lunes, 24 de enero de 2011

NIEVE de Maxence Fermine

Traducción: Javier Albiñana
Edicion, 2001
Editorial: Anagrama
Páginas: 105

Esta novela de Maxence Fermine fue publicada en 1999.

A finales del siglo XIX, el joven poeta japonés Yuko se ejercita en el arte del haiku. Para perfeccionarse, decide viajar al sur del país al encuentro de Soseki, un anciano pintor que se ha quedado ciego. En esta relación hecha de respeto, de silencio y de signos, la imagen obsesiva de una mujer desaparecida entre las nieves reunirá a los dos hombres. Una fábula intemporal, que habla al lector de vida y de poesía, de amor y de muerte.

LEIDO por.... Andrés:

Teniendo pendiente la lectura de Opio, me pareció una buena idea leer, mientras la librería nos conseguía el libro, la primera novela de Fermine, y ahora, una vez leido, no se si ha sido tan buena idea, porque como no remonte....

Me ha parecido un cuento insustancial, muy suave, muy blanco, muy poético, pero sin sustancia. Menos mal que es muy corto, lo cual hay que agradecer al autor.

Claro, que cuando leo la contraportada, donde dice:
  • ¡Me enloquece este cuento!
  • Un relato hermoso
  • Bellísimo relato de iniciación
  • Una delicada historia de arte
  • Una fábula ligera y etérea como un haiku
llego a la conclusión que no debo saber leer demasiado bien, cuando no aprecio los valores de este cuento y casi no me atrevo a publicar mi entrada. Pero bueno, como las visitas a mi blog se cuentan con los dedos de una mano, el riesgo de que mi prestigio se derrita como la nieve es mínimo. Además, solo sería confirmar lo que ya algunos saben, que soy un poco rarito en mis gustos lectores.

Para mi cachico he seleccionado un pequeño chiste surrealista, casi de lo único que me ha gustado.


Mi cachico:
El método de enseñanza del maestro no se parecía a ningún otro.
La primera mañana de clase, junto al río aún bañado por el alba, pidió a Yuko que cerrase los ojos y se imaginase el color.

-El color no está fuera. Está en tu interior. Sólo la luz está fuera -dijo-. ¿Qué ves?
-Nada. Con los ojos cerrados, lo veo todo negro. ¿Usted no?
-No -contestó Soseki-. Veo también el azul de las ranas y el amarillo del cielo. Así pues, ¿quien de los dos está más ciego?

Yuko hubiera querido decir que el cielo no era amarillo ni las ranas azules, pero se abstuvo de hacer el menor comentario. Tal vez el anciano se hubiera vuelto loco. O aquello fuera pura senilidad. No quiso decepcionarlo.
-Maestro -dijo-, empiezo a ver.
-¿Qué ves?
-Veo el rojo de los árboles.
-Tonto -contestó Soseki-. Eso no puede ser. Aquí no hay árboles

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