miércoles, 16 de marzo de 2011

EL VANO AYER de Isaac Rosa

Edición, 2008
Editorial: Seix Barral
Páginas: 304

Esta novela de Isaac Rosa se publicó en 2004

En plena agitación universitaria de los años sesenta, un viejo profesor se ve implicado en un confuso incidente que provoca su expatriación. La reconstrucción de su peripecia saca a la luz la inexplicada desaparición de un estudiante. Hasta aquí, podría parecer un mero retrato de la represión franquista. Sin embargo, los testimonios de reprimidos y represores, víctimas y beneficiarios del régimen, en constante diálogo con el lector —y con el autor mismo— sitúan la controversia sobre la memoria en un infrecuente lugar: la memoria no es aquí respuesta, sino la única pregunta válida.

El vano ayer está muy lejos de ser otra novela sobre nuestro pasado reciente. Es una original aproximación al franquismo proyectada sobre sus consecuencias aún vigentes y basada en una apuesta formal contraria a la frecuente aceptación literaria de esquemas preconcebidos. Sorprendente y movediza, supone una llamada de atención sobre las trampas de una memoria sentimental y decorativa que desemboca en formas próximas a la nostalgia y anula por igual responsabilidad y sufrimiento.

Mediante la fórmula de la novela en marcha, y utilizando una ironía que realza los aspectos más trágicos de la narración, Isaac Rosa expone los cimientos, los mecanismos de la novela, para que el lector sea consciente de ciertos espejismos —nada inocentes— y decida si quiere caer en ellos.

LEIDO por.... Andrés:

En un artículo de El País sobre el libro Derrota y restitución de la modernidad 1939-2010, séptimo volumen de la Historia de la literatura española que, bajo la dirección de José-Carlos Mainer, han preparado los profesores Jordi Gracia y Domingo Ródenas, estos “proponen como nombres relevantes de la literatura del presente los de Javier Pérez Andújar, Isaac Rosa, Ricardo Menéndez Salmón y Pablo Sánchez”.

Esta alusión me animó a conocer a todos ellos, pero como a Ricardo Menéndez Salmón ya lo conocía por haber leído hace poco La ofensa (2007) y Derrumbe (2008), busqué libros de los otros tres. El primero es este.

La técnica narrativa empleada en ésta novela, “novela en marcha”, que no conocía, me ha sorprendido por su imaginación: un autor quiere escribir una novela y nos va contando todo su proceso creativo. Búsqueda del protagonista entre varias opciones, creación de su personalidad e historia, argumento de la novela, desenlace, etc. todo ello recurriendo a distintos aportes, bibliográficos, históricos, disertaciones de personajes ficticios, imaginación del autor, aportes de lectores, por ejemplo, y de esa forma va desarrollándose y creándose la novela. Se permite hasta dos historias paralelas, tal cual, de la vida del protagonista en cierto periodo, críticas a la propia novela por un personaje que además nos completa la historia hasta entonces desconocida y muchas fórmulas más, a cual más ingeniosa. Todo un alarde que nos lleva a disfrutar con una historia que parece generada por nosotros mismos.

A veces se permite presentarnos distintas alternativas en el desarrollo de la novela, “podemos elegir su salvación, concederle unos metros de ventaja sobre los agotados policias […], o podemos decidir que sea herido por una bala...” y en otra ocasión se permite responsabilizar a “un grupo de radicalizados lectores [que] acosa al autor con el propósito, con la exigencia, de que introduzca un personaje” del desarrollo de la novela. Juego continuo.

Es curioso como una crítica que yo hacía a la novela según la iba leyendo, me pareció en algunos pasajes sectaria, llegado un capítulo lo veo reflejado en la confesión de un policía que se permite opinar sobre la forma de la novela, “¡no me negará que es una novela insoportablemente reiterativa!, usted desconoce por completo el arte de la sugerencia, de lo implícito, de las lecturas indirectas”, como si estuviera leyéndola con nosotros, y que inicialmente parece sincera y objetiva, pero que poco a poco vemos que no deja de ser una autodefensa de las conductas que dice negar, dejándome con cara de pardillo, por pecar de ingenuo y creerle de los mios.

El título proviene de unos versos de Antonio Machado del poema El mañana efímero
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero.
Con el que juega en el texto: “un personaje que [… el reclamado por los radicalizados lectores... ] amplíe la idea central de que el vano ayer ha engendrado un mañana vacío, mediante un trastoque de términos: el brutal ayer, dicen, ha engendrado un mañana (por hoy) brutal

El autor maneja hábilmente un humor irónico y socarrón que a mi me agrada mucho, con continuos guiños al lector, aunque a veces puede parecer un poco ácido o cínico, “de acuerdo en que el vano ayer pueda engendrar un mañana vacío, pero nada indica que el brutal ayer tenga continuidad en un mañana brutal”, pero el continuo juego le permite salir indemne, pues no se sabe si el origen es del autor o de alguno de los espontáneos colaboradores.

Tremenda descripción de la tortura, puesta en boca de un supuesto torturado y que por la forma en que esta narrada, como si fuera una persona ajena a la novela que aporta su conocimiento para que esta sea más real, la hace más creíble todavía. Leer también mi cachico

Hay un capítulo, redactado en castellano antiguo, que no llego a entender su utilidad.

Y la novela termina “Hay personas capaces de cruzar la vida sin marcharla y sin ser manchados por ella. Nunca he entendido esa discreción extrema, esa actitud de quien parece vivir porque no queda otro remedio

Mi cachico:

A veces es necesario abandonar por un momento ambigüedades, juegos literarios, relatos horadados que precisan la complicidad del lector para que los complete con su inteligencia, con su imaginación, con sus propios miedos y deseos; a veces es necesario el detalle, la escritura rectilínea, cerrada, completa, descriptiva sin concesiones. Por ejemplo, cómo podemos referirnos a la tortura en una novela. Por ejemplo, cómo podemos referirnos a la tortura en una novela. Podemos hacerlo -así lo hemos hecho páginas atrás- desde la indefinición, la suposición, abandonando al protagonista en el momento en que es tumbado sobre una mesa, desnudado, amordazado; y a continuación incluir un tragicómico manual de torturas para que sea el lector el que complete el círculo, el que relacione, el que, en definitiva, torture al protagonista, imagine sus músculos tensados, su piel probando colaboraciones ajenas. Pero en ese caso descuidamos nuestro propósito y lo dejamos a merced del criterio del lector, que en función de su disposición podrá limitarse a escuchar los gritos desde una habitación contigua; o contemplar fotografías forenses; o asistir a la tortura aunque tapándose los ojos, mirando sin querer mirar a través de los intersticios de sus dedos colocados como antifaz; o si sus conocimientos médicos se lo permiten podrá adivinar los destrozos interiores, los que no se ven, la extravasación de la sangre, la formación silenciosa de hernias, la quiebra en sordina de los huesos más delgados, la hinchazón de los órganos, la coagulación sanguínea en el laberinto cerebral; o incluso participar, algunos lectores sádicos preferirán participaren el tormento , empuñar la vara que azota, retorcer los miembros con sus propias manos, levantar las uñas con ese bolígrafo publicitario que guardan en el bolsillo de la camisa, accionar la dinamo eléctrica con habilidad insospechada; y también habrá, seguramente, lectores débiles, indulgentes, garantistas, que elijan absolver al detenido, desamordazarlo, devolverle sus ropas y conducirlo ante un juez, abrir una investigación a los funcionarios implicados, etc.

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