viernes, 7 de octubre de 2011

DON SEGUNDO SOMBRA de Ricardo Güiraldes

Edición, 1988
Editorial: Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Páginas: 227

Esta novela de Ricardo Güiraldes fue publicada en 1926

Narra la triste historia de Fabio Cáceres, un niño que es separado cruelmente de su madre y tiene que vivir con dos tías amargadas e indiferentes que nunca se preocuparon de su educación ni cuidado.
Cansado del maltrato de ambas tías, Fabio huye de esa casa y conoce a don Segundo Sombra, un pampero. El tiempo que vivió en la estancia bajo la dirección y tutela de don Segundo Sombra, a quien Fabio llamaba padrino, conoció todos los secretos de la pampa argentina y así se convirtió en un resero más que vivía cada día de su vida pleno de aventuras entre reses, rodeos y amores, además de una rigurosa educación basada en la moral y las buenas costumbres. La separación entre ambos personajes se dará el día que Fabio herede la fortuna de su padre y tenga que partir para administrar sus bienes.

LEIDO por.... Andrés:

"A la media hora, tenía las rodillas empapadas y las botas como aljibe"
Es el libro, junto con Martín Fierro de José Hernández, que mejor relata la vida de los gauchos, en la pampa argentina. El buen recuerdo de José Hernández me hizo poner a Don Segundo Sombra en mi lista de imprescindibles. 


A pesar de la dificultad de su lectura, utiliza un vocabulario propio de la pampa que se complica aún más en los diálogos, me ha gustado mucho el libro, pues transmite una visión nostálgica de la vida de esa zona de Argentina (el libro se publico a principios del siglo pasado). Sirva de ejemplo estas pequeñas muestras:
-Lo habráh'oído en boca de otro
el rebenque en alto, tomado de la lonja

La pampa, su campo abierto, su calor, su frío, su lluvia y su noche, asi como los animales que la pueblan, son protagonistas siempre presentes en la narración, dando valor a la vida de los protagonistas, expuestos no solo a estas circunstancias, sino también la dureza de la sociedad en esos lugares.


 Mudábanse los tintes áureos de las nubes en rojos, los rojos en pardos”

La novela está plagada de bellas imágenes:
  • Sobre el tendido caserío bajo, la noche iba dando importancia al viejo campanario de la iglesia
  • Un charco bajo sus patas se despedazó chillando como un vidrio roto
  • Yo vi la hoja cortar la noche como un fogonazo
  • empapándome de optimismo en aquella madrugada, que me parecía crear la pampa venciendo a la noche
  • La noche empezaba a desmayarse
  • La noche nos perdió en su oscuridad
  • No hallaba postura y me removía como churrasco sobre la leña, sin poder dar con el sueño
  • manteles manchados por violáceos recuerdos de vino

 "¡Que lindo andar bien montado y estar libre!"
Los diálogos, a pesar de la dificultad señalada, son ágiles, a veces con un humor entrañable:
-¿Quién me da una manito pa ensillar mi potrillo?
-¿Pa qué?
-Pa subirlo.
-Te vah'acer trillar.
-No le hace.
-Yo te ayudo -dijo Horacio-, aunque no sea más que por tomar café esta noche en el velorio.

"-Has de ser nuevo en el oficio.
-Sí -dije como para mí-, soy un nuevo que se va gastando"
 

Buscando la carátula me encontré una de hace mucho tiempo. Tenía una ilustración de Alberto Guiraldes que me trajo a la memoria el maravilloso Martín Fierro de José Hernández, ya que sus ilustraciones acompañan mi edición de Aguilar. No sabía que también había ilustrado la novela de su hermano. He insertado en el texto sus ilustraciones, me parecen preciosas en su simplicidad.

Acaba con un sugerente: “Me fui, como quien se desangra






Mi cachico:

Y salió. Los seguimos. El forastero se quitó, al lado de la puerta, las espuelas, se arrolló el poncho en la zurda y sacó con lentitud el facón. Como si hubiera olvidado su reciente extravío, compadreó risueño:

-Aura verán cómo a un mocoso deslenguao se le corta la jeta.

En el patio de la pulpería había una carreta. Contra una de sus grandes ruedas, Antenor había hecho espaldas y esperaba. El forastero se acercó y, confiado, como quien juega con un chico, tiró a su contrario una cachetada con los flecos del poncho. Antenor hizo un imperceptible movimiento y el poncho pasó sin tocarlo. El quite fue de una precisión admirable: ni un dedo más ni un dedo menos de lo necesario. Creo que todos debimos pensar a un tiempo ¡pobre paisano viejo, su compadrada le iba a salir amarga! El hombre atropelló. Antenor, firme, con una cuchilla de trabajo contra un facón de pelea, sin poncho para meter el brazo, salvaba toda arremetida sacando el cuerpo. De pronto estiró la mano armada y, con un salto, ganó distancia. El paisano del facón tenía un tajo desde el bigote hasta la oreja. Antenor reculaba, dando por concluida la reyerta. Unos apartadores quisieron intervenir.

-Ladeensén -dijo el forastero-: uno de los dos ha de quedar.

Antenor dejó de buscar la carreta, donde se había dado el lujo de pelear a pie firme. Listo sobre las piernas, parecía dispuesto a concluir con furia la pelea que comenzó por fuerza.

No tardó mucho. Un encontrón y vimos al forastero levantado hasta la misma altura de Antenor, para ser tirado de espalda como un trapo.

Se acabó. Lo levantamos para sentarlo en el suelo, con las espaldas apoyadas contra la pared de la pulpería. Se desangraba por el pecho a borbollones.

Hicimos un arco de expectativa en torno suyo. Con inútil angustia presenciábamos el inevitable avance de la muerte, que en cada inspiración se le entraba en el cuerpo, para expulsar la vida en un chorro de sangre y de calor. Un momento se detuvo el baldeo trágico. El moribundo, terroso de haberse vaciado en aquel espasmo, alcanzó a decir muy bajo:

-Aura va a venir la policía a buscarlo a ese hombre. Ustedes son testigos todos de que yo lo he provocao.

Antenor, a caballo, huía.

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