

Durante el verano de 1812 se prepara una gran ofensiva contra los franceses, pues un poderoso ejército formado por ingleses, españoles y portugueses al mando del duque de Wellington, que acaba de tomar Ciudad Rodrigo, avanza imparable hacia Madrid. Ambos ejércitos maniobran cautelosamente cerca de Salamanca, porque los generales saben que este enfrentamiento decidirá el curso de la guerra.

La batalla de los Arapiles enmarca también las últimas aventuras de Gabriel en la búsqueda de su querida Inés. Después de las intrigas, los viajes y las batallas, llega la conclusión. Los jóvenes enamorados han vivido muchos peligros y peripecias durante la contienda, pero la victoria contra los franceses se acerca y también se cumplirá por fin su reencuentro.

Comienza así:


Las siguientes cartas, supliendo ventajosamente mi narración, me permitirán descansar un poco.

Madrid, 14 de marzo.
Querido Gabriel: Si no has sido más afortunado que yo, lucidos estamos.

LEIDO por.... Andrés:

Con este libro nos despedimos de Gabriel, un héroe un poco tierno, que se salva siempre por los pelos, debiendo mucho a la casualidad creada por el autor, lejos de los heroes de las novelas de hoy día, donde su astucia, capacidad de lucha, o incluso su ferocidad o violencia le sirve para salvar todos los obstáculos que se le presentan.

 

Nos volvemos a encontrar con un iluminado Juan de Dios (que bien elegido el apellido), el malvado Santorcaz y algunos personajes más, donde destaca como personaje histórico el Duque de Wellington y entre los de ficción la también inglesa Athenais Fly, a ratos señorita Mariposa... señora Pajarita... señora Mosquita... para alcanzar un final propio de un folletín decimonónico.

Arthur Wellesley I Duque de Wellington pintado por el artista Sir Thomas Lawrence
 
Galdós nos confirma que la realidad supera a la ficción: “las cosas extrañas y dramáticas suelen verse antes en la vida real que en los libros, llenos de ficciones convencionales y que se reproducen unas a otras ” y nos alegra con sus notas de humor:
  • pareciome ver en él un cuerpo que melancólicamente buscaba su perdida sepultura sin poder encontrarla.
  • Vuestro corazón, que tan bien sabe sentir en algunos momentos, no os sirve para nada y lo entregáis a las costureras para que hagan de él un cojincillo en que clavar sus alfileres.

 Sobre la batalla de los Arapiles, aquí hay mucha información

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
trepando por aquella escalera de carne francesa

Palabras recuperadas
tiquis miquis


Mi cachico:

En aquella confusión de gritos, de brazos alzados, de semblantes infernales, de ojos desfigurados por la pasión, vi un águila dorada puesta en la punta de un palo, donde se enrollaba inmundo trapo, una arpillera sin color, cual si con ella se hubieran fregado todos los platos de la mesa de todos los reyes europeos. Devoré con los ojos aquel harapo, que en una de las oscilaciones de la turba fue desplegado por el viento y mostró una N que había sido de oro y se dibujaba sobre tres fajas cuyo matiz era un pastel de tierra, de sangre, de lodo y de polvo. Todo el ejército de Bonaparte se había limpiado el sudor de mil combates con aquel pañuelo agujereado que ya no tenía forma ni color.

Yo vi aquel glorioso signo de guerra a una distancia como de cinco varas. Yo no sé lo que pasó: yo no sé si la bandera vino hasta mí, o si yo corrí hacia la bandera. Si creyese en milagros, creería que mi brazo derecho se alargó cinco varas, porque sin saber cómo, yo agarré el palo de la bandera, y lo así tan fuertemente, que mi mano se pegó a él y lo sacudió y quiso arrancarlo de donde estaba. Tales momentos no caben dentro de la apreciación de los sentidos. Yo me vi rodeado de gente; caían, rodaban, unos muriendo, otros defendiéndose. Hice esfuerzos para arrancar el asta, y una voz gritó en francés:

-Tómala.

En el mismo segundo una pistola se disparó sobre mí. Una bayoneta penetró en mi carne; no supe por dónde, pero sí que penetró. Ante mí había una figura lívida, un rostro cubierto de sangre, unos ojos que despedían fuego, unas garras que hacían presa en el asta de la bandera y una boca contraída que parecía iba a comerse águila, trapo y asta, y a comerme también a mí. Decir cuánto odié a aquel monstruo, me es imposible; nos miramos un rato y luego forcejeamos. Él cayó de rodillas; una de sus piernas, no era pierna, sino un pedazo de carne. Pugné por arrancar de sus manos la insignia. Alguien vino en auxilio mío, y alguien le ayudó a él. Me hirieron de nuevo, me encendí en ira más salvaje aún, y estreché a la bestia apretándola contra el suelo con mis rodillas. Con ambas manos agarraba ambas cosas, el palo de la bandera y la espada. Pero esto no podía durar así, y mi mano derecha se quedó sólo con la espada. Creí perder la bandera; pero el acero empujado por mí se hundía más cada vez en una blandura inexplicable, y un hilo de sangre vino derecho a mi rostro como una aguja. La bandera quedó en mi poder; pero de aquel cuerpo que se revolvía bajo el mío surgieron al modo de antenas, garras, o no sé qué tentáculo rabioso y pegajoso, y una boca se precipitó sobre mí clavando sus agudos dientes en mi brazo con tanta fuerza, que lancé un grito de dolor