martes, 29 de enero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie tercera: 9. Los ayacuchos, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 245

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a
Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

LOS AYACUCHOS hace referencia al apelativo que dieron los españoles a Espartero y sus partidarios durante su Regencia. Inserto en la peripecia literaria de la Tercera serie, el presente episodio narra los últimos días de la misma y sus principales sucesos: las conspiraciones de los moderados –como el espectacular y romántico asalto a Palacio y el intento de rapto de la Reina niña– y el levantamiento de la ciudad de Barcelona y su inmediata represión.

Esta novela, la novena de la Tercera Serie de los
Episodios Nacionales: Cristinos y carlistas,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1900
 

Comienza así:

“In diebus illis (Octubre de 1841) había en Madrid dos niñas muy monas, tiernas, vivarachas, amables y amadas, huérfanas de padre, de madre poco menos, porque ésta andaba como proscripta en tierras de extranjis, con marido nuevo y nueva prole, y aunque se desvivía por volver, empleando en ello las sutilezas de su despejado entendimiento, no acertaba con las llaves de la puerta de España. Vivía la parejita graciosa en una casa tan grande, que era como un mediano pueblo: no se podía ir de un extremo a otro de ella sin cansarse; y dar la vuelta grande, recorriendo salas por los cuatro costados del edificio, era una viajata en toda regia. Subiendo de los profundos sótanos a los altos desvanes, se podían admirar regiones y costumbres diferentes en capas sobrepuestas, distintos estados de sociedad que encajaban unos sobre otros como las bandejas de un baúl mundo. En la bandeja central, prisioneras en estuches, vivían las dos perlas, apenas visibles en la inmensidad de su albergue.”




Tras unos capítulos, vuelve Galdós al género epistolar hasta que nos dice: “Agotado, con la carta que antecede, el precioso archivo epistolar que a la narración con indudable ventaja sustituía, continúa el relato de los hechos, los cuales rigurosamente se ajustarán a los informes que de palabra y en notas ha transmitido el propio D. Fernando a sus amigos, admiradores y paniaguados.“, retornando entonces al relato de su narrador, socarrón y entretenido.

Isabel II niña
Isabel II niña
Diego de León ataca el Palacio Real, 1841
Inicia la novela con la descripción de la vida de la princesa Isabel y de su hermana, cuando sucede el asalto a Palacio de, entre otros, el General Diego de León, suceso coetáneo de  lo acontecido en la novela anterior, y acaba con otro, más tremendo, como fue la revuelta de Barcelona y su bombardeo. En medio, asistimos a los esfuerzos de Fernando Calpena para completar el séptimo trabajo de Hércules, encargado por su enamorada Demetria.
Los trabajos de Hércules
Los trabajos de Hércules, relieve de un sarcófago: el León de Nemea, la Hidra de Lerna, el Jabalí de Erimanto, la Cierva de Cerinea, las Aves del Estínfalo, el Cinturón de Hipólita, los Establos de Augías, el Toro de Creta y las Yeguas de Diomedes.
Ya nos dice la reseña traída más arriba el origen del título, cuando, curiosamente,  “ni Espartero estuvo en la batalla de Ayacucho, funesta para nuestra nacionalidad en América, ni los feligreses de su camarilla, a quienes acusamos de infinitos males, pelearon tampoco en aquella célebre acción de guerra”, preludio de su catastrófico final, al que asistiremos, aterrados, en la próxima novela.
Diego de León
«¡Que no os tiemble el pulso!¡Al corazón!».
Fue ajusticiado el 15 de octubre de 1841
El mayor mérito de Galdós, más que el relatarnos la historia de manera amena, rebozada de aventuras de todo tipo, es el saber transmitirnos como era la vida de entonces. Si ambos tienen un gran interés por lo didáctico del aprendizaje, el aspecto segundo, cuando se compara con nuestra vida, dos siglos después, es cuando resulta, desde mi punto de vista, más revelador (¿quizá quise decir desalentador?):
  • Decimos que actualmente la televisión deforma el lenguaje de la gente, pues entonces “en el novísimo lenguaje de la prensa callejera aparecen cada día nuevos términos y frases que al instante entran en el uso común del pueblo y se apegan a todas las bocas”.
  • Nos quejamos de la corrupción actual: “mientras el pueblo paga, los ministros no hacen más que guardar millones.
  • La cuestión catalana, también estaba presente:”Sencillamente que se ha pensado en rebajar los derechos de los tejidos ingleses, con lo cual creen los de aquí que se arruinarán sus industrias. Ni tú entiendes de esto, ni yo te escribo de materias tan fastidiosas. Hablan también de quintas, porque no es del gusto de los catalanes que les sorteen y les hagan soldados como a los hijos de castellanos y aragoneses.
  • Ojalá tengamos al confianza que transmite el relato ”Me tranquiliza, no obstante, la confianza en el pueblo catalán, cuyas virtudes conozco. Es bravísimo si le hostilizan sin razón, fácil a la concordia si se logra herir la cuerda del sentimiento fraternal, que en él existe, aunque está bastante honda. Es apacible en su casa, en el común trato sincero y rudo, buen amigo, mal enemigo, amante si le aman, fiero si le aborrecen…” “A esta gente, que tan claras nociones tiene del deber, y tan bien entiende el honor y el patriotismo en sus más elementales formas, no la temo yo” “Avans mori qu' ésser esclaus d' un castellá que no sab ahont te l' cap
  • Si tantas calamidades, léase Carlos IV, Fernando VII y María Cristina, vinieron sobre esta nación por los pecados de los españoles, ya debemos de estar limpios, porque la expiación ha sido tremenda”, pues parece que no se trata de expiación, pues bien es cierto que ha sido tremenda antes y después de escribir esto Galdós. Y muchos casos más que he señalado en distintas entradas.
Rebelión de Barcelona
Bombardeo de Barcelona 1942
No podía faltar, dentro de este esmero por relatar la vida del pueblo de esa época, el machismo que entonces, y hasta hoy día, que imperaba en la sociedad. Galdós, pone en un personaje la siguiente explicación del bombardeo de Barcelona en 1942: “A media noche termino ésta, mi buen D. Serafín, con la noticia de que ha cesado el fuego. Montjuich, desarrugando el ceño torvo y conteniendo el resoplido ardiente, mira compasivo a su esposa, y una vez aplicados los palos que su decoro de marido exigía, parece que examina y cuenta los cardenales que le ha hecho, y le recomienda que se los cure pronto para que luzca en toda su hermosura. «Ráscate un poco y ponte unas compresas, que eso no es nada —le dice—. De tant que t' estimo t' punyego»”. Ejemplo magnífico de como enreda la historia con el retrato sociológico de la época.

