jueves, 23 de agosto de 2012

EL DUELO de Joseph Conrad

Traducción: NO FIGURA
Edición: 2009
Editorial: Leer-e
Páginas: 85

Esta novela de Joseph Conrad fue publicada en 1907

Napoleón I, cuya carrera militar tuvo las características de un duelo contra toda Europa, desaprobaba los duelos entre los oficiales de su ejército. El gran emperador militar no era nigún espadachín y sentía poco respeto por la tradición. A pesar de eso, una historia de duelo, que acabó convirtiéndose en leyenda militar, recorrió la epopeya de las guerras napoleónicas. Para sorpresa y admiración de sus camaradas, dos oficiales, como artistas enloquecidos que pretendieran refinar el oro puro o rizar el rizo, mantuvieron una disputa particular durante aquellos años de matanza generalizada.

Los dos protagonistas de la novela, dos tenientes de húsares, no pueden ser más distintos entre sí, tanto por su aspecto, uno gordo y otro flaco, por su carácter, uno fogoso y otro flemático o incluso por sus ideas políticas, uno incondicional admirador de Napoleón Bonaparte y el otro más bien frío con las ideas imperiales. Sin embargo, el ambiente social y el código de honor que comparten los mantendrá indisolublemente unidos, porque no hay nadie más cercano, más intimo y más familiar que el hombre que habrá de matarte. Y con el tiempo dejará de importar la razón por la que comenzó esta enemistad y proseguirá solamente la ceremonia violenta, como un sacrificio a un dios que muere cada año pero nunca resucita.

LEÍDO por.... Andrés:

De Conrad había leido  El confidente secreto, El corazón de las tinieblas y El agente secreto, en 1986, 1990 y 2002, respectivamente, de forma que en mi segunda incursión electrónica se me ocurrió leer esta corta novela, de la que no sabía nada.

Me he vuelto a encontrar con un libro escaneado (OCR) sin una buena revisión. Abundan los errores tipográficos resultado de una mala interpretación del programa de OCR, por ejemplo: "-¡M,m! Me lo asegura …", "con mudó sorpresa", "1e aseguraba", ... . ¡Lástima!


Entrando ya en materia, señalar que desde nuestros días nos cuesta entender la fuerza del honor en los tiempos de Napoleón Bonaparte, pero es algo que está muy comprobado, de hay nuestra extrañeza ante la imposibilidad del teniente (cuando comienza la historia)  D'Hubert para salirse de la persecución de su compañero de armas el también teniente Feraud, que está dispuesto a repetir cuantas veces sean necesarias, y posibles, el duelo entre ellos hasta que uno de ellos muera. Época en la que era posible lo siguiente:
—Debe comprender —comenzó [el coronel del regimiento]— que la vida de cualquiera de los individuos del regimiento me importa un bledo. Los enviaría a los ochocientos cuarenta y siete, hombres y caballos, al más seguro de los desastres sin más remordimientos que si hubiera muerto una mosca.
—Sí, mi coronel, pero usted iría a la cabeza del regimiento —dijo el teniente D'Hubert con una lánguida sonrisa

En el inicio, Conrad se posiciona claramente a favor de la caballería entre las otras armas:
Eran oficiales de caballería, y su contacto con el brioso y altivo animal que conduce a los hombres a la batalla parece particularmente apropiado al caso. Seria difícil imaginar como héroes de esta leyenda a dos oficiales de infantería, por ejemplo, cuya fantasía se encuentra embotada por las marchas excesivas, y cuyo valor ha de ser lógicamente de una naturaleza —más laboriosa. En cuanto a los artilleros e ingenieros, cuya mente se conserva serena gracias a una dieta de matemáticas, es simplemente imposible imaginarlos en semejante trance.

Novela corta y de fácil lectura, para disfrutar unas pocas horas.

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
semejaban frescas ninfas en medio de un despliegue de gargantas y brazos desnudos


Palabras o expresiones sorprendentes:
Estaba, sin duda, contento de no haber muerto al teniente Feraud
España, [...] la patria de las mantillas y las naranjas.

Mi cachico:

De un salto se puso en pie, empujando su silla y bostezó exageradamente como señal de que no daba importancia a sus presentimientos, y, tumbándose sobre el lecho, se durmió. Durante la noche se estremeció violentamente varias veces, pero sin despertar. Por la mañana cabalgó hacia las afueras de la ciudad entre sus dos padrinos, charlando de temas indiferentes y observando a izquierda y derecha, con aparente desenvoltura, la espesa niebla matinal que cubría los verdes prados lisos bordeados de cercas. Saltó un foso y divisó la silueta de varios hombres montados que cabalgaban envueltos en la neblina.

«Parece que tendremos que batirnos ante una numerosa galería», murmuró amargamente para sí.

Sus padrinos se encontraban preocupados por el estado del tiempo, pero de pronto los pálidos rayos de un sol anémico perforaron trabajosamente las pesadas evaporaciones, y el capitán D'Hubert vio, a cierta distancia, a tres jinetes que galopaban separados de los demás. Eran el capitán Feraud y sus padrinos. Sacó el sable y comprobó que lo tenía bien sujeto a la muñeca. Y luego los padrinos, que se habían mantenido hasta entonces en un grupo cerrado, con las cabezas de los caballos juntas, se separaron a trote lento, dejando un amplio espacio entre él y su adversario. El capitán D'Hubert miró el pálido sol, observó la desolación de los campos, y la estupidez de la lucha inminente lo llenó de tristeza. Desde un rincón apartado del prado, una voz estentórea gritó las órdenes a intervalos regulares: Au pas... Au trot... Charrrgez!... No sin motivos experimenta el hombre presentimientos de muerte, pensaba D'Hubert en el preciso momento en que espoleaba su cabalgadura.

Y por esto quedó enormemente asombrado cuando, a la primera arremetida, el capitán Feraud recibió una herida en la frente, que, cegándolo con su sangre, puso fin al combate casi antes de que empezara. Era imposible continuar. Dejando a su enemigo, que blasfemaba horriblemente, debatiéndose entre sus dos afligidos amigos, el capitán D'Hubert volvió a saltar el foso hacia el camino y troto rumbo a casa con sus dos padrinos, al parecer anonadados por el vertiginoso desenlace del encuentro

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