sábado, 30 de marzo de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie cuarta: 6. Aita Tettauen , de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 249

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.


Animada por una pequeña trama novelesca, AITA TETTAUEN es una completa y verdadera crónica de la «Guerra de África», emprendida por O‘Donnell en 1859 para castigar las frecuentes incursiones marroquíes contra Ceuta y Melilla. La abigarrada ciudad de Tetuán y los moros, judíos y renegados que, dentro de ella, viven su sitio y asalto, se cuentan entre los grandes protagonistas de este movido episodio.

Esta novela, la sexta  de la quinta serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Isabel II El reinado de Isabel II,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1904.

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Comienza así:

Antes de que el mundo dejara de ser joven y antes de que la Historia fuese mayor de edad, se pudo advertir y comprobar la decadencia y ruina de todas las cosas humanas, y su derivación lenta desde lo sublime a lo pequeño, desde lo bello a lo vulgar, cayendo las grandezas de hoy para que en su lugar grandezas nuevas se levanten, y desvaneciéndose los ideales más puros en la viciada atmósfera de la realidad. Decaen los imperios, se desmedran las razas, los fuertes se debilitan y la hermosura perece entre arrugas y canas… Mas no suspende la vida su eterna función, y con los caminos que descienden hacia la vejez, se cruzan los caminos de la juventud que van hacia arriba. Siempre hay imperios potentes, razas vigorosas, ideales y bellezas de virginal frescura; que junto al sumidero de la muerte están los manantiales del nacer continuo y fecundo… En fin, echando por delante estas retóricas, os dice el historiador que la hermosura de la sin par Lucila, hija de Ansúrez, se deslucía y marchitaba, no bien cumplidos los treinta años de su existencia


Seguimos las aventuras y peregrinaje de un nuevo protagonista, apararecido en la novela anterior,  Santiuste, pacifista y enamoradizo, capaz de sobrevivir en cualquier entorno debido a su capacidad de adaptación.

Visitamos la Primera guerra de Africa, inventada por O'Donnell como solución a problemas internos, “Si no inventa O'Donnell la guerra de África, sabe Dios lo que habría pasado.  Fue la guerra un colosal sahumerio…”, primero con nuestro protagonista en la zona ocupada por el ejército de O'Donnell y luego en el interior de la zona marroquí, en Tetuan, “Tettauen, dulce nombre de ciudad, que significa Ojos de Manantiales”. Volvemos a encontrarnos con un personaje apenas vislumbrado en Narváez, cuando conocimos a la familia Ansúrez: el hermano de nuestra vieja amiga Lucila.

Aparece como personaje Pedro Antonio de Alarcón,  que actuó como precursor de lo que hoy llamamos corresponsal de guerra y que escribió  Diario de un testigo de la guerra de África (1860)

Prim empuñó el mástil de la bandera; al viento dio la tela, y con la tela unas palabras roncas, ásperas, como si las soltara con un desgarrón de su laringe…
La batalla de Tetuan, de Francisco Sans y Cabot


 
 ¡qué sería de los cristianos si no tuvieran de General a ese O'Donnell, hombre sereno que en los puntos y momentos de la confusión da sus órdenes con la calma del que sabe el cómo y el por qué de mover una pieza! Todo lo tiene previsto; nada se le escapa… 
La Batalla de Tetuán, de Dionisio Fierros Alvarez