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
Áteme usted esa mosca
los ojos se me pronuncian
había puesto corbata blanca a los bollos de tahona
no pasar por las mientras
ponerlo en los cuernos de la Luna
 
Palabras recuperadas o, más bien, adelantadas:
empingorotado
marisabidillas
gachó
parné
zipizape
casa de Tócame Roque
cucamonas
¡Maño!


Mi cachico:

Pasado algún tiempo, que las regias señoritas no podían precisar, se personó en Palacio un señor viejo, alto, amarillo, con unas patillucas cortas, el mirar tierno y bondadoso, el vestir sencillísimo y casi desaliñado, sin ninguna cruz ni cintajo ni galón. Era D. Agustín Argüelles, elegido por las Cortes tutor de las hijitas de Fernando VII. ¡Y que no había visto poco mundo aquel buen señor! Condenado a muerte por el padre, al cabo de los años mil las Cortes le nombraban padre legal de las huérfanas. ¡Qué vueltas daba el mundo! En pocos años celebró cuartas nupcias el déspota; le nacían dos hijas; reñía con su hermano; reventaba después, aligerando de su opresor peso el territorio nacional; renacían las Cortes odiadas por el Rey; surgía una espantosa guerra por los derechos de las dos ramas; vencía el fuero de las hembras; muerto el oscurantismo, lucía el iris con los claros nombres de Libertad e Isabel, y el que mejor había personificado la resistencia del pueblo a las maldades y perfidias del monstruo, entraba en Palacio investido de la más alta autoridad sobre las criaturas que representaban el principio monárquico. Sorprendió a éstas la extremada sencillez de su tutor, que más que personaje de campanillas parecía un maestro de escuela; pero éste no tardó en cautivarlas con su habla persuasiva, dulce, algo parecida al sonsonete de los buenos predicadores. Decía cosas muy bonitas, enalteciendo la virtud, el respeto a la ley, el amor de la patria y la unión feliz del Trono y la Libertad. Su palabra, educada en la tribuna y más diestra en la argumentación de sentimiento que en la dialéctica, iba tomando, con el decaer de los años, un tonillo plañidero; su voz temblaba, y a poquito que extremase la intención oratoria se le humedecían los ojos. Naturalmente, las Reales criaturas, cuya sensibilidad se excitaba grandemente con el ejemplo de aquel santo varón, concluían por echarse a llorar siempre que Don Agustín a la virtud las exhortaba con su tono patético y la bien medida cadencia de su fraseo parlamentario, hábilmente construido para producir la emoción. Y no podían dudar que le querían: él se hacía querer por su bondad simplísima y por el aire un tanto sacerdotal que le daban sus años, sus austeras costumbres, su dulzura y modestia, signos evidentes de su falta de ambición. Caracteres hay refractarios al disimulo, y que en sus fisonomías llevan el verídico retrato del alma; a esta clase de personas pertenecía D. Agustín Argüelles, del cual sus enemigos pudieron decir cuanto se les antojó, pero a una le señalaron todos como ejemplo de un desinterés ascético, que ni antes ni después tuvo imitadores, y que fue su culminante virtud en la época de la tutoría y en el breve tiempo transcurrido entre ésta y su muerte. Baste decir, para pintarle de un rasgo solo, que habiéndole señalado las Cortes sueldo decoroso para el cargo de tutor de la Reina y princesa de Asturias, él lo redujo a la cantidad precisa para vivir como había vivido siempre, con limitadas necesidades y ausencia de todo lujo. Se asustó cuando le dijeron que el estipendio anual que disfrutaría no podía ser inferior al del intendente de Palacio, y todo turbado se señaló la mitad, y aún le parecía mucho. Cobraría, pues, la babilónica cifra de noventa mil reales.

