martes, 19 de octubre de 2010

EL GUITARRISTA de Luis Landero

4ª edición: abril 2002
Tusquet Editores
322 pag.

Esta novela de Luis Landero se publicó en el 2002.

Emilio, un adolescente obligado a trabajar por las mañanas como aprendiz de mecánico en un lóbrego taller y a estudiar por las tardes en una academia, vive esos años decisivos como 'un laberinto de instantes, de promesas' en sus encuentros con los tipos a los que su madre alquila una habitación. Pero, un día, aparece su primo Raimundo, que vuelve de París y le cuenta sus éxitos como guitarrista de flamenco. Emilio se deja arrastrar por el señuelo de la vida bohemia que éste le promete y aprende a tocar la guitarra con la esperanza, que no la convicción, de escapar del taller y las clases.

El escritor no oculta que sus propias experiencia personales le han servido para este libro. Luis Landero trabajó de joven en un taller, experto en tocar la guitarra española y que en la década de los 70 emigró a París como otros muchos españoles en esa época. Pero Landero desmiente que se trate de una autobiografía aunque esté relatada en primera persona.

El escritor esperaba sobre todo que este libro tubiera una buena acogida entre el público, sobre todo porque él disfruta escribiendo. `Escribir es un pasión que se basta a sí misma, escribir una buena frase, un buen folio, un buen libro, es un placer que no tiene precio` interpreta Landero y así lo ha querido dejar patente en esta obra.

LEIDO por.... Andrés:

Como es mi constumbre en las estancias en casa de mis hijos, busqué, entre los libros de mi casa de acogida de Munich, que leer. Tenía varias posibilidades, no muchas, pero algunas interesantes. Me decidí por releer este libro de Landero. Lo leí en el 2002 y no recordaba nada de el, salvo la vaga sensación de que Landero siempre me ha gustado.

Y no me ha defraudado su lectura. La vida del joven desorientado que se mueve a impulsos, no siempre suyos, cosida las palabras con precisas puntadas, en un ejemplo de buena literatura.

Acompañamos a Emilio en su vida en Madrid, para él esteril; cuyos días se iniciaban con el “«¡Émil, Émil!¡Vamos, arriba, que ya vas con retraso!»”, con que su madre le urgía a “empezar una nueva jornada que era siempre la misma”, o así lo sentía él.

Le acompañamos en su apredizaje de la vida. En su vida de artista, como guitarrista flamenco, guiado por su primo Raimundo, guitarrista flamenco tardío y artista imaginario.

Es su aproximación a la vida de escritor, con el Sr, Rodo, huesped de su madre, que le transmitirá todas las dudas y miedos del que se inicia en la escritura. Uno de los huéspedes de su madre: “
Otra de esas vidas con las que compartí un trecho del camino, y que me dejjó como legado su silueta en el fondo ya gris de la memoria, y una verión de su propio pasado, contada acaso como un náufrago que, en sus instantes últimos, traza un signo con la esperanza de que alguien lo descrifre en el futuro y le sirva de lección y de aviso.”. De los que imagina, sin rencor, amorios con su madre.

Y sobre todo, el aprendizaje del amor, de la mano de Adriana, la esposa de su jefe del taller de mecánica donde pudre sus manos, que le enseña lo que es un amor sin medida.

Tres ideas acompañan al protagonista a la largo de la historia:


  • Hay que afrontar la vida con valentía: ”no hay nada peor en el mundo que vivir con miedo
  • El ideal del artista: “Nomadas siempre, hasta la muerte
  • La enseñanza pesimista de Schopenhauer: “La vida es un negocio que ni siquiera cubre gastos
Menos mal que, al final, siempre nos quedará... París.

Mi cachico:

Intenté buscar en el pasado algún momento de clarividencia en que hubiera presentido el descubrimiento que acababa de hacer. Pero era inútil, porque yo nunca había conocido de cerca a un escritor, y ni siquiera me había imaginado la posibilidad real de aquel oficio. ¿Cómo sería exactamente aquello de ser escritor? No sabía por dónde empezar a imaginármelo. Evoqué la soledad de la noche, la hondura del silenciao, una mano pensativa en la frente, el vago aroma de aventura y de riesgo que acaso entrañaba aquella actividad. Pensé en Raimungo. También él sentía la llamada del arte y de la inspiración, pero lo suyo era otra cosa. Lo suyo tenía formas concretas y podía verse y comprenderse en su mera apariencia: la guitarra, la voz, el ritmo, el público, la propia imagen del artista, los aplausos, el vivir nómada y bohemio, el ir y venir graciosamente por el mundo. Pero eso de juntar palabras en la soledad, una noche tras otra, era algo que escapaba a los hábitos de mi fantasía. ¿De dónde y cómo vendría la inspiración? ¿Qué forma adquiriría la soledad en tal altos instantes? ¿De qué porción del alma se alimentaría un afán como aquél?

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