La Batalla de Tetuán, de Mariano Fortuny
Vierte Galdós, por boca de su protagonista una idea muy avanzada para la época:  “Quería decir esto que Dios bendice toda unión de mujer y hombre conforme a su Ley, sin exceptuar los enlaces o casamientos de sacerdotes“ y sobre el pacifismo, “«¿Cree usted en esa confusión del Marte pagano con nuestro Cristo Redentor, que jamás cogió una espada? ¿Qué piensa usted de la Virgen, como dispensadora del triunfo en las guerras, al modo de aquellas diosas que tomaban partido por los griegos o por los troyanos? ¿Al Apóstol Santiago le tiene usted por verdadero general de españoles y matador de moros? ¿Dónde está el texto de Cristo en que dijera a sus discípulos: 'montad a caballo y cortadme cabezas de los hijos de Agar?'»” y también por boca del narrador,  :  “Las dos patrias, las dos religiones, semejantes, en aquel empeño de honor, a las antiguas divinidades iracundas que no se aplacaban sino con holocaustos de sangre, ya podían estar satisfechas.“ y “Lo importante era que habíamos triunfado; que el campo quedó sembrado de cadáveres de enemigos, cosa muy bonita, que siempre relatan con hinchada satisfacción los narradores de batallas, diciendo a menudo con injuriosa y sacrílega frase que mordieron el polvo.


La batalla de Wad-Rass, de Mariano Fortuny

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
 retirado el cabo de vela ya moribundo, erigió un cabo más grande, que casi era sargento

Palabras recuperadas o, mejor dicho, anticipadas:
patio de Tócame Roque
machacante
gramática parda

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
acribillados por las bayonetas

Mi cachico:


Fuese porque aquel día estuviera don Vicente amagado de un nuevo ataque de su mal, fuese porque la noticia de la partida del trovador colmara su exaltación, ello es que el hombre rompió en llanto. Su trabada lengua decía: «Tú vas, Juan, y yo no… Yo inútil, yo… trasto viejo… tú gloria, yo estropajo… Abrázame… te quiero… ¡Viva España…! Hijos míos… Lucila, venid… ¡Que me traigan a Donnell… que me traigan a Prim!». Dichos estos y otros desatinos, salió disparado por el pasillo, los brazos en alto, el andar tan inseguro que daba encontronazos en los tabiques, rebotando de uno en otro. Seguíanle todos asustados de aquel delirio. Al volver a la sala, su rostro amoratado indicaba fuerte congestión; su voz, ya ronca y casi ininteligible, repetía: «¡Prim… ejército… march…!». Para mayor duelo, los chicos menores, que aquel día tuvieron la humorada de disfrazarse de moros, se habían ennegrecido la cara con tizne de la cocina, y haciendo pucheros marchaban detrás de su padre, dando al cuadro, con la mayor inocencia, un tono de trágica burla. Halconero, girando sobre la pierna derecha que de improviso se le quedó como si fuera de palo, cayó al suelo sin que Lucila ni los demás pudieran contener la caída. Pesaba mucho: la palabra escapaba mugiendo de su boca torcida, como escapan los habitantes de una casa que se desploma. Con gran dificultad, entre Lucila, don Bruno y Santiuste, levantaron en vilo el pesado cuerpo, y lo tendieron en la cama.

El médico, llamado a toda prisa, no recetó más que la Extremaunción.”

EPISODIOS NACIONALES, Serie cuarta: 5. O'Donnell , de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas:245

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós(1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado sigloXIX.

Como ocurriera antes y después con Espartero y Prim, O’DONNELL constituyó en sí toda una época en la era isabelina, problemática y pintoresca. A la precaria y difícil situación política sirven de contrapunto en este episodio los vaivenes de Teresa Villaescusa, frívola muchacha perteneciente a la clase media madrileña cuyos vicios y virtudes reflejan los del país.

Esta novela, la quinta de la cuarta serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Isabel II,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1904

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Comienza así:

El nombre de O'Donnell al frente de este libro significa el coto de tiempo que corresponde a los hechos y personas aquí representados. Solemos designar las cosas históricas, o con el mote de su propia síntesis psicológica, o con la divisa de su abolengo, esto es, el nombre de quien trajo el estado social y político que a tales personas y cosas dio fisonomía y color. Fue O'Donnell una época, como lo fueron antes y después Espartero y Prim, y como estos, sus ideas crearon diversos hechos públicos, y sus actos engendraron infinidad de manifestaciones particulares, que amasadas y conglomeradas adquieren en la sucesión de los días carácter de unidad histórica. O'Donnell es uno de estos que acotan muchedumbres, poniendo su marca de hierro a grandes manadas de hombres… y no entendáis por esto las masas populares, que rebaños hay de gente de levita, con fabuloso número de cabezas, obedientes al rabadán que los conduce a los prados de abundante hierba.