viernes, 25 de enero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie tercera: 8. Montes de Oca , de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 201

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a
Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

En unos años en que las dos Españas se llamaban moderada y progresista, el presente episodio toma su nombre del general MONTES DE OCA, protagonista de una romántica conspiración que le costó la vida. Como telón de fondo, la agitación de la vida de la capital, que tan bien conocía y supo retratar Galdós, y cuya inquietud política bullía en tertulias y mentideros

Esta novela, la octava de la Tercera Serie de los
Episodios Nacionales: Cristinos y carlistas,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1900

Comienza así:
En los cuarenta andaba el siglo cuando se inauguró (calle de la Abada, númerotantos) el comedor o comedero público de Perote y Lopresti, con el rótulo deFonda Española. No digamos, extremando el elogio, que fue el primer establecimiento montado en Madrid según el moderno estilo francés; mas no le disputemos la gloria de haber intentado antes que ningún otro realizar lo de utile dulci, anunciándose con el programa de la bondad unida a la baratura, y cumpliendo puntualmente, mientras pudo, su compromiso. La exótica palabrarestaurant no era todavía vocablo corriente en bocas españolas: se decía fonda ycomer de fonda, y fondas eran los alojamientos con manutención y asistencia, así como los refectorios sin pupilaje.
 
LEIDO por.... Andrés:
 
Conocimos a Manuel Montes de Oca en la novela Mendizabal, segundo libro de esta serie, donde se nos anticipa el personaje:  “Montes de Oca, sí… excelente sujeto” y no volvemos a verlo hasta el último cuarto de esta novela, “noble en su delirio, grande en su loco intento, al propio tiempo insensato y sublime, gigantesco y pueril”, donde monopoliza todo el protagonismo, hasta su fusilamiento. Aprovecha esta narración Galdós para dejárnolo en muy buen lugar, a pesar de su loca y fracasada aventura levantisca.

De el nos dice también Galdós:
  • El pobrecito Montes de Oca, por ser de los primeros y haberle tocado la desdicha de venir con su lira en una época tumultuosa y candente, fue víctima del error gravísimo de querer dar solución a los problemas de gobierno por la pura emoción; pagó con su vida su desconocimiento de la realidad; merece una piedad profunda, porque era espejo de caballeros y el más convencido y leal de los poetas políticos
  • Valía más el Quijote que la dama, y era ella menos ideal de lo que la suponía el ofuscado caballero
  • No daba entrada al miedo en su corazón, ni cuartel a los arbitrios de la cobardía, ni a componendas o transacciones. Era hombre macizo, homogéneo, sin las complejidades que la vida moderna exige a todos los que en ella buscan algo de provecho.”cayó de golpe desde la cumbre de la poesía política a una realidad miserable
  • Rodil pregonaba la [cabeza] de Montes de Oca, ofreciendo por ella diez mil duros… Vamos, no era mal precio, dado el escaso valor que ordinariamente tenían en el mercado de nuestras guerras civiles las cabezas humanas, aun siendo de las mejor provistas de sólidos tornillos
Octubrada. Martín Zurbano. Biblioteca Nacional Madrid

Descripciones: “viose ante un hombre escueto que lo mismo podía parecer torero de invierno que sacristán de las cuatro estaciones” y humor de D. Benito: “Siempre que queréis sublevaros nos habláis de los peligros que corre la señora Libertad, a la cual yo comparo con la monja pudibunda que preguntó cuándo tocaban a violar

A lo largo de las novelas hemos ido tomando contacto con las famosas cesantías, entonces muy generalizadas pero hoy todavía existentes pero a un nivel mucho más alto: “
Por ley que parecía obra de la Naturaleza, tal era su regularidad, el nuevo régimen le había separado del comedero de la Biblioteca, para poner en él a persona más conforme con las ideas dominantes

