sábado, 24 de marzo de 2012

UNA VIDA de René Albert Guy de Maupassant


Traducción: Maite Gallego
Edición: 2006
Editorial: DeBolsillo
Páginas: 268

Guy de Maupassant publicó Una vida, su primera novela, en 1883, cuando ya era un escritor famoso, tras la estela de Flaubert; y en ella narró «la humilde verdad» de la vida de una mujer atrapada en un mundo de arcaicas convenciones -regidas por el dinero, los títulos y los hombres- y destinada a sufrir con pasividad los embates de la familia, la religión, el matrimonio, la maternidad, e incluso de«instituciones» menos morales como las amantes de los maridos.

A los diecisiete años, Jeanne sale del internado para regresar a la casa solariega de sus padres en Normandía. Pletórica de ilusiones, mimada por su familia y fascinada por la plenitud de una naturaleza que parece murmurar y soñar con ella, no conoce «del amor sino su poesía». Al cabo de unos meses, está casada con un joven vizconde: el deseo, la sensualidad de su marido la avergüenzan y humillan; pero, cuando finalmente se produce «la revelación misteriosa de esos hechos en los que reside el gran secreto del amor», la convivencia cotidiana, el hábito que sucede fatalmente a los grandes descubrimientos, no tarda en mostrar «las rarezas del carácter de Julián, sus rasgos de dureza, su avaricia y, por fin, su infidelidad».

Tolstoi dice de esta novela “no es sólo incomparablemente la mejor novela de Maupassant, sino  también la mejor novela francesa desde Los miserables

LEIDO por.... Andrés:

No había leído nada de este autor, pero mi mujer, después de releerla, siempre me dijo que fue una novela que al leerla de joven la dejó marcada, me la ponderó tanto, que me vi en la necesidad de ver en que radicaba su valor.

Y aunque no encontré nada de asombroso en aquello que a ella le había impresionado, si me sorprendió una maravilla de escritura, unas descripciones espléndidas y unas retratos de los estados de ánimo que son un portento; todo  ello relatado de una manera, aparentemente, fácil.

Es un libro que se lee sin enterarte, arrastrado por una historia que hoy día nos resulta lejana, pero que nos hace pensar que Tolstoi no debía estar muy descaminado con su apreciación. A mi me ha gustado más que
Los miserables.

En el relato, la iglesia no sale muy bien parada, con frases como “untuoso flujo de los consuelos eclesiásticos”, “falsa tristeza del clérigo para quien los cadáveres son una bendición”, “dispuesto a hurgar con curiosidad de sacerdote en esos misterios de la cama que tan grata le hacían la tarea de confesor” o “una sotana nueva que no tenía aún más que ocho días de manchas”, pero hay un relato verdaderamente estremecedor, brutal:
El padre Tolbiac se quedó, al principio [se trata del parto de una perra, que la chiquillería  observa entusiasmada], atónito; luego, se apoderó de él una furia irresistible; enarboló el enorme paraguas y empezó a dar golpes a diestro y siniestro, con todas sus fuerzas, alcanzando a los niños en la cabeza. Los pilluelos, medrosos, escaparon a todo correr; y el sacerdote se vio de pronto ante la perra parturienta que intentaba incorporarse. Pero ni siquiera la dejo ponerse en pie y, perdiendo la cabeza, empezó a apalearla a más y mejor. El animal, atado con la cadena, no podía escapar y lanzaba espantosas quejas retorciéndose bajo los golpes. El paraguas se rompió; y, entonces, al verse con las manos vacías, el cura se le subió encima, pateándola con frenesí, machacándola, aplastándola. Le hizo expulsar el último cachorro, que salió disparado bajo aquella presión, y remató, con un taconazo sañudo, el cuerpo ensangrentado que aún se retorcía en medio de los recién nacidos que, ciegos y sordos, gañían buscando ya las mamas

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido: 
perturbando con sus voces chillonas el pesado sueño de las calles negras
peregrinación a Santa María de la Panza (quedarse embarazada)

Palabras o expresiones sorprendentes:
instintiva devoción femenina
hacía vibrar en ella esa cuerda poéticamente piadosa que llevan las mujeres en el alma
el padre de mamaita


Mi cachico:

Julien, que se había aseado y sacaba pecho, parecía haber recuperado algo de su pasada elegancia; pero la barba larga le daba, pese a todo, un aspecto vulgar.

Examinó el tiro, el coche y al lacayo; y le parecieron satisfactorios, ya que lo único que le importaba eran las armas recién pintadas.

La baronesa bajó de su cuarto del brazo de su marido, subió al coche con gran trabajo y se sentó, apoyando la espalda en unos almohadones. Luego llegó Jeanne. Empezó por reírse de la pareja de caballos, diciendo que el blanco era el nieto del amarillo; luego, cuando se fijó en Marius, cuya cara ocultaba un sombrero con escarapela al que sólo la nariz del muchachito impedía calarse del todo, cuyas manos desaparecían en lo hondo de las mangas, cuyas piernas cubrían los faldones de la librea como si las envolviera un faldellín del que asomaban, causando extraña impresión, unos pies calzados con zapatones; y cuando vio que tenía que echar hacia atrás la cabeza para ver por dónde andaba; que alzar la rodilla para dar un paso, como si fuera a saltar un río; que moverse como un ciego para atender a las órdenes, oculto todo él, escondido en la ancha ropa, se apoderó de ella una risa incontenible, una risa inacabable.

El barón se volvió; miró, pasmado, al hombrecillo y, contagiándose en el acto, soltó la carcajada y, aunque casi no podía articular palabra, llamó a su mujer:

- ¡Mi-mi-mira a Ma-Ma-Marius! ¡Que facha tan graciosa! ¡Pero qué graciosa!

La baronesa se asomó entonces a la ventanilla y, nada más ver al muchacho, le sacudió el cuerpo tal ataque de hilaridad que toda la calesa bailaba sobre las ballestas como si fuera dando tumbos de bache en bache.

Pero Julien, demudado, les preguntó:

-¿De qué se ríen así? ¿Es qué se han vuelto locos?

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