Seguimos disfrutando de Galdós, con su visión actual de España:
  • Todos en aquella especie o familia zoológica eran lo mismo: los militares muy valientes, los paisanos muy retóricos, aquellos echando el corazón por delante en los casos de guerra, estos enjaretando discursos con perífrasis galanas o bravatas ampulosas, y cuando era llegada la ocasión de hacer algo de provecho, todos resultaban fallidos, y procedían como mujeres más o menos públicas.
  • traernos a O'Donnell, con su caterva de señoretes tan bien apañados de ropa como desnudos del cacumen
su humor:
lanzaba conceptos de una oquedad retumbante, como los ecos del trueno,
  • cubría su cabeza, bien peinada, con enorme canoa de fieltro
  • La moda exhibía la mitad de una señora colocada sobre la mitad de un globo
y sus descripciones: 
  • espléndida y maciza hermosura bien conservada en sus cuarenta años, tarda en el hablar y muy limitada en sus ideas, era Salomé Ulibarri de Galán
  • miró Teresa el rostro, y espantada de la suciedad espesa que lo cubría, no pudo distinguir las líneas hermosas, ni la noble expresión que debajo de la inmunda costra se escondía.

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
A buenas horas, mangas verdes (me trae recuerdos infantiles)
Señorita del pan pringado
cojondrios

Palabras recuperadas o, más bien, anticipadas:
contubernio
irse de bureo

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
por fas o por netas
no lo soy ni por pienso

Mi cachico:

Internose el mártir por el pasillo, tocando la pared más próxima con una de sus manos, y encontró a un ordenanza que al paso le saludó; luego a un Oficial… después a un perrito que le cedió el paso. Sentía un calor tan sofocante en todo su cuerpo, como si llamas corrieran por sus venas. La fiebre intensa le dificultaba la respiración, le turbaba el entendimiento, quería también imposibilitarle el paso; pero él, con extremada erección de la voluntad, se sostuvo. Ya no sólo era mártir, sino héroe. En su turbación mental, no pensaba más que esto: «Todo menos caerme… caer nunca…». Encontrose en una estancia sombría y anchurosa, en la cual no vio más que libros, rimeros de tomos verdes, todos iguales, como colección de Gacetas o cosa tal, y en la pared retratos viejos de generales con peto rojo cruzado de bandas, el rostro afeitado, la cabeza cana. No había luz de lámparas ni de bujías, ni otra claridad que la del moribundo rayo crepuscular que por dos grandes balcones penetraba. Hacia uno de ellos se encaminó el Coronel, que ya veía los objetos desfigurados por su trastornada mente, y sólo pensaba que sus acerbos dolores se adherían más a él con feroces dientes para devorarle y consumirle. Vio al través de los cristales árboles raquíticos; no vio que, al pie de ellos, unos cuantos caballos de jefes y oficiales generales comían tranquilamente su pienso, colgado el saco de sus propias cabezas. Entre ellos andaban ordenanzas y carreteros, que reían y parloteaban frívolamente. Caballos y hombres tomaron a los ojos del desdichado enfermo figura y voz distintas de las reales. Sus extraviados sentidos hiciéronle ver a su esposa y a su hija, que de un bosquete salían, más que risueñas, riendo a carcajadas, y hacia él se encaminaban con paso que parecía de danza más que andar decoroso de personas formales. Lo que las quiméricas imágenes de las dos hembras le dijeron o quisieron decirle, no lo oyó don Andrés… lo adivinaba quizás por el mover de labios y el gesto expresivo. Ello es que arrimó su rostro a los cristales, desgranando sobre ellos sílabas balbucientes que, interpretadas por derecho, podrían decir: «¡Mujeres de Madrid! aquí estoy. Vosotras reís… yo también, porque me voy y os dejo el dolor, mi dolor… Aquí os lo dejo… Venid por él… Ya veis que yo también me río… ¡Qué gusto quitarme este perro… dejároslo!… Pobrecitas, reíd, reíd». No podía matar a su enemigo, el terrible monstruo que le devoraba; pero sí desprenderse de él, obligándole a que abriera la feroz boca y soltara su presa. El instrumento de abrir bocas de monstruos era la pistola que el Coronel llevaba al cinto, y que cogió con mano firme. Aplicado el cañón a la sien, salió el tiro, y el mártir dejó de serlo.