 Nos presenta a Prim, “
Era de cuerpo pequeño, de carácter francote y comunicativo, cetrino de color, escaso de bigote y barba, el habla durísima, gorda, catalana”,  “era un bravo militar que había empezado su carrera de pesetero en la guerra de Cataluña, adelantando rápidamente por su valor sereno y su militar instinto en la dirección de tropas. Chico despejadísimo, llegaría a donde llegan pocos; y si por entonces parecía fuera de juego y no tenía mando, no era por falta de méritos, sino por significarse en política más de lo prudente, con ideas harto exaltadas

Nos encontramos con un curioso dilema moral: “
Asimismo quiso el mártir que se le consintiera mandar el fuego, y con tal afán lo pedía, que hubo de acceder Aleson, recordando que había no pocos ejemplos de esta tolerancia en la rica historia del fusilamiento nacional. Pero al propio tiempo que la autoridad militar asentía, protestaba la eclesiástica: el sacerdote declaró con grave acento que el dar la víctima las voces de mando en acto de tal naturaleza, era contrario a los principios religiosos. La muerte en esta forma consumada era un suicidio, y por ningún caso la autorizaba
Ataque a las tropas de Leopodo O'Donell, asediadas en la Ciudadela de Pamplona desde el primero de octubre de 1841, según un óleo, obra de Miguel Sanz y Benito, conservado en el archivo Municipal de Pamplona.

 Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
Empuñaba el argumento como una lanza
para poder apedrear bien a un ídolo hay que ponerlo arribaAsí mataba el tedio con sucesivas y amenas visitas, y si no lo mataba lo hería gravementecon las manos ante la boca, soltando las palabras por entre los dedos, como si estos fuesen la reja del confesionariovale más, mucho más, hacer locuras por la justicia y la verdad que hacer cosas muy sensatas y muy correctas por la usurpación y por la mentira

Palabras recuperadas o, más bien, anticipadas:

pejiguera
cargante (pesado)
cucamona
coco

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
Daba quince y raya

Mi cachico:
El modo y forma de hacer efectivo su pensamiento fue para los miñones sencillísimo. Lo propuso uno que en su niñez desplegaba felices disposiciones para robar fruta en las huertas y alguna que otra gallina en los corrales. Salieron los ocho a un cercado frontero a las dos casas en que se alojaban los paladines de la Reina, y con fuertes voces empezaron a gritar: «¡Zurbano, Zurbano!…». El efecto de este toque de diana fue inmediato y decisivo. Los caballeros durmientes saltaron despavoridos de sus lechos, y a medio vestir lanzáronse fuera por los primeros huecos que abiertos encontraron: Egaña saltó por una ventana, y a Piquero se le vio surgir por un boquete angosto que daba al campo en la parte posterior del edificio. Poner el pie en tierra y apretar a correr en busca de la espesura del monte más cercano fue todo uno. Los otros dos, tomando la salida por la puerta con más tranquilidad, no tardaron en desaparecer. Como en los incendios y naufragios, cada cual se afanaba por salvar su propia pelleja sin cuidarse de la del vecino. Dos miñones pusiéronse de guardia en la escalerilla estrecha que a la estancia ocupada por el jefe conducía, con objeto de apresarle cuando saliese, y viendo que tardaba, presumieron que se había escondido en los desvanes. Los inquilinos de la casa, un hombre y dos mujeres, que a poco de sonar las primeras voces de alarma abandonaron también sus madrigueras y vieron la veloz huida de los cuatro señores, aseguraban que el quinto de ellos no había salido. Viéronse precisados los traidores a subir en su busca, creyendo que, o se había muerto del susto, o que por el escrúpulo de conciencia quería expiar sus culpas bajo el poder del temido Zurbano”

lunes, 21 de enero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie tercera: 7. Vergara, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 250

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a
Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

VERGARA fue la villa guipuzcoana que vio unido para siempre su nombre al convenio entre los generales Espartero y Maroto que puso fin en 1839 a los seis sangrientos años largos durante los que transcurrió la Primera Guerra Carlista. Las pintorescas intrigas históricas que precedieron a este acontecimiento se entreveran con las novelescas que siguen protagonizando Fernando Calpena, Beltrán de Urdaneta, Aura, Zoilo y demás personajes de esta Tercera serie.

Esta novela, la sexta de la Tercera Serie de los
Episodios Nacionales: Cristinos y carlistas,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1900
 

Comienza así:

De D. Pedro Hillo a los Sres. de Maltrana
 
Miranda de Ebro, Octubre de 1837.
Señora y señor de todo mi respeto: Con felicidad, más no sin estorbos, por causa del sinnúmero de tropas que nos han acompañado en todo el camino, marchando en la propia dirección, llegamos a esta noble villa realenga ayer por la mañana. Soldados a pie y a caballo descendían por las cañadas, o aparecían por atajos y vericuetos, y engrosando la multitud guerrera en el llano por donde el Ebro corre, nos vimos al fin envueltos en el torbellino de un grande ejército, o al menos a mí me lo parecía, pues nunca vi tanta tropa reunida. Generales y convoyes pasaban sin cesar a nuestro lado tomándonos la delantera, y ya próximos a Miranda vimos al propio caudillo, Conde de Luchana, seguido de brillante escolta, y a otros afamados jefes y oficiales, que al punto  conocieron a Fernando y le saludaron gozosos.

