miércoles, 16 de marzo de 2011

ROJO Y NEGRO de Stendhal

Traducción: Antonio Vilanova
Edición, 1965
Editorial: Círculo de Lectores
Páginas: 523

Esta novela de Stendhal se publicó en 1831

Julien Sorel, el protagonista de esta novela, es uno de los mayores antihéroes de la literatura moderna. De familia pobre, aunque heredero de una ambición más bien napoleónica, Julien intenta abrirse camino como ayudante de cura (para lo cual simula ser un hombre piadoso, aunque sólo recita la Biblia de memoria para impresionar a los demás), luego como sacerdote y, más tarde, con un matrimonio por conveniencia. Aparentemente dispuesto a decir y a hacer cualquier cosa por medrar, Julien resulta casi entrañable en el marco de la sociedad en que le ha tocado vivir, esa serie de castas que tan bien ha sabido retratar Stendhal y que, de espaldas a Julien, sin embargo han decretado no sólo sus deseos, sino lo que debe hacer para cumplirlos y, posiblemente, su fracaso.

La obra se juzga como una de las mejores de la narrativa francesa, ejemplo de novela psicológica; influyó a muchos escritores del Realismo, en particular a León Tolstói, y ya en el siglo XX a André Gide.

LEIDO por.... Andrés:

Estaba entre mis clásicos pendientes y algún día le tenía que llegar su hora. Otra vez el mercadillo de Ozanam me presentó la oportunidad.

La novela, con una buena traducción de Antonio Vilanova a mi entender, no parece de principios del siglo XIX. Se lee con mucha facilidad y disfrute, a pesar de que su temática, los amores e intrigas del abate Sorel, no la hacía demasiado interesante para mi en principio, pero es mérito de Stendhal que resulte atractiva. Buena novela, sin duda.

La novela está dividida en dos partes claramente diferenciadas. La primera parte, nos presentan los inicios y aprendizajes de Julián Sorel en provincias y sus amores con la Sra. de Renal, “«Esta mujer ya no puede despreciarme -se dijo-; en este caso, tengo que ser sensible a su belleza: ¡estoy obligado a ser su amante!»”,mientras que en la segunda, ya en París, encontramos a un protagonista ya más avezado en las habilidades del intrigante y que se enamora de Matilde, “«es evidente que han sido mis miradas, llenas de frialdad, las que han encendido ese extrañó amor que esta muchacha de tan rancia nobleza pretende sentir por mí. Sería el colmo de la necedad por mi parte que llegara a gustarme esta gran muñeca rubia.» ”. Estos dos amores serán los que marcarán su destino.

Aunque se dice que el título del libro podría aludir a los colores de los uniformes del ejército (rojo) y de los sacerdotes (negro), no me ha parecido así, ya que el ejército apenas aparece en la novela. Más bien creo que puede tratarse de la vida rural, Verriéres (pequeña ciudad inventada por Stendhal), con todos los encantos e inconvenientes de estos ambientes tan restringidos, frente a la vida en una gran urbe, con sus intrigas palaciegas y la lucha por el poder, como París.

Por hacer mención, una vez más a las traducciones, un ejemplo. Mientras la traducción de Antonio Vilanova dice: “Ahora la civilización ha desterrado el azar; lo imprevisto ya no existe”, la de internet dice: “Ahora la civilización y el prefecto de policía han desterrado el azar, lo imprevisto ya no existe ”. Uno se queda con la duda si el prefecto de policía es un invento o un olvido.

Mi cachico:

Bajó, colocó la escalera contra una de las persianas, volvió a subir, y pasando la mano por la abertura en forma de corazón tuvo la suerte de encontrar enseguida el alambre sujeto al gancho que cerraba la persiana. Tiró del alambre y, con alegría infinita, vio que la persiana cedía a su esfuerzo. «Hay que abrir poco a poco y procurar que sea reconocida mi voz.» Abrió la persiana lo suficiente para meter la cabeza, y repitió varias veces en voz baja: «Es un amigo».

Se aseguró, prestando atención, de que nada turbaba el silencio profundo del cuarto. Pero, decididamente, no había en la chimenea lamparilla alguna, ni siquiera medio apagada; aquello era muy mala señal.

«He de andar con cuidado para que no me peguen un tiro.» Recapacitó un momento; luego se atrevió a golpear con los nudillos en el cristal: nadie contestó; golpeó más fuerte.

«Aunque rompa el cristal, hay que acabar con esto.» Volvió a golpear con insistencia y creyó entrever en aquella oscuridad profunda como una sombra blanca que atravesaba la habitación. En fin, ya no cabía duda, una sombra parecía avanzar con extrema lentitud. De pronto vio una mejilla que se apoyaba en el cristal al que había pegado los ojos

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