miércoles, 20 de marzo de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie cuarta: 4. La Revolución de Julio , de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas:  241

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

LA REVOLUCIÓN DE JULIO de 1854 fue el estallido de una situación política insostenible, fruto de un tiempo en que la conspiración, como sugiere Galdós, era prácticamente la ocupación nacional favorita. Interrumpido en el episodio anterior –«Los duendes de la camarilla»– el diario de Pepe Fajardo, proveniente de «Narváez», da ameno conocimiento de los hechos históricos, con los que se entrevera una romántica historia de amor.

Esta novela, la cuarta de la cuarta serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Isabel II,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1903

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Comienza así:

Madrid, 3 de Febrero de 1852.— En el momento de acometer Merino a nuestra querida Reina, cuchillo en mano, hallábame yo en la galería del Norte, entre la capilla y la escalera de Damas, hablando con doña Victorina Sarmiento de un asunto que no es ni será nunca histórico… La vibración de la multitud cortesana, un bramido que vino corriendo de la galería del costado Sur, y que al pronto nos pareció racha de impetuoso viento que agitaba los velos y mantos de las señoras, y precipitaba a los caballeros a una carrera loca tropezando en sus propios espadines, nos hizo comprender que algo grave ocurría por aquella parte… «Ha sido un clérigo», oí que decían; y en efecto, recordé yo haber visto entre el gentío, poco antes, a un sacerdote anciano, cuyas facciones reconocí sin poder traer su nombre a mi memoria… 


Una vez más lo importante es la visión del pueblo, la España de siempre:
  • "Ni entiendo este remoquete de polacos y polaquería con que se designa toda corruptela, los verdaderos o imaginarios chanchullos de que nos habla la vocinglera opinión. "
  • "Mala es, según ella, la polaquería; pero los conjurados no traen otro fin que quitar de las manos polacas el ronzal con que sujetan a esta pobre bestia de la Nación… El ronzal cambiará de mano; pero en éstas o las otras manos, continuarán las mismas mataduras en el pescuezo nacional."
  • "Vosotros sois personas influyentes, y en este país las personas de influjo lo pueden todo. Por amistad y recomendaciones, en España se hace picadillo de las leyes."el sufrido pueblo español, mal gobernado siempre."
  • "¡Desgraciado pueblo, que no esperando nada de la paz, porque en este escepticismo lo mantienen sus gobernantes, lo espera todo de la guerra civil.!"
aderezado con su humor:
  • de un cornudo dice: "Parece que tiene obra en la casa. Quiere aumentar la altura de todas las puertas y entradas del edificio, ja, ja… Y del gavilán que se ha llevado a la paloma, nada sé…"
  • "entre salivas, me roció estas palabras"
  • "Al gordo don José Mora, memorias también, y que deseo que alguien le dé una patada y que vaya rodando, para que reviente y podamos ver lo que lleva dentro de aquel barrigón…"
  • "escriben muy mal, con una ortografía que parece el carnaval del Alfabeto"
  •  "están rabiando por cambiar de estado, ansiosas de pasar de señoritas a señoras, con casa propia, libertad, y hombre a quien poner las enaguas para hacer de él un monigote"

y sus descripciones: "Sotero me presentó a su cara mitad, que es fea, gorda, tuerta; no tiene pescuezo, el seno casi se toca con la barbilla, y los hombros se dejan acariciar por los pendientes de filigrana que cuelgan de sus orejas."
Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
Ya echan también su cuarto a espadas los poetas
como el estallido de una bomba de poesía que se deshace en cascos de prosa.