LEIDO por.... Andrés:
 
Empieza la novela con el estilo epistolar con que acabo la anterior, pero, “agotada la preciosa colección de cartas que un Hado feliz puso en manos del narrador de estas historias”, vuelve al estilo directo con un narrador omnisciente que sigue las tribulaciones de nuestro protagonista Fernando Calpena.
Diego de León 
"Era un hombre febril, hercúleo, que empezaba en un inmenso corazón y acababa en una lanza"

Se  nos vuelven a mostrar las ideas del narrador (¿autor?) contra la guerra: “Hay que matar con reglas, ya que el matar dicen que es necesario. ¡Maldita guerra, escuela de pecados, salvoconducto de los impíos, precipicio a que ruedan las almas, simulacro del infierno!

Leyendo la novela una se da cuenta de como han cambiado los tiempos, “curarle sus leves heridas con salmuera y vinagre”, para alguna cosa y no para otras: “deseo un buen juez, rara avis”, “Ellos están presos porque no tienen quien les ampare
General Rafael Maroto (Lorca, 1783 – Valparaíso, 1853) 
"hombre tan inseguro y tornadizo"
Siempre es un gustazo traer aquí alguna de las descripciones de Galdós:
  • Añado que es agradable, de rostro moreno, con vivísimos ojos de ratón, sonrisa de pícaro redomado, mediano de cuerpo, de palabra fácil y graciosa”,
  • ¡Bonita Historia de España están escribiendo unos y otros, mi querido Fernando!”,
  • Era Santiago Ibero un mozo gallardísimo, franco, con toda el alma en los ojos y el corazón en los labios, cetrino, de mirada ardiente.
  • "Toda la noche estuvo viendo ante sí, en la obscuridad, los ojos de Espartero, negros, penetrantes, ojos de trastienda y picardía, y su rostro atezado, duro, que parecía de talla, labradito y con buches, el bigote triangular sobre el fino labio, la  mosca, las patillas, demasiado ornamento de pelos cortos para una sola cara."
Abrazo de Vergara, 29 de agosto de 1839
"Abrazaos, hijos míos, como yo abrazo al General de los que fueron contrarios nuestros"
Seguimos aprendiendo historia disfrutando de estos episodios para no olvidar.
Fusilamientos de Estella
Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
acto fúnebre de castigar a los que por matar sin reglas deshonraron su oficio de matar
pierna izquierda, que era de acebuche

Palabras recuperadas o, más bien, anticipadas:
hogaño
basca
tente-en-pie
tiempos de Maricastaña
miel sobre hojuelas
salido de madre
cuatro gatos

Palabras o expresiones que me han sorprendido:

calabocero


Mi cachico:

Por fin, viendo el buen señor que no producía el efecto que se proponía, y conociendo que ni su acento ni su ademán respondían a la majestad que intentaba poner en ellos, se comió la mejor parte del preparado sermón, y fue derecho en busca del efecto final. «Hijos míos -exclamó ahuecando la voz todo lo que pudo-, ¿me reconocéis por vuestro Rey?». La contestación fue un «¡Sí, sí... viva el Rey!» que corrió, extinguiéndose en las filas lejanas. «¿Y estáis dispuestos -añadió-, a seguirme a todas partes, a derramar vuestra sangre en defensa de mi Causa y de la Religión?».
Silencio en las filas. No se oyó ni un murmullo ni un aliento. El General Eguía, alzándose sobre los estribos, y poniéndose rojo del esfuerzo con que gritaba, dio varios vivas que fueron contestados fríamente. De las segundas filas vino primero un rumor tímido, después exclamaciones más claras, por fin estas voces: «¡Viva la paz, viva nuestro General, viva Maroto!».
-¡Voluntarios! -gritó entonces D. Carlos, y en ocasión tan crítica la dignidad brilló en su rostro... Al fin descendía de cien Reyes-. Voluntarios, donde está vuestro Rey no hay General alguno... Os repito: ¿queréis seguirme?».
Silencio sepulcral. El Brigadier Iturbe, jefe de los guipuzcoanos, acudió a remediar con un pérfido expediente la desairada, angustiosa   -315-   situación del Monarca. «Señor -le dijo-, es que no entienden el castellano». Y D. Carlos, tragando saliva, le ordenó que hiciera la pregunta en vascuence. Pero Iturbe, que era de los más comprometidos en la política marotista, formuló la pregunta con una alteración grave: ¿Paquia naidezute, mutillac? (¿Queréis la paz, muchachos?) Y con gran estruendo respondió toda la tropa: ¡Bai jauna! (Sí, señor.)
Debió D. Carlos sacar su espada y atravesar con ella al brigadier guipuzcoano, castigando en el acto la grosera, irreverente burla. Volvió la cara lívida, y vio tras sí a Maroto, que de su mortal zozobra se recobraba viendo convertido en sainete el acto iniciado con trágica grandeza. D. Carlos, incapaz de arranque varonil, tuvo dignidad. Dijo a los de su escolta: «estamos vendidos»; y sin más discursos, ni pronunciar ligera recriminación, volvió grupas y picó espuelas, saliendo al galope por el camino de Villafranca, con la reata de Príncipes y Generales y la menguada escolta. Corrieron, corrieron sin respiro, temerosos de que los sicarios de Maroto fueran en su seguimiento.

