lunes, 28 de febrero de 2011

ANA KARENINA de Leo Tolstoi

Traducción: Víctor Gallego Ballestero
Edicion, 2010
Editorial: Alba
Páginas: 1002

Esta novela de Leo Tosltoi se publicó por entregas en El Mensajero Ruso a partir de enero de 1875, no apareciendo en forma de libro, y ya completa, hasta 1978.

Ana, esposa del alto funcionario Karenin, se enamora de Vronski, un guapo militar. Ana, embarazada por Vronski, huye con éste a Italia, desafiando así el acatamiento a las convenciones sociales que le exigía su marido. La alta sociedad rusa le da la espalda mientras se le estrecha el cerco que culminará en el suicidio: su marido no quiere concederle el divorcio y se niega a que vea a su hijo. Desesperada, abrumada por los celos, Ana se arroja bajo las ruedas de un tren. Es ésta una de las escenas literarias de mayor intensidad que nos ha sido concedida leer, por lo menos eso dijo Vladimir Nabokov, que sentía por esta novela una pasión similar a la que le movía por la poesía de Pushkin. Nabokov dijo que se trata de «la mejor novela de amor de todos los tiempos».

Cuando Dostoievski, que en nada le iba a la zaga como autor, terminó la lectura de la novela se echó a la calle proclamando a gritos que Tolstói era dios.

Habría que fijarse en el contrapunto obligado: la historia paralela del terrateniente Levin, que se construye una vida familiar armónica en el campo junto a su mujer Ketty, y que percibe en las palabras de los campesinos las premoniciones de los sermones evangélicos. Levin prefigura el último Tolstoi, quizá el menos comprendido.

Si quieres ver en Google la ubicación real de los distintos escenarios de la novela, puedes hacerlo en la página Anna Karenina Map.

LEIDO por.... Andrés:

Hay libros emblemáticos que cada uno de nosotros piensa que no deberíamos de dejar de leer. Entre estos yo siempre he incluido algunos de los escritos por los rusos universales. Y esta novela de Tolstoi junto con otras, con algunas de las cuales ya he cumplido, es de las principales. La excelente acogida que tuvo esta traducción y edición me animó a comprarla.

El famoso inicio de la novela, “Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo” ( En ruso: «Все счастливые семьи похожи друг на друга, каждая несчастливая семья несчастлива по-своему»), citada repetidamente en multitud de contextos, es toda una declaración de intenciones. Tres de las cuatro historias de amor de que trata la novela, incluyo el matrimonio de Anna, tienes un desarrollo que no es de felicidad precisamente y la cuarta, la de Levin y Kitty, parece que se complica al final. Pero eso si, cada una a su modo.

He ido últimamente tan en contra de la crítica oficial, que da hasta gusto poder decir a la par con los sesudos críticos, que se trata de una novela magnífica. De las que no hay que perderse. Lectura obligatoria, vamos. He ido recomendándola a todo bicho viviente en el que percibía que tenía cara de saber leer y he averiguado que muchos de ellos ya la habían leído. De lo cual me he alegrado, por ellos, claro, porque tienen la oportunidad de releerla y disfrutarla aún más. Los que no la han leído, ya están tardando.

Este grueso y pesado libro, que cuesta sujetar en según que posturas, se lee con placer, con un discurrir lento y tumultuoso, arrastrado por la forma de contar de Tolstoi, como uno se imagina que es el movimiento de un ancho río por las estepas rusas. Igual de profundo. La séptima parte, con el sufrimiento mental de Anna y su desenlace, me ha parecido especialmente muy bueno.

Que bien retrata Tolstoi el alma humana y que cercanas nos parecen sus descripciones. El ambicioso, por ejemplo: “me parece que tengo ciertas cualidades para la actividad que he elegido, y que si algún día dispongo de cierto poder, ya sea grande o pequeño, estará mejor en mis manos que en la de muchos otros” ¿Quien no ha oído esto multitud de veces?

Por poner un pero al libro, decir que al referirse a una misma persona con dos nombres diferentes, al medio hermano de Levin unas veces le llama Serguéi Ivánovich y otras Kóznishev, dificulta al principio la lectura.

Después de leer La muerte de Ivan Ilich no resulta tan sorprendente que sólo haya un capítulo que tiene título, y que este se llama “La muerte”. Relata la muerte de Nikolái, hermano de Levin.