Palabras recuperadas o, más bien, anticipadas:

marimorena

Mi cachico:
"Entré con mi protegido Risueño, y vi a Merino a punto que montaba en el burro. La hopa amarilla le daba un aspecto aterrador. Cuando le ataban los pies por debajo de la cincha, dijo en tono agresivo: «¡Eh, brutos, que me lastimáis! ¿Creéis que me voy a caer? Traedme un caballo y veréis si soy buen jinete». Cuando el asno daba los primeros pasos, miró don Martín al verdugo y al pregonero que iban a su lado, y con flemático gracejo les dijo: «Buen par de acólitos me he echado»; y volviendo el rostro, se despidió con este familiar laconismo: «Abur, señores, abur».

Vi la oscilación del pueblo, y oí su inmenso clamor de curiosidad satisfecha, el goce del horror gustado en visión teatral y objetiva. No advertí nada que indicase movimiento sedicioso para arrebatar a la Justicia su presa. Más que pueblo, me pareció público aquel mar ondulante de cabezas espantadas, de ojos ávidos del menor detalle, de alientos contenidos, de bocas abiertas sin ninguna sonrisa. En miles y miles de pensamientos humanos brotaba en tal instante la idea de que el pescuezo de aquel hombre vivo, amortajado de amarillo, iba a ser muy pronto triturado dentro de un cepo de hierro, y esta idea ponía en todos los rostros una gravedad y palidez de rostros enfermizos. Decidido a no seguir la pavorosa procesión, me escabullí por la Ronda con ánimo de tomarle las vueltas al gentío, para observar su actitud. De lejos vi que el paso del reo iba levantando la exclamación trágica, y que ésta le seguía por una y otra banda, como siguen las nubes de polvo al torbellino de viento que las eleva.

No vi más al condenado: de lejos distinguí un punto amarillo que se perdía entre bayonetas y sobre la movible crestería de las muchedumbres. "

domingo, 10 de marzo de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie cuarta: 3. Los duendes de la camarilla, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 226

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles —guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares— a lo largo del agitado siglo XIX.

LOS DUENDES DE LA CAMARILLA –monjas, religiosos, cortesanos– rodean con sus esperpénticos manejos la corte de Isabel II a mediados del siglo XIX, tratando de imponer los intereses de una orientación política ultramontana. Sus maquinaciones y enredos se prolongan hasta influir en los destinos de esas gentes populares que Galdós tan bien supo captar y retrata

Esta novela, la tercera de la cuarta serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Isabel II,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1903

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Comienza así:

Medio siglo era por filo… poco menos. Corría Noviembre de 1850. Lugar de referencia: Madrid, en una de sus más pobres y feas calles, la llamada de Rodas, que sube y baja entre Embajadores y el Rastro.

La mañana había sido glacial, destemplada y brumosa la tarde; entró la noche con tinieblas y lluvia, un gotear lento, menudo, sin tregua, como el llanto de las aflicciones que no tienen ni esperanza remota de consuelo. A las diez, la embocadura de la calle de Rodas por la de Embajadores era temerosa, siniestro el espacio que la obscuridad permitía ver entre las dos filas de casas negras, gibosas, mal encaradas. El farol de la esquina dormía en descuidada lobreguez; el inmediato pestañeaba con resplandor agónico; sólo brillaba, despierto y acechante, como bandido plantado en la encrucijada, el que al promedio de la calle alumbra el paso a una mísera vía descendente: la Peña de Francia.

