sábado, 6 de abril de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie cuarta: 7. Carlos IV en la Rápita, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 227
 
El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a  Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

 Reflejado a través del personaje de Juan Santiuste, el episodio titulado CARLOS VI EN LA RÁPITA narra cómo Carlos Luis, conde de Montemolín, primo de Isabel II, desembarca en la costa catalana en una intentona calificada tanto de insensata como de romántica por lograr el trono de España.

Esta novela, la séptima de la cuarta serie de los  Episodios Nacionales: El reinado de Isabel II El reinado de Isabel II,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1904.

La tienes en:

Comienza así:
 
Tetuán, mes de Adar, año 5620.

¡Vive Dios, que no sé ya cómo me llamo! Yahia dicen los del Mellah al verme; Alarcón me saluda con apodos burlescos, Profetángano, Don Bíblico; para algunos moros maleantes soy Djinn, que quiere decir diablillo, geniecillo; y mi venerable amigo el castrense don Toro Godo me ha puesto el remoquete de Confusio (con ese). Cuando me recojo en mí, y examino y desdoblo mi personalidad, ahora tan envuelta sobre sí propia, vengo a reconocer que soy aquel Juan que vino de España con el Ejército de O'Donnell, trayendo consigo poco más de lo puesto, un humilde y no manchado apellido, que creo era Santiuste, y una condición que tengo por sencilla y mansa, la cual, dividida en cuartos, me da tres partes de galán enamoradizo y un cuartillo de poeta. Tal soy, tal fui. Quiero reconstruir mi ser sintético, y fundar en él la nueva conciencia que necesito al cabo de tantos trastornos, en ésta mi africana vida tan atropellada y exuberante.

El protagonista, viejo conocido nuestro, pasa a apodarse, jocosamente, como Confusio, y en su peregrinar, como buen mujeriego que es, nos deleita con jugosas descripciones de mujeres:
  • de buena talla, pero ya deslucidita de pintura y barniz 
  • con admirable distribución de carnes en sus contornos y bultos, resultando de tales armonías una combinación feliz de la agilidad y el buen desarrollo
  • Con aditamentos idiomáticos, mejor: El catalán hablado por mujer es una de las más bellas músicas de la boca humana.

El protagonista, también de manera inopinada, vuelve a encontrar a otro hermano de Lucila, este marino y que más tarde, en la próxima novela, llevará todo el protagonismo.

Tenemos alguna ración más se la visión negra que de España que tenía
Pérez Galdós:
  • «Ya ves, ya has visto —dije a Donata— de qué te han valido tus rezos, y cuán indiferente es la Divinidad a nuestras miserias y dolores. El General muerto tenía mujer, tenía hijos, que habrán rezado tanto como tú, y con más afligido corazón… ¡Valiente caso les han hecho! Y es que la proyección de la Divinidad sobre nosotros en forma de culto, es tan falsa como la otra proyección de la Divinidad en forma de justicia. Todo es mentiroso, todo compuesto para el servicio exclusivo de un grupo de poderosos, que se han alzado con el mundo moral y con el mundo físico… ¡Ay, Donata, repugnancia y miedo me da esta oligarquía, formada con la triple casta de soldados, legistas y curas!… ¡Y dicen que así ha de ser; que no existe mejor sistema; que en la majestad de Dios se apoya este armadijo!… ¡Paciencia! Cantemos las glorias de los que nos esclavizan y atormentan».
  • ¿Verdad que me parezco a los políticos proyectómanos de mi patria, que amenizan los ocios de la oficina engrosando ilusiones, fabricando porvenires, o construyendo emporios con materiales de cifras mentirosas, y amañadas premisas de aptitudes falsas o de fertilidades de fantasía…?
  • Por don Isidro Losa me puse en relación con la Madre Patrocinio, y ésta me lo arregló a mi gusto.

Palabras anticipadas:
gaznápiros

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
cojilondrios


General Jaime Ortega y Olleta
Mi cachico:

Sentí aflicción hondísima, terror, vértigo, cual si me viera al borde de un abismo negro y sin fondo. Quise huir, mas ya no era posible: la multitud me enclavijaba en su cuerpo macizo. En mi retina se estampó la imagen del reo, calificado de traidor. Lo sería; mas a mí se apareció revestido de todo el esplendor de la dignidad… Cuando vi que se apartaban de él los curas; que le dejaban solo, cruzado de brazos, sin vendar los ojos, y que él miraba impávido los fusiles que pronto apuntarían a su pecho, cerré los ojos… No quería yo ver tal ultraje a la Naturaleza. Mi temblor y el temblor de todos anunciaban un cataclismo del mundo moral… Repentino acceso de curiosidad me hizo abrir los ojos. Fue en el mismo instante del tremendo disparar de los fusiles. El cuerpo de Ortega saltó en rápida voltereta. Vi las suelas de sus botas, como si patearan el espacio…
El murmullo de la multitud acarició el cadáver como una onda con gemidos de responso. ¡Oh iniquidad, baldón de la Naturaleza, bofetada y palos en la propia persona de la Divinidad! ¡A las tres de la tarde, en un espléndido día de Abril, cuando el sol alegra los campos, y la tierra fecunda echa de sí para regalo del hombre toda la magnificencia de flores y frutos, la ley nos ofrece su auto siniestro de la Fe jurídica y militar, remedo de los sacrificios idolátricos! ¡Y se llama ley lo que es contrario al sentimiento y a la razón; ley, la violación salvaje del principio cristiano! ¿En qué te diferencias, ley matadora, de los criminales que matan? En que revistes tu crimen de etiquetas y trámites, y en que has sabido cohonestarlo con fórmulas hipócritas de moral falsa y de religión contrahecha. Tan execrable eres tú, perversa ley, como tus auxiliares, los hombres trajeados de negro, cuya misión en el patíbulo es comprometer a Dios a que sancione la barbarie llamada pena de muerte… A mi delirio de furiosa protesta puso fin un triste accidente que a mi lado ocurrió. 

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