domingo, 15 de agosto de 2010

CONTRALUZ de Thomas Pynchon

Traductor: Vicente Campos

Círculo de lectores, 2010
1337 pag.

Fue publicada en EEUU en el 2006

El mineral transparente conocido como espato de Islandia posee la curiosa propiedad óptica de la doble refracción: duplica en paralelo la imagen del objeto que se mira a través de él. Si se contemplara la Tierra por una lámina de ese espato, la imagen duplicada no sería exactamente la esperada. En un juego semejante se embarca aquí Thomas Pynchon al recrear un mundo en descomposición, el que va de la Exposición Universal de Chicago de 1893 a los años posteriores a la primera guerra mundial. Cientos de tramas entrelazadas trasladan al lector desde los conflictos laborales en las minas de Colorado hasta el Nueva York finisecular, para pasearlo después por Londres y Gotinga, Venecia y Viena, los Balcanes, el México revolucionario, el París de posguerra o el Hollywood de la era del cine mudo. Y por un laberinto de palacios y burdeles, callejones y desiertos, se mueve una abigarrada galería de personajes: anarquistas, aeronautas, tahúres, canes parlantes, científicos locos, videntes y espías.

Sin embargo, entre el caos siempre emerge algún tipo de orden, junto a paradojas tan sugerentes como ésta: «Siempre es de noche, si no, no necesitaríamos luz».

Los admiradores de Thomas Pynchon verán superadas sus expectativas. Quienes se adentren por primera vez en el universo literario del autor quedarán deslumbrados. Contraluz es una obra monumental: seduce con un ritmo vertiginoso, vapulea al lector con ironía y produce vértigo desde sus primeras páginas.

LEIDO por.... Andrés:

Que se puede esperar de una novela que en la tercera página nos dice lo siguiente: “En un extremo de la góndola, completamente ajeno al trajín de la cubierta, dando con el rabo expresivos golpes contra la tablazón y con el hocico metido entre las páginas de un volumen del señor Henry James, estaba tumbado un perro de raza indeterminada, absorto, parecía, en las páginas del texto que tenía delante.

Había leído hace tiempo su El arco iris de la gravedad y pensé que con uno de Pynchon tenía bastante, pero, no obstante, pasado un tiempo ya andaba ojeando otros libros del autor para ver si me animaba a otra aventura semejante. Así que cuando se publicó este no dudé en comprármelo.

Porque si algo caracteriza los libros de este autor es que son todo una aventura, no una fácil aventurica que nos atrapa y tira de nosotras, sino una trabajada que requiere de todos nuestros esfuerzos como lectores para seguir adelante en su larga travesía. Multitud de paisajes, personajes e historias nos acompañan a lo largo de sus más de 1.300 páginas.

Leer un libro de Pynchon es como moverse campo a través. Unas veces cuesta mucho, hay que ir desbrozando el camino según se transita, y otras veces es fácil y puede hacerse con las manos en los bolsillos, silbando mientras se avanza; pero en todo caso, la cambiante orografía, según el país por el que se transita: EEUU, Inglaterra, Alemania, Italia, los países balcánicos, Siberia, etc.; el cambiante medio de transporte: globo aeroestático, nave subdesertica, tren o andando; el sentirse rodeado por una vegetación: exuberante unas veces y escasa otras; una fauna rica y variada: perros lectores, rayos bolas parlanchines, gnomos, serpientes con garras que hablan y lobos que recitan salmos ; junto con un sinfín de curiosos personajes, el profesor Werfner y su conjugado el Dr. Renfrew, por ejemplo; y objetos extraños: vestidos silenciosos, sistemas de comunicación a través del gas o mecheros con radiolentes, nos permite disfrutar plenamente de la travesía, donde nos cruzaremos con organizaciones con acrónimos bastante extraños, CABREO, CACA, CRETINO y algunas más.

¿Que tiene este libro para que te afanes con ahinco en llegar al final? Para el escritor madrileño Antonio Orejudo lo atractivo de Pyncho es la sorpresa que puede aparecer a vuelta de página. Yo añadiría que un fino humor:
La «habitación libre» en el Silver Orchid resultó ser un hueco entre dos paredes, en la parte de atrás, al que se llegaba a través de una chimenea falsa. Había espacio para Frank y un cigarrillo, si lo partía por la mitad.
Pareces alterado -comentó Humfried esa noche-. Por lo general se te ve más americano, con la cabeza siempre vacía.
-Bien, entonces eres libre.
-?Que soy qué?
-Creía que los americanos conocíais la palabra.
-Me parece que el término que buscas es pobre.

una prosa sugerente:
Había aprendido a apartarse a un lado del día
Era una novia virgen. En el momento de la rendición, sólo deseó convertirse en viento.

y una desbordante imaginación al servicio de la narración, sorprendente en un autor de 69 años.

Dicen que sus más acérrimos fans aseguran que tienen que consultar diccionarios y enciclopedias cada vez que abren un libro del autor, aunque yo la verdad es que no consulto nada. Me dejo perder por las innumerables historias que se entrecruzan a lo largo del libro, unas veces bajo el sol más luminoso y otras bajo una niebla espesa que dificulta el apreciar el paisaje. Pero eso sí, siempre adelante.

Además, al leerlo se ejercitan los biceps (Otro argumento en contra de los libros electrónicos).

Esta vez, termino decidido a volver con Pynchon.

Mi cachico:

Se decía que los grandes túneles como el Simplón o el San Gotardo estaban hechizados, que cuando el tren entraba en ellos y había que renunciar a la luz del mundo, tanto diurna como nocturna, durante el tiempo de paso, por breve que fuera, y el rugido mineral volvía imposible la conversación, ciertos espíritus que habían optado por refugiarse en la feroz tiniebla intestinal de la montaña reaparecían entre los pasajeros de pago, ocupaban asientos vacíos, bebían despreocupadamente de la cristalería tallada de los vagones restaurante, se difuminaban entre las formas ascendentes del humo del tabaco, susurraban propaganda del recuerdo y la redención a los vendedores, a los turistas, a los ociosos, a los suciamente ricos y a otros practicantes del olvido, que no podían percibir a los visitantes con la nitidez con que lo hacían los fugitivos, los exiliados, los dolientes y los espías, es decir, todos aquellos que habían llegado a un acuerdo, a veces muy íntimo, con el Tiempo.
Se sabía que algunos de ellos, raramente pero nunca por casualidad, entablaban conversación con un pasajero. Reef estaba solo en el vagón de fumadores, a una indeterminada hora de la noche oscura, cuando una presencia no del todo opaca se materializó en el asiento afelpado de delante.
-¿En que estarías pensando¿ -preguntó. Era una voz que Reef no había escuchado antes pero que, sin embargo, reconocía.

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