martes, 25 de septiembre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie primera: 8. Cádiz, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 191

Esta novela, la octava de la primera serie de los Episodios Nacionales, la publicó Benito Pérez Galdós en 1874

En 1810 los franceses han impuesto su superioridad militar dentro de la península y solamente las ciudades de Cádiz y la Isla de León continúan libres. Por ello la Junta Central convoca en ellas a las Cortes. Este hecho histórico servirá a Pérez Galdós para esbozar en este episodio uno de los conflictos fundamentales de toda su obra: la oposición entre liberales y absolutistas.
 
Además, el autor retoma en Cádiz la trama amorosa entre Gabriel de Araceli e Inés. Gabriel duda, por primera vez, de que Inés lo siga queriendo, porque aparece de manera inesperada un nuevo rival: lord Gray. A este personaje sólo le conmueven las pasiones violentas y descontroladas, encarnando así al héroe maldito del romanticismo.

Comienza así: 
 

En una mañana del mes de Febrero de 1810 tuve que salir de la Isla, donde estaba de guarnición, para ir a Cádiz, obedeciendo a un aviso tan discreto como breve que cierta dama tuvo la bondad de enviarme.

LEIDO por.... Andrés:

Nuestro protagonista vuelve a  su Cadiz, donde “el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desdicha de estar separado de Cádiz“ y donde empezó está primera serie. Aquí nos encontraremos con viejos conocidos, algunos del propio Cadiz como Doña Flora de Cisniega, en cuya casa residió Gabriel, y otros de Madrid como la condesa Amaranta, D. Diego, el conde de Rumblar, “cétera”, “cétera”.

Viviendo los entresijos de una intriga romántica, asistimos a la gestación de la Constitución de 1812, con sus intrigas y luchas, que
Galdós no presenta de manera marginal pero con mucha sorna. Quitando solemnidad a los actos, al mostrárnoslos  a través de las descripciones de otros personajes no principales del acto. Veremos el enfrentamiento entre nuestro portagonista Gabriel:
Un buen muchacho y nada más. Excelente corazón, despejo natural, y aquí paz y después gloria. En punto a posición oficialito del ejército... bien ganado, eso sí... pero ¿qué vale eso? Figura... no mala; conversación, tolerable; nacimiento humildísimo, aunque bien pudieras figurarlo como de los más alcurniados y coruscantes. Valor, no lo negaré; al contrario, creo que lo tienes en alto grado, pero sin brillo ni lucimiento. Literatura, escasa... cortesía, buena...
 y Lord Gray:
Este tenía la más hermosa figura de hombre que he visto en mi vida. Era de alta estatura, con el color blanquísimo pero tostado que abunda en los marinos y viajeros del Norte. El cabello rubio, desordenadamente peinado y suelto según el gusto de la época, le caía en bucles sobre el cuello. Su edad no parecía exceder de treinta o treinta y tres años. Era grave y triste pero sin la pesadez acartonada y tardanza de modales que suelen ser comunes en la gente inglesa. Su rostro estaba bronceado, mejor dicho, dorado por el sol, desde la mitad de la frente hasta el cuello, conservando en la huella del sombrero y en la garganta una blancura como la de la más pura y delicada cera. Esmeradamente limpia de pelo la cara, su barba era como la de una mujer, y sus facciones realzadas por la luz del Mediodía dábanle el aspecto de una hermosa estatua de cincelado oro. Yo he visto en alguna parte un busto del Dios Brahma, que muchos años después me hizo recordar a lord Gray.


 

Aderezado con el humor que caracteriza al autor:
  • -Lo que es por mí... cuando Lombrijón quiera el pasaporte para la secula culorum, se lo daré.
  • parece van pidiendo para la Archicofradía de los Clavos y Sagradas Espinas de Hermanas Siervitas con voto de pobreza
  • Para que nada faltase y fuese Cádiz en tales días compendio de la nacionalidad española, puso allí sus reales hasta la hermandad de pan y piojos, que tanto ha figurado en nuestra historia social, y tanto, tantísimo ha dado que hablar a propios y extranjeros
  • El ayo salió determinando fuertes corrientes atmosféricas con la violencia de sus suspiros.

