martes, 29 de junio de 2010

EL PASEO de Robert Walser

Traducción: Carlos Fortea

Un poeta sale a pasear y ante su mirada se alternan la belleza de la vida y el absurdo de las convenciones de la sociedad, el sonido de una voz que canta y el espectáculo del gran teatro del mundo. Entre el sabor más crítico y la más pura de las reflexiones, El paseo es una espléndida muestra del arte de este autor

LEIDO por.... Andrés:

La primera noticia de Robert Walser la tuve leyendo la novela Los hermosos años del castigo, de Fleur Jaeggy, que comienza así:
“A los catorce años yo era alumna de un internado de Appenzell. El lugar por el que Robert Walser había dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio, en Herisau, no lejos de nuestro instituto. Murió en la nieve. Hay fotografías que muestran sus huellas y la posición del cuerpo en la nieve. Nosotras no conocíamos al escritor. Ni siquiera nuestra profesora de literatura lo conocía.”

Me puse a buscar algo sobre este autor y descubrí que había sido muy admirado, y aún lo es por algunos, por Kafka (que lo leía en voz alta a sus amigos), Robert Musil, Vila-Matas, en su Doctor Pasavento, lo convierte en héroe moral por su " afán de librarse de la conciencia, de Dios, del pensamiento, de él mismo" (cuando leí esta novela debió ser la primera vez que supe de Walser, pero no picó mi curiosidad), Canetti y Coetzee, entre otros. De ahí a leer algún libro suyo solo faltaba pasar por la biblioteca y sacar esta miniatura.

Se trata de una narración corta, que no llega a 80 páginas, donde nos relata el paseo del poeta como conversando con el lector, dirigiéndose a éste regularmente
“ Desapruebo tan fea palabra y ruego al lector que me perdone.”
“Quizá nunca un autor haya pensado en el lector, de manera constante, tan tierna y gentilmente como yo.”
paseo contado como el que recuerda algo y lo comenta según le viene a la memoria, a saltos, como un ir y venir a recuperar algo interesante que nos hemos saltado de la historia que queríamos contar.

Hay un espíritu optimista a lo largo de todo el paseo, salvo al final, cuando el narrador es plenamente consciente de su soledad, que nos hace disfrutar agradablemente de todo el trayecto. No he encontrado, sin embargo, nada extraordinario en esta novela, lo que me lleva a pensar que la grandeza de Walser o está en otras obras suyas o fuera de mi alcance.

Mi cachico:

“... mientras me ocupaban toda clase de pensamientos más o menos bellos y agradables, porque, al pasear, muchas ocurrencias, relámpagos y luces de magnesio se mezclan y se encuentran con naturalidad para ser cuidadosamente elaboradas, vino a mi encuentro un hombre, un monstruo, un armatoste, que casi oscurecía por entero la luminosa calle, un tipo espantoso, largo y espigado, al que por desgracia conocía demasiado bien, un personaje en extremo peculiar, a saber, el gigante

Tomzack

Lo hubiera creído en todos los demás lugares y en todos los demás caminos antes que en este dulce y apacible camino rural. Su fúnebre y horripilante presencia, su carácter trágico y monstruoso, me insufló terror y apartó de mí toda expectativa buena, bella y luminosa y toda jovialidad y alegría. ¡Tomzack! Acaso no es cierto, querido lector, que el nombre solo suena ya a cosas horribles y tristes.

—¿A qué me persigues, qué precisas para salirme al paso en mitad del camino, oh, desdichado? —le grité; pero Tomzack no me dio respuesta alguna. Me miró alto, es decir, me miró bajando la vista desde arriba, porque me superaba sensiblemente en longitud y estatura. A su lado, me sentía un enano o un pobre y débil niño pequeño. El gigante hubiera podido pisotearme o aplastarme con la mayor facilidad. Ah, yo sabía quién era. Para él no había descanso. Vagaba por el mundo sin reposo. No dormía en ninguna dulce cama, ni podía habitar ninguna casa acogedora. Habitaba en todas partes y en ninguna. No tenía patria, ni poseía derecho alguno. Sin patria y sin suerte; sin amor alguno y sin alegría tenía que vivir. No tenía interés por nadie, y tampoco nadie se interesaba por él ni por sus actos ni por su vida. Pasado, presente y futuro eran para él un desierto sin entidad, y la vida era demasiado escasa, demasiado pequeña, demasiado estrecha para él. No había ningún sentido para él, y a su vez él no significaba nada para nadie. De sus grandes ojos salía un torrente de pesadumbre ultramundana o inframundana. Un dolor infinito hablaba en sus cansados y laxos movimientos. No estaba vivo ni muerto, no era joven ni viejo. Me parecía tener cien mil años, y me parecía como si tuviera que vivir eternamente para no estar eternamente vivo. Moría a cada instante, y sin embargo no podía morir. No había para él una tumba con flores. Me aparté de su camino y murmuré para mis adentros: «Adiós, y de todas formas que te vaya bien, amigo Tomzack». “

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