miércoles, 20 de julio de 2011

EL JINETE POLACO de Antonio Muñoz Molina

Edición, 1991
Editorial: Planeta
Páginas: 577

Esta novela de Antonio Muñoz Molina se publicó en 1991

El protagonista, que es traductor simultáneo, va evocando en un relato, que es como un rompecabezas en el que todas las piezas acaban por encajar, la vida en el pueblo andaluz de Mágina, donde nació. Su bisabuelo Pedro, que era expósito y estuvo en Cuba, el abuelo, guardia de asalto que en 1939 acabó en un campo de concentración, sus padres, campesinos que llevaban una vida resignada y oscura, él mismo en su niñez y adolescencia, testigo de la gran transformación que sufre el lugar con el paso de los años. Van apareciendo también otros muchos habitantes de Mágina, como el jefe de policía, poeta vergonzante, el fotógrafo, un periodista, el comandante Galaz que en 1936 reprimió la sublevación militar, y el anciano médico, extrañamente relacionado con el descubrimiento de la momia de una mujer joven emparedada. En el curso de un largo período de tiempo, entre el asesinato de Prim en 1870 y la guerra del Golfo, estos personajes forman un apasionante mosaico de vidas a través de las cuales se recrea un pasado que ilumina y explica la personalidad del narrador.

Antonio Múñoz Molina
, en una historia admirablemente bien trabada y escrita con una seguridad y brillantez de estilo y de lenguaje excepcionales, nos da en El jinete polaco, Premio Planeta 1991 y Premio Nacional de Narrativa de España en 1992, una obra única en el panorama de la literatura española contemporánea.

LEIDO por.... Andrés:

SIN QUE SE DIERAN CUENTA se les hizo de noche en la habitación de donde no habían salido en muchas horas, donde habían estado abrazándose y conversando en una voz cada vez más baja, ...

Esta novela la tenía pendiente desde hace mucho, aparecía en distintos artículos y siempre bien. Así que tocaba este verano.

¡Pero que bien escribe este chico! Me quedaban cien páginas y me demoraba en leer para que no se acabase pronto. No recuerdo los primeros libros que leí de Muñoz Molina: Sefarad, El invierno en Lisboa, Ardor guerrero y El dueño del secreto, pero desde luego me parece mucho mejor que el último leído, La noche de los tiempos, y este me gustó bastante.

Crónica social de Mágina, nombre novelesco con que designa a su Úbeda natal, de los últimos cien años y, por extensión, de la sociedad donde yo también crecí. De forma que al disfrute puramente literario, se añade el viaje a la nostalgia: la música de mi adolescencia: Credence, Ike y Tina Turner, The Doors, el “Je t'aime, moi non plus”, The Animals, Janis Joplin, Carole King; el profesor de gimnasia y de educación del espíritu nacional, los granos en la cara, los Celtas, la adolescencia, los primeros chicos que se atrevieron con el pelo largo, los primeros turistas, los vaqueros, el abandono del campo, los porros...

Novela plagada de personajes inolvidables (mientras me duren en la memoria, claro, cada vez más volatil), algunos muy reales y otros con un perfil más novelesco. Además de los protagonistas, Manuel, el narrador y Nadia Galaz, destacan:

  • La familia de Manuel, su bisabuelo Pedro Expósito Expósito, sus abuelos maternos Manuel y Leonor, Francisco, su padre y demás.
  • Florencio Pérez Tallante: Subcomisario de policía. Que jamás aclaró ni un solo crimen ni obtuvo una sola confesión ni se atrevió a publicar con su propio nombre los versos que escribía. “No estaba seguro de que la poesía y los calzoncillos largos fueran compatibles con la autoridad
  • Don Mercurio: Médico, cheposo, que guardaba el secreto de la mujer emparedada.
  • Ramiro Retratista: Fotografo y conservador de la historia gráfica de Mágina, invisible en sus fotos.
  • Comandante Galaz Con su copia de El jinete polaco de Rembrandt siempre a cuestas, desde que estuvo por primera vez en Mágina.
  • Domingo González Ciego, por dos disparos de sal en los ojos, “llevaba una pistola del nueve largo en el bolsillo y no dormía nunca porque el hombre que lo dejó ciego le prometió que volvería alguna vez a matarlo
  • Lorencito Quesada: insigne repórter y veterano dependiente de El Sistema Métrico, decano en Mágina de los corresponsales de prensa
  • Tte Chamorro: Diplomado por la Escuela Popular de Guerra de Barcelona, preso durante catorce años por auxilio a la rebelión militar.
Y otro personaje, este figurado, que cabalga a lo largo del libro, con distinta presencia, El Jinete Polaco de Rembrandt (1655), que da título al libro Con sus párrafos interminables a que nos tiene acostumbrados, asistimos, dando saltos en el tiempo, a esta saga familiar, compuesta de una manera muy poco usual, pero tremendamente absorbente.

