viernes, 6 de enero de 2012

LLAMADAS TELEFÓNICAS de Roberto Bolaño

9ª Edición, 2010
Editorial: Anagrama
Páginas: 204

Catorce relatos cortos de Roberto Bolaño, publicado en 1997.

Decía Hemingway que un buen relato debe ser como un iceberg; lo que se ve es siempre menos que lo que queda oculto bajo el agua, y otorga intensidad, misterio, fuerza y significación a lo que flota en la superficie. Los cuentos de este libro cumplen con tal premisa, pero también se sustentan en una afirmación que hace el autor en uno de ellos: la cultura es la realidad. Y así es, al menos en su territorio literario: relatos abiertos, nada previsibles, donde lo que está más allá de la historia que se cuenta -siempre apasionante-, el enigma que hay que desvelar, subyace a lo escrito; donde en cada uno de ellos hay una figura inscrita en la trama del tapiz que hay que descubrir, una figura en la que realidad y ficción se imitan la una a la otra.

Sensini, un viejo escritor sudamericano exiliado -y aquí aparecen las sombras de Onetti y de Moyano, entre otros-, enseña a otro escritor más joven, también expatriado, la picaresca de los premios literarios de provincias. Joanna Silvestri, antigua diva del cine porno, nos habla de su relación con Jack, uno de sus partenaires, y no podemos sino recordar a un célebre actor de este circuito, que murió hace poco de sida tras una vida bastante enigmática. Henry Simon Leprince, o la peripecia, en tiempos convulsos, de un escritor sin talento pero poseído por la literatura. William Burns, un americano tranquilo de California del sur, se ve envuelto en una historia de relaciones triangulares, asesinatos equivocados. Relatos que remiten a otros relatos, a otros escritores, a otras historias, a películas, la obra de un fabulador que, como afirmó un crítico, "mantiene un constante diálogo con la tradición literaria más inteligente, culta y refinada", pero también utiliza con humor y sabiduría los géneros populares.

LEIDO por.... Andrés:

Eligió para regalarme este final de año un libro de Roberto Bolaño, sabía que era un autor que me gustaba mucho, pero no se dio cuenta que los cuentos no me entusiasmaban. Supuso que mi interés por leer su regalo y a Bolaño se impondrían a mis recelos. Y así fue, claro. Afortunadamente, añado, porque me han gustado muchísimo todos los cuentos y no sabría decir cual más.

Son cuentos tristes, sobre personas solitarias y problemáticas,  sobre seres perdidos, fracasados y desgraciados. Son historias sin final, en las que,  la mayor de las veces, el valor está en el coprotagonista, en el otro. Narradas algunas veces recurriendo al narrador indirecto, con un propósito que no alcanzo a vislumbrar.

Son 14 cuentos agrupados en tres grupos: Llamadas telefónicas, Detectives y Vida de Anne Moore. El nombre corresponde al último cuento de cada grupo y no entiendo muy bien el motivo para su agrupamiento, ya que el tema no parece que lo sea, ni la razón de ese título. El libro, siguiendo la misma regla, debería haberse llamado Vida de Anne Moore, el último cuento.

¡Muy buen libro!


Mi cachico:

A su manera, fue pródigo en detalles. Dijo que el pueblo no tenía más de sesenta casas, dos cantinas,una tienda de comestibles. Dijo que las casas eran de adobe y que algunos patios estaban encementados. Dijo que de los patios escapaba un mal olor que a veces resultaba insoportable. Dijo que resultaba insoportable para el alma, incluso para la carencia de alma, incluso para la carencia de sentidos. Dijo que por eso algunos patios estaban encementados. Dijo que el pueblo tenía entre dos mil y tres mil años y que sus naturales trabajaban de asesinos y de vigilantes. Dijo que un asesino no perseguía a un asesino, que cómo iba a perseguirlo, que eso era como si una serpiente se mordiera la cola. Dijo que existían serpientes que se mordían la cola. Dijo que incluso había serpientes que se tragaban enteras y que si uno veía a una serpiente en el acto de autotragarse más valía salir corriendo pues al final siempre ocurría algo malo, como una explosión de la realidad. Dijo que cerca del pueblo pasaba un río llamado Río Negro por el color de sus aguas y que éstas al bordear el cementerio formaban un delta que la tierra seca acababa por chuparse. Dijo que la gente a veces se quedaba largo rato contemplando el horizonte,el sol que desaparecía detrás del cerro El Lagarto, y que el horizonte era de color carne, como la espalda de un moribundo. ¿Y qué esperan que aparezca por allí?, le pregunté. Mi propia voz me espantó. No losé, dijo. Luego dijo: una verga. Y luego: el viento y el polvo, tal vez. Después pareció tranquilizarse y al cabo de un rato creí que estaba dormido. Volveré mañana, murmuré, tómate las medicinas y no te levantes.

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