sábado, 22 de septiembre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie primera: 1. Trafalgar, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 150
 

Esta novela, la primera de la serie primera de los Episodios Nacionales, la publicó Benito Pérez Galdós en 1873 

Trafalgar funciona como preámbulo narrativo de la colección, pues en el episodio siguiente, La corte de Carlos IV, es cuando comienza a introducirse el autor en los preliminares de la guerra entre los españoles y los franceses. Los motivos fundamentales y recurrentes en la primera serie, que ya aparecen en este episodio, son la patria, el heroísmo y el pueblo. 

Narra la historia del joven gaditano Gabriel de Araceli, que a los 14 años se ve envuelto en la batalla de Trafalgar como criado de un viejo oficial de la Armada en la reserva.

Comienza así:

Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo, diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe de nuestra marina

LEIDO por.... Andrés:


Ya había leído esta primera serie, pero tenía ganas de emprenderla otra vez con Galdós y ¡que mejor que los Episodios Nacionales! Quizá lo mejor de Galdós, según muchos de los entendidos. Desde luego con mucho tiempo por delante. Aunque tengo la intención de leer los 56 libros, ya veremos si los cantos de sirena no me retiran de mi ruta.

Nos encontramos con un magnífico libro de aventuras, un predecesor de magníficos escritores, como puede ser
Arturo Pérez-Reverte. Las escasas páginas nos hacen devorar el libro y quedarnos con ganas, lo cual es bueno, teniendo en cuenta cuanto nos queda de nuestra travesía.
 Battle of Trafalgar, 21 October 1805, de Stanfield

Las descripciones de las luchas son extraordinarias, con un realismo que sorprende. Voy leyendo y sin darme cuenta he devorado páginas sin ser consciente de mi futura entrada en el blog, sin tomar ninguna nota, inmerso en la narración.

Ya desde este primer libro vamos a encontrar el tono de épica que bañará toda esta serie y que
Galdós domina como un consumado maestro.

Pienso que es un libro que bien podría leerse en los colegios e institutos, como forma de enganchar a los jóvenes en la lectura. Es difícil que no se lea con gusto en esas edades.
Trafalgar, de Auguste Mayer

Galdós parece de ahora cuando dice:
Pero la moda era entonces tan tirana como ahora, y aun en aquel tiempo imponía de un modo apremiante sus enfadosas ridiculeces
Un hombre tonto no es capaz de hacer en ningún momento de su vida los disparates que hacen a veces las naciones, dirigidas por centenares de hombres de talento” (aquí se equivoca, debería haber dicho «hombres que parecen de talento»)

No deja demasiado bien a los franceses en esta batalla:

la escuadra de vanguardia quedó aislada del combate y se alejó considerablemente del centro de la batalla aún a pesar de las explícitas órdenes generales que dictaban que «si un capitán no está en el fuego, diríjase al fuego»
 

Un estudio del desarrollo histórico de la batalla, con buenos gráficos, lo encontramos aquí:


Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
cencerros tapados  (lo encontramos también en Historia verdadera de la conquista de Nueva España, de Bernal Diaz del Castillo,)
demostrándome una vez más la elasticidad de mis orejas y la ligereza de sus manos
 

Palabras recuperadas (encontrar tantas palabras, que para mí eran de uso normal, en un libro de 1876, me sorprende bastante, pero no se si es mayor la congoja al pensar que hablo como en el siglo XIX) :
batahola
cuchipanda
zascandil
mamarracho


Mi cachico:

Mis temores no fueron vanos, pues aún no estaba fuera la mitad de la tripulación cuando un sordo rumor de alarma y pavor resonó en nuestro navío.

«¡Que nos vamos a pique!… ¡a las lanchas, a las lanchas!», exclamaron algunos, mientras dominados todos por el instinto de conservación, corrían hacia la borda, buscando con ávidos ojos las lanchas que volvían. Se abandonó todo trabajo; no se pensó más en los heridos, y muchos de éstos, sacados ya sobre cubierta, se arrastraban por ella con delirante extravío, buscando un portalón por donde arrojarse al mar. Por las escotillas salía un lastimero clamor, que aún parece resonar en mi cerebro, helando la sangre en mis venas y erizando mis cabellos. Eran los heridos que quedaban en la primera batería, los cuales, sintiéndose anegados por el agua, que ya invadía aquel sitio, clamaban pidiendo socorro no sé si a Dios o a los hombres.

A éstos se lo pedían en vano, porque no pensaban sino en la propia salvación. Se arrojaron precipitadamente a las lanchas, y esta confusión en la lobreguez de la noche, entorpecía el trasbordo. Un solo hombre, impasible ante tan gran peligro, permanecía en el alcázar sin atender a lo que pasaba a su alrededor, y se paseaba preocupado y meditabundo, como si aquellas tablas donde ponía su pie no estuvieran solicitadas por el inmenso abismo. Era mi amo.




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