viernes, 1 de febrero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie tercera: 10. Bodas reales, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 238

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a
Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles —guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares— a lo largo del agitado siglo XIX.

Tras la caída de Espartero como Regente, y para evitar un nueva Regencia, La Reina Isabel fue declarada mayor de edad a los 13 años y casada a los 16 con su primo hermano Francisco de Asís de Borbón.

Esta novela, la décima y última de la Tercera Serie de los
Episodios Nacionales: Cristinos y carlistas,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1900

Comienza así:

“Si la Historia, menos desmemoriada que el Tiempo, no se cuidase de retener y fijar toda humana ocurrencia, ya sea de las públicas y resonantes, ya de las domésticas y silenciosas, hoy no sabría nadie que los Carrascos, en su tercer cambio de domicilio, fueron a parar a un holgado principal de la Cava Baja de San Francisco, donde disfrutaban del discorde bullicio de las galeras y carromatos, y del grande acopio de vituallas, huevos, caza, reses menores, garbanzos, chorizos, etc., que aquellos descargaban en los paradores. ”

La que menos me ha gustado de todas las leídas hasta ahora. La primera mitad muy interesante por los hechos que relata, pero la segunda, las intrigas para casar a la reina,  es totalmente prescindible. Se hace demasiado larga, ya que como dice
Galdós, “no se casa una Reina en lo que se persigna un cura loco”.
 
Boda de Isabel II
Relata la caida de Espartero y  los problemas surgidos por la inteción del gobierno de casar a la reina: “Si algunos de los pueblos pronunciados no pedían la caída del Regente, sino la vuelta del florido López, otros proclamaban la inmediata mayoría de la Reina, resultando un barullo tal, que no lo harían semejante todos los locos del mundo metidos en una sola jaula”. Una época que Galdós nos presenta como una de las más tristes y bochornosas, suponiendo que sea fácil hacer esta distinción en siglo tan negro:
  • No sería justo acusar a los que tales desatinos e insulsas candideces escribían, y esta es otra de las gravísimas corrupciones de la política, que hace a los hombres desvariar ridículamente y decir mil necedades sin creer en ellas.
  • El angustioso lamentar de los cesantes que iban cayendo, y el bramido triunfal de los nuevos funcionarios que al comedero subían, formaban el coro en las vanas tertulias de los cafés.
  • Camino largo y espinoso suele ser en España el que conduce del principio legal a la realización del derecho, y muchas esperanzas cortesanas se pierden en este camino
  • Con dichas leyes fusilaban hoy los fusilables de ayer, y mataban los moralmente muertos. La fortuna y el éxito eran la razón única de que entre tantos criminales, unos fueran asesinos justicieros y otros víctimas culpables.

Narvaez, “el guapo de Loja”, fieramente vapuleado en la novela:
  • El cascarrabias que necesitaba el país en momentos de turbación era Narváez, porque no había quien le igualase en las condiciones para cabo de vara o capataz de presidio.
  • No había otro que le igualara en aptitudes para establecer un predominio efectivo, por la sola razón de ser más audaz, más tozudo y más insolente que los demás.
  • en ocasiones críticas del desbarajuste hispano, fuera Narváez un brazo eficaz, que supo dar a la sociedad desmandada lo que necesitaba y merecía, por lo cual le corresponde un primer puesto en el panteón de ilustraciones chicas, o de eminencias enanas, como quien dice.
  • fusilando españoles, tarea fácil y eficaz a que se consagró desde el primer día de mando.
  • Lo primero es el orden, lo primero es hacer país…
  • su demencia del orden a estados imaginativos muy parecidos al éxtasis
  • Su falta de cultura, su desconocimiento de la Historia, su ignorancia infantil de las artes de gobierno lleváronle a tan descomunal sinrazón.
  • seguía fusilando, deseoso de obtener un orden perfecto; pero a medida que disminuía en España el número de los vivos, el orden se alejaba más, cubriéndose el rostro con un velo muy lúgubre

Respecto a Isabel II, nos dice: “Si algo bueno tuvo no se lo debió a nadie: lo malo no es tan suyo como parece, porque poca defensa contra el mal tiene una pobre niña, gobernante de pueblos, criatura mimada y sin estudios, a quien le ponen de maestros los siete pecados capitales… y no le pusieron más de siete porque no los había.” y “desde su tierna edad le enseñaron el código de las equivocaciones.

Volvemos a encontrarnos a nuestra vieja amiga Jenara de Baraona, viuda de Navarro, relacionándose con los protagonistas de esta novela.

Y para endulzar un poco tan pesimista panorama, un toque de humor, tan galdosiano:  “
rezó un rato junto al féretro, de rodillas, ajándose el vestido y descomponiéndose el escote, del cual se escapaban los mal aprisionados pellejos que un día fueron lucidas carnes

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:

idas y venidas de mosca prisionera que busca la luz y el aire
por su mal le nacieron alas a la hormiga
al que no está hecho a bragas, las costuras le hacen llagas
si susceptible de enmienda es un error, no lo es la necedad
 sin quererlo, por grados inapreciables, se iba haciendo marisco y pegándose por secreciones calcáreas a la roca oceánica de Madrid.
 de ahí le venía la tos al gato

Palabras recuperadas o, más bien, recuperadas:

gutapercha
payo

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
dandil
dobladillando
menjurje (mejunje)


Mi cachico:

Todo ello parece cosa imaginada en juegos de chicos. La imparcialidad ordena decir que los argumentos del Regente, en la proclama que enderezó a los pueblos poco antes de empollar la suya elMinistro universal, adolecen también de inconsistencia y puerilidad; pero el defecto no salta tan vivamente a la vista como en las torpes letras de Serrano y González Bravo. Se ve que estos soldados de fortuna a quienes la guerra llevó rápidamente a las cabeceras de la jerarquía militar, y estos políticos criados en los clubs, recriados con presuroso ejercicio literario en las tareas del periodismo; lanzados unos y otros a la lucha política en los torneos parlamentarios y en el trajín de las revoluciones, sin preparación, sin estudio, sin tiempo para nutrir sus inteligencias con buenos hartazgos de Historia, sin más auxilio que la chispa natural y la media docena de ideas cogidas al vuelo en las disputas; se ve, digo, que al llegar a los puestos culminantes y a las situaciones de prueba, no saben salir de los razonamientos huecos, ni adoptar resoluciones que no parezcan obra del amor propio y de la presunción. Por esto da pena leer las reseñas históricas del sin fin de revoluciones, motines, alzamientos que componen los fastos españoles del presente siglo: ellas son como un tejido de vanidades ordinarias que carecerían de todo interés si en ciertos instantes no surgiese la situación patética, o sea el relato de las crueldades, martirios y represalias con que vencedores y vencidos se baten en el páramo de los hechos, después de haber jugado tontamente como chicos en el jardín de las ideas. Causarían risa y desdén estos anales si no se oyera en medio de sus páginas el triste gotear de sangre y lágrimas. Pero existe además en la historia deslavazada de nuestras discordias un interés que iguala, si no supera, al interés patético, y es el de las causas, el estudio de la psicología social que ha sido móvil determinante de la continua brega de tantas nulidades, o lo más medianías, en las justas de la política y de la guerra.

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