Con un arranque de la novela muy prometedor, entraremos en la vida de la bella Lucila, a la que conocimos ya en Narváez, convirtiéndose el pueblo , otra vez, en el verdadero protagonista de la novela.

Nos volvemos a encontrar con el cura D Merino, “
hombre impasible, de una frialdad estatuaria”, que vivía en un “siniestro pasadizo, que oficialmente se llamaba Arco de Triunfo, y por mote popular Callejón del Infierno” y que quiso ocupar un lugar prominente en la historia.

 
No pueden faltar las descripciones de Galdós:
  • Era Domiciana de mediana estatura, bien dotada de carnes, airosa de cuerpo, desapacible de rostro, descolorida, ojerosa, negros los ojos, la ceja fuerte y casi corrida. Si de media nariz para arriba podría su cara pretender la nota de hermosura, del mismo punto hacia abajo ganaría fácilmente el premio de fealdad por la nariz un tanto aplastada y la conformación morruda de la boca, de labio gordo tirando a belfo
  • Llevaba una falda con volantes, y tan ahuecada, que no cabía por la calle de la Pasa. Una manola que tuvo que meterse en un portal para darle paso, le dijo con desgarro insolente: «Madama, cuando paran los faldones guárdenos usté la cría…».
  • Halconero tenía la cabeza blanca, el rostro encendido, redondo, afeitado, la dentadura sana, los labios sensuales, la nariz aguileña, la frente despejada, y el ánimo, en fin, pacífico, amoroso, propenso a los arrebatos de ternura, así como el entendimiento claro, aunque tirando a lo imaginativo.
Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
Más vale suspirar de joven por enamorada que de vieja por desconsolada
la ociosidad, que es la madre de todos los vicios…
trabajar a moco de candil

Palabras recuperadas o, más bien, anticipadas:

petar
poner punto en boca
caja de mixtos
lujo asiático
ser de encargo
la la zeca y a la meca

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
por de contado
se enchiqueró con un General joven


Mi cachico:

Tembló Cigüela como el pájaro herido; y atontada despidió al viejo y aceleró sus quehaceres en la tienda. En la calle las dos, Rosenda le dijo: «No se encampane usted con lo que voy a notificarle, ni pierda su serenidad. Prométame por cien mil coros de serafines que ha de ser juiciosa. ¿Lo promete?… Pues allá va. Una persona, que no necesito nombrar, ha visto a Bartolomé Gracián».
La impresión de Lucila fue de intenso frío. Dando diente con diente, pudo balbucir estas cortadas expresiones: «No me engañe… ¿Está segura? ¿Y esa persona le conoce bien?… ¿Sería él de verdad?… ¡Oh! siento una pena horrible… una alegría loca… ¿Con que vive? ¿No le han matado?… Pero no es alegría lo que siento; es pena, y pienso que ha de matarme.»

—No dudes que es él… La persona que le ha visto le conoce como nos conocemos tú y yo —dijo la Capitana, que, para inspirar mayor confianza y explicarse con desahogo, inició el tratamiento de tú, necesario ya entre dos amigas—. ¿Pero qué… te pones mala? No, borrica: tómalo con calma, y que este notición no te saque de tus casillas…

—Rosenda, no me mandes que tenga calma —dijo Lucila aceptando el tratamiento familiar sin darse cuenta de ello—. Me has removido toda el alma, sacando arriba lo que ya estaba debajo de todo, y parecía que se iba ahogando… ¿Le ha visto ese señor?… ¿dónde… dónde?

—Serénate. Si te pones muy nerviosa y empiezas a soltar chispas, me callo.

—No, no: háblame… di… Ya me veo corriendo por un precipicio, y aunque quiera volver atrás no puedo. Puede más la pendiente que yo. ¿Dónde?…