sábado, 19 de enero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie tercera: 6. La estafeta romántica, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 227

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a
Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

Escrita de forma epistolar, LA ESTAFETA ROMÁNTICA es un prodigioso retrato de la incidencia de la sensibilidad romántica en España. Galdós no se centra sólo en los ámbitos de las artes y de la literatura, muchos de cuyos representantes aparecen en sus páginas, sino también y sobre todo en aquello que siempre supo tratar magistralmente: la vida cotidiana –en sus cafés, en sus teatros, en sus calles– y el espíritu, las actitudes y decisiones de sus anónimos protagonistas.

Esta novela, la sexta de la Tercera Serie de los 
Episodios Nacionales: Cristinos y carlistas,  la publicó  Benito Pérez Galdós en 1899.
 

Comienza así:
De Doña María Tirgo a Doña Juana Teresa

En La Guardia, a 20 de febrero de 1837.

Amiga y señora: Por la tuya del 7, que me trajo el seminarista de Tarazona, he comprendido que la mía del día de la Candelaria no llegó a tus manos, o que anda por esos caminos atontada y perezosa; que esto suele acontecer a todo papel que al correo se fía, a quien ahora damos un nombre que le cae muy bien: la mala. Repito en esta, asegurada por la mano de unos ribereños que llevan trigo, lo que te dije en la que se atascó en esos baches, y le añado novedades que han de causarte admiración, como a mí, sin que aún podamos afirmar si serán adversas o favorables a nuestro asunto.

LEIDO por.... Andrés:

Escrita toda ella en modo epistolar, además de relatarnos los acontecimientos sucedidos en ese periodo de tiempo, nos traslada al movimiento romántico, que debió trastocar todo el mundo literario y la vida de los ciudadanos de entonces. Toda la novela destila ese ambiente romántico, que ya empezó con la serie,excediéndose en este viaje, para mi gusto, en el aspecto religioso de los personajes, que si eran así entonces, debían de resultar insufribles.

En este ambiente romántico, fundamentalmente literario, nos encontramos con multitud de escritores que recorren sus páginas, como Larra, asistiendo a su funeral, José Zorrilla, “
un chico que se trae un universo de poesía en la cabeza”, Mesonero Romanos, Hartzenbusch, Donoso Cortés, etc.  Otros muchos desconocidos que “se pasan la vida limpiando con los codos las mesas del Parnasillo, y ensuciando con sus lenguas las reputaciones... clásicas” y Miguel de los Santos Álvarez, escritor real pero que parece por un personaje de ficción, y del que
Galdós nos trascribe, mediante un juego de personajes, los siguientes simpáticos versos:
    Miserable mortal, no te me ufanes        
    Creyéndote animal excepcional,        
    Que el mismo tiempo malgastó en ti Dios        
    Que en hacer un ratón, o a lo más, dos.   
“El que se ha suicidado en Madrid es Larra, un escritor satírico de tanto talento como mala intención,
según dicen, que yo no lo he leído ni pienso leerlo
Y leyendo las preferencias de Fernando Calpena, el protagonista, nos damos cuenta de la relatividad del momento histórico: “mándame también el tomo de poesías de Víctor Hugo, Hojas de otoño. Este poeta me enloquece. De Walter Scott quiero la Fiancée de Lamermoor, que conozco y quiero leer de nuevo, y la Hermosa de Perth, que no conozco. Me siento ávido de poesía y literatura; mas no me mandes nada clásico, que me apesta.
Vuelve a fustigar a D. Carlos: “Con tal hombre en su mano, otro Rey habría intentado un golpe decisivo; pero aquel buen señor es incapaz de golpe alguno, como no sean los golpes de pecho. Ni sabe lo que posee, ni distingue los hombres extraordinarios por su mérito efectivo de los que lo parecen por su destreza en la lisonja. Les mide por la adhesión idolátrica que le manifiestan; ha venido haciendo el ídolo de pueblo en pueblo, fiado en que Madrid le tendría dispuesto el altarito”, “El sino de D. Carlos María Isidro era no hacer nada a tiempo, y ver silencioso y lelo el paso de las ocasiones” y “El pobre D. Carlos es víctima de su ineptitud
La España de entonces, no tan distante de la actual:un papel semejante al de los diputados que no dicen más que sí y no, según las órdenes del Gobierno
Tantas frases sonoras y campanudas se me ocurren para maldecir esta endiablada máquina de las sublevaciones militares, que prefiero no transcribir ninguna, seguro de que otras voces y plumas lo expresarán más campanuda y gravemente que yo en el curso infinito de nuestras políticas trapisondas. Es un hecho, es un vicio de la sangre, del cual participamos todos, y con él hemos de vivir hasta que Dios quiera curarnos
Además de sus descripciones tan precisas y serias, ya alabadas en otras entradas, es capaz de regalarnos algunas además jocosas: “Es de esos que llevan dentro del cerebro una barajita de ideas, adquiridas y coleccionadas en el trato de los hombres más vulgares, porque de los eminentes, haya miedo que se le  pegue nada”.

