miércoles, 8 de agosto de 2012

MIENTRAS AGONIZO de William Faulkner

Traducción: Jesús Zulaika
Edición: 2009
Editorial: Anagrama
Páginas:239

Fue la quinta novela de William Faulkner, publicada en 1930, y es considerada una de sus obras maestras y uno de los libros por los que sentía más aprecio. Lo escribió, según él mismo explicaba, en seis frenéticas semanas, de madrugada, mientras trabajaba como bombero y vigilante nocturno de la central eléctrica de la universidad de Mississippi. 

Relata la peripecia de una familia de blancos pobres, los Bundren, que recorren los parajes rurales del Sur con el cadáver de la esposa y madre en un ataúd para enterrarla en una parcela de su propiedad. Esta aventura tragicómica, en la que se entremezcla un humor de tintes ácidos con la más arrolladora desolación, está narrada mediante una sucesión de monólogos interiores de los diversos personajes: el patriarca familiar, los hijos y la propia muerta, que habla al lector desde «el otro lado», desde el más allá. Y en este viaje con ecos grotescos de la Odisea homérica y de episodios bíblicos, Faulkner introduce los temas y obsesiones que fecundan su literatura: la decadencia del Sur, el viaje iniciático, la culpa que atormenta a los personajes, la transgresión y su castigo, el peso opresivo del pasado.

La historia está ambientada en Yoknapatawpha County, Misisipi, un condado imaginario que recuerda a Lafayette County en el que el autor vivió.

LEIDO por.... Andrés:

La propia figura de William Faulkner ya es suficiente atractivo para acercarse a su obra. Había leído ya Luz de agosto y La paga de los soldados, (en mi lista de pendientes quedan El ruido y la  furia y ¡Absalón, Absalón!), pero fue el artículo de El País, Seis escritores en busca de William Faulkner, donde 3 ellos decían que su mejor novela era ésta que ahora nos ocupa, el desencadenate necesario para que me decidiera a leerla. ¡Y, desde luego, fue una sabia decisión!

A través de las narraciones de 15 personajes distintos, quince narraciones en primera persona, quince puntos de vista diferentes, asistimos a las vivencias de la familia Bundren y de algún otro personaje. Son 59 capítulos que con párrafos cortos, concisos, sincopados, junto con diálogos escuetos y toscos,  como puede apreciarse en Mi cachico, nos transmiten la dureza de la vida de esa familia, en un entorno natural que sobrepasa a los personajes.

Uno tiene la sensación de que la acción se desarrolla en blanco y negro, como una película de las de antes.

El sonido de la sierra de Cash, mientras prepara un ataúd para su madre, nos acompaña, como música de fondo, en los primeros capítulos:
  • "Comienzo a oír la sierra de Cash"
  • "ni siquiera  puede oír desde allí la sierra de Cash "
  • "Podemos oír cómo Cash sierra y clava "
  • "A una milla de distancia ya  le oía serrar a Cash "
  • "Más allá del porche, la sierra de Cash ronca enérgicamente en la tabla "
  • "De esa parte me llega el son de la sierra de  Cash "
  • "nosotros oímos a Cash cada vez que maneja la azuela o la sierra "
preparándonos para seguir la odisea de la familia en su traslado del cuerpo de la madre, hacia la tumba donde prometió Anse, el padre,  que descansaría.

Una gran novela, altamente recomendable.

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
parecía un gran pájaro encogido por el frío en el asiento de la carretera
lanzando sus ojos hacía mí como un par de sabuesos en corral ajeno
Si hubiera sido menos hombre no se habría aguantado a sí mismo tanto tiempo


Mi cachico:

–¿Por qué no se mete en casa, a resguardo de la lluvia? –dice Cash. Padre le mira, mientras las gotas le caen por la cara despacio. Es como si sobre una cara tallada por un caricaturista brutal fluyera una monstruosa parodia de ese dolor que deja toda pérdida–. Váyase a casa –dice Cash–. La acabaremos Vernon y yo.

Padre les mira. Las mangas del impermeable de Jewel le están demasiado cortas. La lluvia se desliza por la cara, lenta como glicerina fría.

–Ella no tiene la culpa de que esté calado hasta los huesos –dice.

Vuelve a ponerse en movimiento, se agacha para mover las tablas, las levanta y las vuelve a dejar en el suelo con cuidado, como si fueran de cristal. Va hasta el farol y estira el impermeable que hace de techumbre y lo hace caer de los palos y Cash se acerca y lo vuelve a poner como estaba.

–Métase en casa –dice Cash.

Lleva a padre hasta casa y vuelve con el impermeable y lo dobla y lo pone bajo la techumbre del farol. Vernon no ha dejado de trabajar. Alza la vista sin dejar de serrar.

–Tendrías que haberlo hecho desde el principio –dice–. Sabías que iba a llover.

–Es que tiene fiebre –dice Cash.  Mira la tabla.

–¡Sí! –dice Vernon–. Habrías venido, de todas formas.

Cash entrecierra los ojos y mira la tabla. La lluvia -uniforme, fluctuante, cuantiosa- golpea sobre el ancho de ella.

–Voy a hacerle los biseles –dice.

–Entonces tardarás más –dice Vernon.

Cash pone la tabla de canto con el rutinario y minucioso cuidado de un joyero. La señora Tull sale al borde del porche y llama a Vernon.

–¿Os falta mucho? –dice.

Vernon no levanta la mirada.

–No mucho. Un poco

Volviendo al tema de las traducciones y su importancia, pongo a continuación estos mismos párrafos, pero procedentes de la edición realizada por Seix Barral en 1983 para su colección Obras maestras de la literatura contemporánea, según he podido descargarme de internet, y donde, desgraciadamente, no figura el traductor.

Padre se le queda mirando; su cara chorrea agua lentamente, igual que si sobre una cara que
esculpiera un artista salvaje e irónico fluyera la caricatura monstruosa de la aflicción.

–Métase dentro –le dice Cash–. Yo y Vernon la terminaremos.

Padre se les queda mirando. Las mangas del abrigo de Dewey le resultan demasiado cortas. La  lluvia desciende por su rostro lentamente, como si fuera glicerina fría.

–No voy a escatimarla el mojarme –dice.

Otra vez se pone en movimiento y empieza a remover los tableros; recoge algunos y acaba por
depositarios luego cuidadosamente, como si fueran de cristal. Se acerca al farol y estira el
impermeable que lo protege, hasta que lo derriba; y Cash va y se lo echa encima.

–Métase en casa –le dice Cash.

Lleva a padre a casa y regresa con el impermeable y lo extiende sobre el cobijo del farol.
Vernon no ha dejado de trabajar. Mientras sierra, alza la vista.

–Eso debieras haberlo hecho desde un principio –le dice–. Ya sabías que iba a llover.

–Es que tiene fiebre –dice Cash.

Y se queda mirando al tablero.

–¡Ah, sí! –dice Vernon–. De todas formas, se habría empeñado en estar aquí.

Cash enfila el tablero con la mirada. En el largo corte del tablero la lluvia repica enérgica,
abundante, batalladora.

–Lo voy a cortar a bisel –dice.

–Eso te llevará más tiempo –le dice Vernon.

Cash coloca el tablero de canto; por un momento Vernon se le queda mirando; luego le entrega
el cepillo.

Vernon sostiene firme el tablero, mientras que Cash bisela el borde con el cuidado aburrido y
minucioso de un joyero. Mister Tull sale al porche y llama a Vernon.

–¿Lleváis ya mucho hecho? –le dice.

Vernon no alza la vista.

–No mucho; pero algo

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