domingo, 2 de diciembre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie segunda: 9. Los apostólicos, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 242
 
El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX. 

LOS APOSTÓLICOS, nombre que recibían los que andando el tiempo integrarían el bando carlista, recoge como transfondo un momento crítico de la historia española: el de los últimos tiempos del reinado de Fernando VII, casado ya con la napolitana María cristina, y las intrigas en torno a la sucesión del trono.

 Esta novela, la novena de la segunda serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Fernando VII,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1879

Comienza así:

Tradiciones fielmente conservadas y ciertos documentos comerciales, que podrían llamarse el Archivo Histórico de la familia de Cordero, convienen en que Doña Robustiana de los Toros de Guisando, esposa del héroe de Boteros, falleció el 11 de Diciembre de 1826. ¿Fue peritonitis, pulmonía matritense o tabardillo pintado lo que arrancó del seno de su amante familia y de las delicias de este valle de lágrimas a tan digna y ejemplar señora? Este es un terreno oscuro en el cual no ha podido penetrar nuestra investigación ni aun acompañada de todas las luces de la crítica

LEIDO por.... Andrés:

Volvemos a sentir vergüenza nacional por los acontecimientos que nos relata en esta ocasión Galdós. Menos mal que una buena prosa y el humor que le caracteriza nos hace ameno el tragar esas píldoras históricas:
  • Pintémosla en dos palabras. Era fea
  • los pisos eran tales, que una naranja tirada en ellos hubiera estado rodando una hora antes de encontrar sitio en que pararse
  •  Durante el viaje el fraile hablaba por siete, siendo tan extremado aquel día el desorden caótico de su cabeza que no hablara mejor ni con más gracia el mismo descubridor de los cerros de Úbeda, o el fabricante de los pies de banco
  •  ¿Y qué?, ¿perderemos esta ocasión de trasladarnos otra vez a la Villa y Corte sin pagar costas de viaje? No mil veces; que estas ocasiones no se presentan todos los días. Callandito nos deslizamos dentro de la carta, y henos aquí en poder del ordinario de Toledo que puntualmente la llevará a su destino, y con ella a nosotros. Haciéndonos cómplices de sus proyectos narrativos
  •  Puede suponerse lo que sería una pendencia clerical y política entre dos aragoneses de sotana. Una mezcla explosiva.
 No podía faltarme un par de excelentes descripciones: “Era un joven de aspecto más bien ordinario que fino, de rostro tan salpicado de viruelas, que parecía criba, de complexión sanguínea y algo gigántea; de ajustada chaqueta vestido, con el pelo corto y la frente más corta acaso” y “La segunda llamaba la atención por su arremangada nariz, su boca fruncida, su entrecejo displicente, ...

 

Crítica a los gustos de la época:

  • El despotismo ilustrado y sus jardineros aspiran a más; aspiran a que la Naturaleza no parezca Naturaleza sino un reino fiel sometido a la voluntad de su dueño y señor
  • Los parisienses que en esto de hacer modas se pintan solos y cuando no pueden inventar formas y colores nuevos les dan nombres extraños, habían lanzado al mundo el color jirafa, el pasa de corinto, el no menos gracioso La Vallière, el azul Cristina; pero los que verdaderamente merecen un puesto en la historia son el color ayes de Polonia y el humo de Marengo
  • La elegancia de estos trajes se pierde en la oscuridad de los tiempos, y a nuestro siglo sólo ha llegado una especie de alcachofa de burdos refajos, dentro de la cual el cuerpo femenino no parece tal cuerpo, sino una peonza que da vueltas sobre los pies

Galdós nos invita a que asistamos, como espectadores de fila 1, a una de las bofetadas más famosas de la historia: el día 22 de septiembre de 1832, la infanta Luisa Carlota, hermana de la reina, abofeteó al ministro Calomarde por su intento de engañar al rey Fernado VII para la derogación de la ley Sálica, aprobado por este en 1830. Calomarde volvió a repetir la famosa frase: manos blancas no ofenden. 
 
Infanta Luisa Carlota

Maniobras tendentes a lograr el reinado del Infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, que no queda muy bien parado por la pluma de
Galdós, Era un genio negativo, o hablando familiarmente, no valía para maldita de Dios la cosa” y “Luego se encerró en su oratorio donde rezó gran parte de la noche, pidiendo a Dios, su superior jerárquico, y a la Limpia y Pura, su generala en jefe, que salvaran la vida de su amado hermano Fernando. Tal era, ni más ni menos, aquel D. Carlos que en España ha llenado el siglo con su nombre lúgubre, monstruo de candor y de fanatismo, de honradez y de ineptitud. Maniobras que llevarían a las Guerras carlistas, que se desarrollarán en la tercera serie.

Infante Carlos María Isidro

 Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
es el cocodrilo que besa
cuya suavidad, semejante a la de un puerco-espín
está más embobado que novio en vísperas
parecía una limosna de cabellos enviada por el Cielo sobre su cráneo

Palabras recuperadas:

pena negra
boccato di cardinale
palique
era algo teniente
despedirse a la francesa
una cosa es predicar y otra dar trigo
Estar podrido de dinero
tonto de capirote
magín

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
sed de humo (vicio del fumador)
apandar (apropiarse)
Chiquilicuatro (RAE: Zascandil, mequetrefe)


Mi cachico:

Cuando Calomarde entregó a la Infanta el manuscrito, que tantos desvelos y fingimiento había costado a los apostólicos, Carlota no se tomó el trabajo de leerlo y lo rasgó con furia en multitud de pedazos. Con el mismo desprecio y enojo con que arrojó al suelo los trozos de papel, echó sobre la persona del ministro estas duras palabras, que no suelen oírse en boca de príncipes: 


-«Vea usted en lo que paran sus infamias. Usted ha engañado, usted ha sorprendido a Su Majestad abusando de su estado moribundo; usted al emplear los medios que ha empleado para esta traición, ha obrado en conformidad con su carácter de siempre, que es la bajeza, la doblez, la hipocresía».
 

Rojo como una amapola, si es permitido comparar el rubor de un ministro a la hermosura de una flor campesina, Calomarde bajó los ojos. Aquella furibunda y no vista humillación del tiranuelo compensaba sus nueve años de insolente poder. En su cobardía quiso humillarse más y balbució algunas palabras:
 

-Señora... yo...
 

-Todavía -exclamó la Semíramis borbónica en la exaltación de su ira-, todavía se atreve usted a defenderse y a insultarnos con su presencia y con sus palabras. Salga usted inmediatamente.
 

Ciega de furor, dejándose arrebatar de sus ímpetus de coraje, la Infanta dio algunos pasos hacia Su Excelencia, alzó el membrudo brazo, disparó la mano carnosa... ¡Plaf! Sobre los mofletes del ministro resonó la más soberana bofetada que se ha dado jamás.
 

Todos nos quedamos pálidos y suspensos, y digo nos, porque el narrador tuvo la suerte de presenciar este gran suceso. Calomarde se llevó la mano a la parte dolorida, y lívido, sudoroso, muerto, sólo dijo con ahogado acento:
 

-Señora, manos blancas...
 

No dijo más. La Infanta le volvió la espalda

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