¡Que bien describe la desolación de los personajes!:

  • El personaje tan laboriosamente edificado por mí con el auxilio del alcohol y la música se desvaneció igual que arde un guiñapo de paja: ya era de nuevo yo mismo, nadie
  • No estaba seguro de que la poesía y los calzoncillos largos fueran compatibles con la autoridad”
  • con una expresión de animal abandonado en las pupilas
  • Ahora sé quién soy porque tú me miras y me nombras y me haces aprender cosas de mí que había olvidado
  • el tiempo es como un traje que siempre me cae mal, se me queda corto y ando desesperado, o de pronto me sobra y no sé qué hacer con él
  • «Yo creo que llega a los sitios nada más que para irse cuanto antes de ellos»
  • voy adentrándome en la geografía ilimitada de tu ausencia
Mi cachico:

Era el capitán Monasterio quien mandaba la formación. Ahora sólo se oían sobre la grava los pasos del comandante Galaz. Cientos de caras iluminadas por los reflectores y muy parecidas entre sí lo estaban mirando acercarse. «¡Capitán Monasterio!», dijo en voz alta y clara: nadie lo había oído nunca gritar. El capitán Monasterio se volvió lentamente hacia él, que seguía acercándose, los brazos oscilando junto a las caderas, la mitad de la cara tapada por la sombra de la visera de la gorra, los tacones de sus botas aplastando la grava con un ritmo metódico. «A la orden de usted, mi comandante, sin novedad en el batallón», el capitán Monasterio se cuadró, gordo y sudoroso, con una mirada fija de cobardía y de odio que era idéntica a la de todos los oficiales y suboficiales de la primera fila: el comandante Galaz, solo y firme frente a todos ellos, sin más defensa que su arrogancia y su pistola, recordó la sensación de saltar sobre una trinchera y oír a su alrededor silbidos de disparos. «Capitán Monasterio», dijo, «ordene derecha y descanso y luego rompan filas». El capitán Monasterio había dejado caer la mano y volvió la cara hacia los otros oficiales, como pidiéndoles desesperadamente ayuda. La presencia inmóvil y compacta de las hileras de soldados tenía el espesor de un muro contra el que chocaran las voces. El teniente Mestalla salió de la formación y dio unos pasos hasta llegar a la altura del capitán Monasterio. Era demasiado joven y demasiado soberbio y ya no tendría tiempo de corromperse ni aprender. Su admiración fanática hacia el comandante Galaz se había transmutado en odio con esa rapidez extrema con que cambia el sentido de los afectos en las adolescencias retardadas sin que varíe la locura de su intensidad. «Nadie va a ordenar rompan filas», dijo, y el esfuerzo del desafío y del grito le quebró la voz. «Póngase firme, teniente»: el comandante Galaz habló tan bajo que sólo el teniente Mestalla y el capitán Monasterio oyeron lo que decía. El teniente Mestalla separó un poco más las piernas y se cruzó de brazos. «Yo no obedezco a un traidor.» Mientras desabrochaba la funda de su pistola el comandante Galaz seguía mirándolo a los ojos. Apretaba los dientes y un leve espasmo nervioso le estremecía las mandíbulas. El comandante Galaz sacó la pistola, le quitó el seguro, vio una geometría inmóvil de caras y miradas detenidas en él, volvió a decirle en voz baja al teniente Mestalla que se pusiera firme, pero las piernas siguieron separadas y los brazos cruzados retadoramente sobre el pecho y el teniente no miró ni una vez la pistola que se alzaba en dirección a él. Permaneció erguido unos segundos al recibir el disparo, que provocó en la formación un sobresalto unánime, un movimiento parecido al del agua de un lago donde se arroja una piedra.

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