Vaya, parecía que nuestra manía de hacer las estaciones antes de irnos de una visita era cosa de estos días, surgida al tener que esperar el ascensor, pero resulta que no: “
Soy como esos visitantes fastidiosos, que después de despedirse vuelven a pegar la hebra, repitiendo lo que ya dijeron; y en pie, y en la puerta ya, todavía vuelven sobre lo mismo

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:

Tiene algo de Fauno o de Silvano, por la ligereza con que corre
prólogo con morrión.
daba todos sus golpes  en la herradura y ninguno en el clavo

Palabras recuperadas o más bien anticipada:
murria

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
estar a que quieres boca
No vale huir del bulto

Mi cachico:

La tristeza se me va aposentando en el alma, no como huésped, sino como propietario que se decide a ocupar por siempre su domicilio heredado: no podré arrojarla nunca; la siento que se acomoda y agasaja, que enciende el hogar, que coloca sus muebles, que imprime aquí y allá su huella, y va calentando este y el otro rincón. ¿Pero qué me importa no ser nadie, si soy todo para una sola persona, y esa persona es todo para mí? Te aseguro que si no existiera mi madre y la cadena que a ella me une, para mí no habría un bien como la muerte. Me halaga la idea de no sentir nada; de sentir, si acaso, la vaga impresión de la quietud, de la carencia de todo estímulo. Es dulce notar vacíos de interés los dramas y dormidas en nuestro regazo las pasiones. Ayer fui con el párroco a visitar el cementerio: no puedes figurarte la envidia que me daba de los que duermen bajo aquellas lápidas, protegidos por una cruz. Los hay sin lápida; los hay anónimos, de olvidada filiación; los hay sin cruces ni signo alguno. Toda la noche he visto en mi mente las cruces solitarias, algunas no muy derechas, y me ha sido grato pensar en la placidez de los que duermen en la tierra, soñando quizás que han desaparecido del mundo el mal y la ridiculez.

viernes, 11 de enero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie tercera: 5. La campaña del Maestrazgo, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 230

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a  Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

Enmarcada en uno de los episodios más enconados de la Primera Guerra Carlista, el protagonizado por el general Ramón Cabrera en las escarpadas tierras de esta comarca, LA CAMPAÑA DEL MAESTRAZGO gira en torno al simpático y noble personaje de don Beltrán de Urdaneta –en quien se personifican los riesgos e infortunios que pueden recaer sobre alguien envuelto en una guerra fratricida–, así como a los amores entre el joven militar Nelet y la monja Marcela.

Esta novela, la quinta de la Tercera Serie de los Episodios Nacionales: Cristinos y carlistas,  la publicó  Benito Pérez Galdós en 1899

Comienza así:
"En la derecha margen del Ebro y a cinco leguas de la por tantos títulos esclarecida Zaragoza, existe la villa de Julióbriga, fundación de romanos, según dicen libros y rezan lápidas desenterradas, la cual, en tiempos remotos, mudó aquel nombre sonoro por el de Fuentes de Ebro, con que la designaron cien generaciones aragonesas."

LEIDO por.... Andrés:

En la novela seguiremos las andanzas del singular  “aristócrata de raza, maestro en arte social” D. Beltrán, por tierras turolenses y valencianas.
 
"Metieron a D. Beltrán en una casona llamada Corte que hace esquina con el Ayuntamiento [de Alcañiz], gótica, de ojivales porches al exterior, interiormente muy capaz, con ventanas pequeñas, las puertas no muy holgadas"
[Estuve tentado de borrar el infame edificio que aparece al fondo, pero preferí dejarlo para escarnio del edil responsable]

La campaña del Maestrazgo fue, si nos atenemos a lo que nos cuenta  Galdós, una de las más cruentas guerras civiles que hasta ese momento habían asolado España, y descripciones no nos faltan en esta novela, la más cruda hasta el momento:
  • "cacería feroz"
  • "si por economía de víveres se les mataba de hambre, por ahorrar cartuchos se determinó concluirles a bayonetazos"
  • "un cadete de doce años, que fue al matadero emparejado con su padre, [...]. La última res sacrificada fue una cantinera portuguesa."