De todos es conocida la famosa copla:

"Con las bombas que tiran
 los fanfarrones,
hacen las gaditan
tirabuzones"

Galdós pasa a explicárnos su origen:
Ocurrió esto el día de la bomba. ¿Saben ustedes lo que quiero decir? Pues me refiero a un día memorable porque en él cayó sobre Cádiz y junto a la torre de Tavira la primera bomba que arrojaron contra la plaza los franceses. Ha de saberse que aquel proyectil, como los que le siguieron en el mismo mes tuvo la singular gracia de no reventar; así es que lo que venía a producir dolor; llanto y muertes, produjo risas y burlas. Los muchachos sacaron de la bomba el plomo que contenía y se lo repartían llevándolo a todos lados de la ciudad. Entonces usaban las mujeres un peinado en forma de saca-corchos, cuyas ensortijadas guedejas se sostenían con plomo, y de esta moda y de las bombas francesas que proveían a las muchachas de un artículo de tocador, nació el famosísimo cantar
 

Y un poco de historia de la Constitución de Cadiz de 1812:

Juramento de las Cortes de Cádiz en la Iglesia Mayor Parroquial de San Fernando (San Fernando fue denominada hasta el año 1813 como Villa de la Real Isla de León y llamada coloquialmente como La Isla) el 24 de septiembre de 1810.
 
Juramento de las Cortes de Cádiz, de José María Casado del Alisal

A continuación se trasladaron al teatro cómico de la ciudad (más tarde conocido como Real Teatro de Las Cortes) donde se estuvo trabajando sobre la futura constitución hasta el 20 de febrero de 1811, trasladándose posteriormente a Cádiz,

La Constitución española de 1812,1 conocida popularmente como la Pepa, fue promulgada por las Cortes Generales de España, reunidas extraordinariamente en Cádiz, el 19 de marzo de 1812

 
  La promulgación de la Constitución de 1812, de Salvador Viniegra

Palabras recuperadas
chiquilicuatro
de tres al cuarto
aquí paz y después gloria
mercachifle
bolo (Hombre ignorante o de escasa habilidad)
basca

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
preopinante


Mi cachico:

En las mil alternativas y vicisitudes de mi vida, bajé, subí, caí y levanteme; creí tocar con mis manos fatigadas el fondo de aquel mar de la borrascosa desventura, donde transcurrió mi niñez, y fuerzas ignoradas me sacaron de nuevo a la superficie; luché y padecí, deseé la muerte y amé la vida; grandes vaivenes y sacudidas experimenté; pero cuando subía, y bajaba, y luchaba, y vivía, y moría, jamás dejé de percibir aquella luz, encendida ante la desgracia, lejana estrella a quien consideraba como expresión de lo divino y sobrenatural que hay en la existencia. Pero ya la luz se había apagado, y volviendo los ojos en derredor, yo no veía sino espantosas oscuridades. Lo que yo creía perfecto ya no lo era; lo que yo juzgué mío, tampoco era mío, y pensando en esto no cesaba de exclamar:
 
-Mataré a ese condenado lord Gray. Ahora comprendo la satisfacción de matar a un hombre.
 
Turbado por los celos, mi corazón, que hasta entonces había como florecido, despidiendo un sentimiento apacible y contemplativo cual el de la religión, ardía ahora con apasionado centelleo, y lo que había amado, por extraordinaria contradicción más digno de ser amado le parecía. Sentía ansia de destrucción, y mi amor propio, mi orgullo herido clamaban al cielo, haciendo a toda la creación solidaria de mi agravio. Yo creía que el universo entero estaba ofendido, y que cielo y tierra respiraban anhelo de venganza. Crucé varias calles, repitiendo:
 
-Mataré a ese inglés, le mataré.

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