Resulta curioso comprobar que cada generación piensa que la juventud va perdiendo las buenas costumbres de sus progenitores: “
Era consciente de que en los últimos tiempos las costumbres sociales habían cambiado mucho […] Veía que muchachas de la edad de Kitty organizaban reuniones , acudían a no sé qué cursos, mostraban mayor desenvoltura con los hombres y paseaban solas en coche; muchas no de ellas ya no saludaban con una reverencia y, lo que era aún peor, estaban firmemente convencidas de que la elección de un marido era asunto suyo, no de sus padres


Me ha sorprendido encontrar que ya entonces se usaban remedios que todavía se usaban en mi infancia “
El médico de cabecera le había recetado aceite de hígado de bacalao


Solo una vez, cuando nos relata como el coronel “
Serpujovski besó los frescos y húmedos labios del apuesto sargento y, después de secarse con un pañuelo, se acercó a Vronski”, asistimos al curioso saludo ruso.


Resulta sorprendente la facilidad con que se ruborizaban las mujeres y los hombres. Y con que facilidad se robaban niños y que natural parecía: “Se había divorciado ya de su marido, cuando dio a luz a su primer hijo, que murió poco después del parto. Los familiares de madame Stahl, que conocían su sensibilidad y temían que esa noticia acabara con su vida, sustituyeron al niño muerto por la hija de un cocinero de la corte [que por lo visto no tenía sensibilidad, patrimonio de las clases altas], que había nacido esa misma noche".

Volviendo al tema de la importancia de las traducciones, traigo esta vez una muestra, no de estilo, sino de una opinión sobre las corridas de toros. La traducción de
Víctor Gallego Ballestero, nos muestra un comentario abiertamente en contra: “Los deportes brutales, como el boxeo o las corridas de toros españolas, son una señal de barbarie”, mientras que la única traducción que he encontrado en internet, de traductor desconocido como casi siempre en este medio, es bastantes más ambigua: “El terrible deporte del boxeo o el riesgo que afrontan los toreros españoles podría quizá ser signo de barbarie


Ha sido tres veces llevada al cine, con Greta Garbo en 1935, Vivien Leigh en 1948 y Jacqueline Bisset en 1985,

y una a la televisión con Sophie Marceau en 1997, donde Vorski perdió el bigote (no podría ni atusarse el bigote ni morderse las guías).

Palabras recuperadas:
Billete: Carta breve, mensaje.
Arrebol: 1 Color rojo de las nubes iluminadas por los rayos del Sol. 2 El mismo color en otros objetos y especialmente en el rostro. 3 Colorete.

Palabras sorprendentes:
Plegadera: que definida como «Utensilio de metal, madera, marfil, etc., que se emplea para plegar y cortar papel», en la novela se utiliza para marcar las páginas.

Mi cachico:

Saltó por encima de la zanja como si no existiera. Había volado como un pájaro. Pero en ese mismo instante Vronski notó con horror que, en lugar de seguir el paso del animal, había hecho un movimiento en falso, tan incomprensible como imperdonable, cuando se dejaba caer en el la silla. De pronto su situación cambió, y comprendió que había sucedido algo terrible. Antes de que pudiera explicarse lo que había ocurrido , vio que Majotin le adelantaba como un rayo, montado en su potro alazán de patas blancas. Vronski puso un pie en tierra y la yegua se inclinó sobre ese lado. Apenas tuvo tiempo de retirarlo cuando Fru Fru se desplomó de costado, resoplando penosamente y haciendo vanos intentos por levantarse con su cuello delicado y sudoroso, debatiéndose como un ave herida a los pies de su amo. El torpe movimiento del jinete le había quebrado el espinazo. Pero Vronski no lo supo hasta mucho más tarde. En esos momentos sólo veía que Majotin se alejaba deprisa, y que él estaba allí de pie, solo, tambaleante, en el suelo fangoso y que Fru Fru yacía a su lado, respirando trabajosamente, alargando la cabeza hacia él y mirándole con sus magníficos ojos. Sin comprender aún lo que había sucedido, tiraba de las riendas. La yegua se estremeció de nuevo como un pez, sacudiendo los extremos de las silla, logró levantar las patas delanteras, pero faltaron las fuerzas para erguir la grupa, vaciló y volvió a caer de costado. Con el rostro desfigurado por la cólera, pálido, el mentón tembloroso, Vronski le dio un taconazo en el vientre y tiró una vez más de las riendas. Pero la yegua no se movió, hundió el hocico en la tierra y dirigió a su amo una elocuente mirada.

-¡Ay! -gimió Vronski, llevándose las manos a la cabeza-. ¡Ay! ¡Qué he hecho! -gritó-. ¡He perdido la carrera! ¡Por mi culpa! ¡Qué error tan vergonzoso e imperdonable! ¡Y mi querida yegua! ¡Pobrecita! ¡La he matado! ¡Ah! ¿Que he hecho?

Acudieron varias personas, el médico, el practicante, los oficiales de su regimiento. Con gran disgusto suyo, comprobó que estaba sano y salvo. La yegua se había roto el espinazo, así que decidieron rematarla

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