sábado, 26 de noviembre de 2011

JUVENTUD de J.M. Coetzee

Traducción: Cruz Rodríguez Juiz
Edición, 2010
Editorial: Mondadori
Páginas: 167

Evocación en forma de memorias, donde J. M. Coetzee revisita su juventud, período fundamental de aprendizaje para el autor y narrador de la historia, un estudiante de matemáticas e inglés que quiere ser escritor. Para conseguirlo, se traslada desde Ciudad del Cabo hasta la capital inglesa, huyendo de la situación claustrofóbica y compleja que atraviesa su país y de una serie de circunstancias personales conflictivas.

En esta búsqueda de sí mismo, el joven protagonista aparece como un individuo atormentado e inseguro, aterrorizado ante la imposibilidad de encontrar una voz narrativa que dé salida a sus aspiraciones creativas.

Continuación de Infancia, Juventud confirma la capacidad de J. M. Coetzee para examinar con un tono desgarrador hechos y sentimientos complejos, aunque terriblemente comunes a todas las personas.

LEIDO por.... Andrés:

Había disfrutado leyendo DesgraciaEn medio de ninguna parte y La edad de hierro. Antes de hincar el diente a Verano me apetecía leer antes algo de la misma trilogía y como esta novela me fue más fácil encontrarla, aquí estoy.

Asistimos a la búsqueda del protagonista de su espíritu de artista, sus dudas sobre el camino a seguir, su  repaso de los distintos autores que considera importantes, que a veces resulta un poco aburrido, su lucha por la inspiración y su mujer ideal, que considera necesaria para llegar a serlo, “Es muy consciente de que su fracaso como escritor y su fracaso como amante van tan estrechamente ligados que muy bien podrían ser la misma cosa”. Su trabajo como programador informático que le permite vivir en Londres, pero que siente que le aleja de su futuro de artista, siempre presente en su discurso y siempre lejano. En fin, como siempre con Coetzee, la narración resulta en su conjunto un poco triste, dura cuando habla de sus relaciones familiares y de su vida sentimental, a pesar del distanciamiento que en todo momento mantiene el narrador con el protagonista. La escena del aborto es francamente deprimente y la crudeza con que habla de su familia conmueve. Sin ser de las mejores novelas de Coetzee, tiene pasajes espléndidos:
  • dos derrotados dándose cobijo uno en los brazos del otro, consolándose: la perspectiva es demasiado humillante. Lo mismo podrían casarse y pasar luego el resto de la vida cuidando el uno del otro como inválidos”.
  • aunque presentara una petición de asilo político en el Ministerio de Exteriores no se lo otorgarían. ¿Quién le tiene oprimido?, preguntarían en el Ministerio. ¿De qué huye? Del aburrimiento, respondería. De la ignorancia. De la atrofia moral. De la vergüenza

Cuando se piensa que “Solo el amor y el arte son, en su opinión, dignos de una entrega sin reservas”, ni trasladándose a Londres le resulta fácil encontrar a la “Destinada, entonces su manera de hacer el amor no tendrá precedentes, está seguro, será un éxtasis cercano a la muerte; y cuando después vuelva a la vida será un ser nuevo, transformado”, que le facilitara el acceso a la categoría de artista, que ni el sabe muy bien en que consiste. Pero este desconocimiento le dificulta su ansiada búsqueda.

En Londres conoce el cine europeo de los años 60 del siglo pasado, Antonioni, Bergman, y se enamora de Mónica Vitti. Me ha alegrado encontrarme con La trilogía de Apu, magníficas películas que al protagonista le produce “un estado de embelesamiento”.


Visita las librerías de Charing Cross Road y probablemente visitara, en el número 84, la librería Marks & Co. coincidiendo con los dependientes que conocimos de la mano de Helene Hanff, en su libro 84, Charing Cross Road.


Foyle's Bookshop, Charing Cross Road, London, 5 November 1955


El apartheid y su crítica, siempre presente en sus libros, es un trasfondo de su relación con Sudafrica. La matanza de Sharpeville, marzo de 1960, fue un suceso importante en el periodo que abarca el libro.


Resulta estimulante encontrar vivencias personales casi parecidas a las nuestras:
Visita a un oftalmólogo y sale con un par de gafas de carey negro. En el espejo se parece aún más al cerebrito cómico del mayor Arkwright. Por otra parte, al mirar por la ventana descubre asombrado que distingue las hojas de los árboles una a una. Los árboles han sido un borrón verde desde que tiene uso de razón. ¿Habría tenido que llevar gafas toda la vida? ¿Explica esto que fuera un pésimo jugador de críquet, que la pelota siempre pareciera acercársele salida de ninguna parte?” En mi caso la visión fue unos visillos, que vi por primera vez con unas pliegues marcadísimos, que daban solidez de estatua a las corinas de mi casa.

Mi cachico:

¿Qué espera conseguir con las cartas esta mujer obstinada y sin gracia? ¿Es que no ve que las pruebas de su fidelidad, por mucho que se empeñe, nunca le harán ablandarse y regresar? ¿Es que no puede aceptar que su hijo no es normal? Debería concentrar su amor en su hermano y olvidarse de él. Su hermano es un ser mucho más simple e inocente. Su hermano tiene un corazón tierno. Que cargue él con la responsabilidad de quererla; que le digan a su hermano que de ahora en adelante es el primogénito, el más querido de su madre. Entonces él, el olvidado, podrá llevar la vida que le plazca.  

Eso es lo peor. La trampa que su madre ha construido, una trampa de la que todavía no ha encontrado el modo de escapar. Si cortara todas las ataduras, si no escribiera nunca, su madre deduciría lo peor, la peor conclusión posible; y solo pensar en el dolor que la atravesaría en ese momento le da ganas de taparse los ojos y los oídos. Mientras viva su madre él no se atreve a morir. Mientras viva su madre, por tanto, su vida no le pertenece. No puede derrocharla. Aunque no se quiere demasiado a sí mismo, debe cuidarse por su madre, hasta el punto de abrigarse, comer sano y tomar vitamina C. En cuanto al suicidio, no cabe ni planteárselo.

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