En esta vorágine sangrienta, según la novela, tuvo mucho que ver el fusilamiento en Tortosa, el 16 de febrero de 1836,  de la madre del General Cabrera
Ello es que sonaron los tiros, y cayó la mujer al suelo, de golpe, sin ruido ni contorsiones, como un vestido, como un colgajo de trapos que cae de una percha…

El personaje histórico principal es el General Ramón Cabrera y Griñó (Tortosa, 1806 – Wentworth,  1877), conocido como «El Tigre del Maestrazgo» para la historía y como “leopardo” en la novela, que no sale mal librado del todo. 
 
Reconoció en él la cara de soberbio gato, que ya había visto, y quedó grabada en su memoria: cara triangular, de pómulos salientes, ojos grandísimos y negros con la ceja corrida, la nariz de mala forma con las ventanillas siempre palpitantes

Se confirma lo que ya apuntábamos en anteriores novelas, la complejidad de los personajes aumenta y con ella la profundidad de la narración.

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:

impedimenta faldamentaria
pesaba sobre un poderoso alazán

Palabras recuperadas o anticipadas, más bien:
tunante
cafre
melopea
garambainas
calentar los cascos
churrigueresco

Mi cachico:

Antes de que pudiera contestarles, resonó el estruendo de una descarga… Corrió Don Beltrán hacia donde la humareda se veía, y distinguiendo los desnudos bultos de cadáveres junto al tapial del cementerio contiguo a la iglesia, lanzó una exclamación de horror y se llevó las manos a la cara. Veinte infelices habían caído ya. A poco trajeron otra cuerda: eran veinticinco, entre ellos los cadetes valencianos que acababan de ingresar en el ejército, y se estrenaban en aquella tragedia. Venían en cueros, resignados, los menos con pocos ánimos, tropezando en el camino; los más altaneros, provocativos. Algunos de ellos, alargando sus brazos hacia la embriagada turbamulta del festín, gritaron frenéticos… «¡Viva Isabel II!»… La descarga les cortó la palabra y el fervor de sus exclamaciones; luego, los tiros sueltos para rematarles sonaban a cacería. Excitados con los vivas insolentes de las víctimas, la soldadesca entregada a la gula prorrumpió en gran vocerío aclamando a los suyos, escarneciendo a los vencidos, que no tenían bastante con la muerte. Mientras traían otra cuerda del cercano corral donde les desnudaban, en la explanada vaciaron más pellejos. Los vacíos yacían en el suelo como cuerpos despanzurrados, sanguinolentos. En algunos grupos, donde con la borrachera se había perdido hasta el último destello de razón, gritaban: «Más, más». ¿Qué pedían? ¿Más bebida o más muertes? Las dos cosas: vino bautizado con sangre.

Soldados del Serrador y de Tallada cogían entre dos los muertos, por pies y cabeza, y los iban arrojando a un lado, formando montón. Las gentes del pueblo, que al principio de la matanza se aproximaron con instintiva curiosidad y querencia insana del terror, huían ya despavoridas. La musiquilla seguía lanzando su chillar bufonesco en medio de la melopea espantosa de tal tragedia, declamada por los fusiles de una parte, de otra por los ayes lastimeros o los arrogantes apóstrofes de las víctimas. Si pavoroso era el estruendo de las descargas, no lo era menos el graznido lúgubre de la banda o murga y el coro desenfrenado y soez de los que comían, bebían y pateaban sobre el propio Calvario… Movido de inmensa compasión, de un sentimiento de protesta contra tanta barbarie, se fue D. Beltrán con paso torpe hacia donde fusilaban… Le entró el delirio de unir un grito suyo al de los que gritando morían. No sabía por dónde andaba… Una mano vigorosa le apartó diciéndole: «¿A dónde va, buen hombre? Atrás, o le coge una bala…». Retirose, metiendo los pies en un charco de sangre… Vio los cuerpos desnudos retorciéndose en el suelo, y la presteza con que los remataban, como quien extermina una plaga de animales dañinos. Huyó el pobre señor horrorizado, sin saber a dónde iba a parar; y más abatido por efecto del pavor que del cansancio, se dejó caer en tierra. Una nueva descarga, alaridos, vivas y mueras, y el coro de los bebedores, que ya era ronco, con voces arrastradas, grotescas, llevaron al colmo su espanto. Se tapaba los oídos: sus miradas buscaban en el movimiento de los grupos algo que indicase la terminación de la matanza; pero nada veía. El humo cubría la hecatombe. Volviendo sus ojos al cielo, ansiando ver algo que borrase de su espíritu la impresión de tales horrores, contempló un instante la inmensidad azul. calmosa y pura.