sábado, 25 de septiembre de 2010

LAUSANA de Antonio Soler

1ª Edicion, 2010
Editorial: Mondadori
Páginas: 201

Esta novela de Antonio Soler fue publicada en marzo de este año, 2010.

Una mujer viaja de Ginebra a Lausana para visitar a su hijo. Al otro lado de la ventanilla del tren, los recuerdos de su vida se deslizan inexorablemente por la superficie del lago. A pesar del paso del tiempo, algunos recuerdos conservan intacta su capacidad de dañar. Como el instante en que comenzamos a perder a la persona que queremos. O el día heroico y ridículo en que decidimos guardar silencio y resistir, esperando que suceda algo milagroso que nos impida convertirnos en espectadores de nuestra propia existencia. La protagonista nos llevara a conocer los traumas, temores y frustraciones que han pasado por su vida. Los secretos más íntimos del matrimonio se van desmenuzando mezclados con las historias y las conversaciones de las personas que le rodean en el trayecto.

LEIDO por.... Andrés:

Escuchaba a Ignacio Izquierdo, periodista, en las tertulias de RNE y por conocer algo más de él, leí su blog Alta velocidad, y en su entrada Lecturas veraniegas nos recomendaba además del lúcido y desesperanzado ensayo La agonía de Francia, de nuestro conocido Manuel Chaves Nogales, esta novela, de la que decía: “Una pequeña obra maestra. El virtuoso del lenguaje consigue un relato intenso y tremendamente emocionante

Y con esta estupenda novela, completo el trio de libros leídos aprovechando mi estancia en el hospital, para un ligero aligeramiento vesicular, compensado con su disfrute los inconvenientes que ese tipo de vacaciones siempre ocasiona.

Había leído de Soler El camino de los ingleses, pero no recordaba nada de ella, así que podríamos decir que era como mi primera aproximación a su escritura. Y la verdad es que me ha deslumbrado.

Literatura de la buena.

La protagonista, “Discreta. Casi elegante. Casi distinguida. Rechoncha, vieja, muerta”, nos narra su vida, mezclando el presente, su viaje en el tren hacia Lausana, y el pasado, obligandonos a deslizar por los avatares de su vida, rememorándolos de manera despiadada, mientras nos disecciona sus sentimientos, hasta los más sórdidos, su amor a su marido infiel y su particular lucha por recuperarlo, mostrando la mente de una mujer de una forma que a mi me parece asombrosa, por tratarse de un escritor. Cruel a veces, “Aquellas tardes de domingo amamantando al niño, esa cosa siniestra, ese líquido saliendo de mí. Leche, como si yo fuese una tienda de ultramarinos, una fábrica de alimentación”, sintiéndose “estar completamente loca”, pero sin querer “darle pistas a la locura”, que descubre la infidelidad de su marido con una amiga, pero que se muestra convencida de “que lo mejor era guardar silencio. Esperar”, Yo resistía. Resistía como un ejercito debajo de los escombros, de las bombas y de sus propios muertos.” y dispuesta a no desfallecer para recuperar a su marido, el Fresador Vila”.

Con imágenes acertadísimas, a mi entender:
  • El sol, colándose entre una barrera de edificios, mi abofetea dulce y repetidamente
  • Yendo por los recuerdos como un pedigüeño
  • unos labios rojos y anchos, como un filete mal cortado
  • El nombre de la mujer es un caramelo de miel en su boca
  • Muy pronto Jesús se morirá y yo vendré en este tren recordando su muerte, y me acordaré de que un día, mientras yo viajaba por estos mismos raíles, él miraba el lago, esta luz, y yo pensaba en su muerte, en el futuro, en ese día que entonces será presente.” (jugando con el futuro y el presente)
y aderezado con un humor muy ácido:
  • El revisor sigue su camino de marinero borracho. Se le ha quedado una especie de sonrisa bajo el telón rojizo y rubio del bigote, una mueca que, según la lentitud de sus movimientos, al menos le durará dos o tres vagones más. La Morsa Voladora. Dan ganas de echarle una sardina y que la coja al vuelo.
  • me ponía de rodillas con los brazos en cruz, dispuesta a recibir aquella santidad que venía tamizada desde el cielo a través de esos rayos ligeramente algodonosos y un poco parpadeantes. La Albondiguilla Beata.
  • Un ejercito de ocupación en toda regla. Mi querida nuera. El Imperio Astrohúngaro.
  • El Halterofílico levantador de maletas tiene perfil porcino. Un hocico en toda regla al que los reflejos del lago le dan un esplendor luminoso, aristocrático.
  • la mujer de las tetas corregidas y aumentadas
Altamente recomendable.

Mi cachico:

Lo tenía entre mis manos, flotando en el agua, y al principio quizá fuera un juego. Bajar mis manos hasta el fondo, dejar que su cuerpo se hundiera. Lo solté, vi cómo se hundía.

Aquella felicidad, toda la felicidad tendría que provenir a partir de ese momento de aquel niño, de ese instante que estaba viviendo, de esa plenitud que de pronto se me resquebrajó, igual que si hubieran pasado doscientos años y todo a mi alrededor hubiese sido pasto del tiempo. Moho, cascotes, óxido, abandono. Hombres andando por un túnel muy largo. Él, ese niño, era uno de los hombres perdidos en aquel pasadizo de hormigón sucio y húmedo. Lo miré a los ojos y creo que pensé vagamente en el fin del mundo. Todo tenía que provenir de allí, de ese ser minúsculo. La vida y su final. Tener un hijo era firmar una sentencia de muerte.

La habitación se hundió, se escaparon hacia arriba todos los azulejos, el espejo, la luz. Yo caí por el hueco de un ascensor. Sin moverme. Sin apartar la vista de aquellos ojos. Eran las paredes que subían. Un rumor que venía de otra habitación, de otro lugar, fuera de la casa. Oí el flujo de mi sangre al subir y bajarme por el cuello, la respiración del agua, quieta en las tuberías. El niño ya estaba bajo el agua y yo escuchaba cómo el vapor se depositaba en el espejo, en los bordes de la bañera, en mi piel y en las toallas. Braceaba, movía las piernas, quién era ese niño, esa cosa que yo acababa de sostener entre mis manos y que ya tenía nombre y vivía de modo independiente.

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