domingo, 23 de septiembre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie primera: 6. Zaragoza, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 207

Esta, la sexta de la primera serie de los Episodios Nacionales, novela la publicó Benito Pérez Galdós en 1874.


A pesar del humor que provocan ciertas expresiones de los personajes, Zaragoza es uno de los Episodios Nacionales más descarnados, donde la guerra arrasa con cualquier esperanza.
 

La enorme resistencia de la ciudad aragonesa impresionó a los ejércitos napoleónicos, que se replegaron al conocer la noticia de su derrota en Bailén, pero que después regresarían para un segundo y definitivo ataque.

La batalla dejará una triste realidad: una ciudad totalmente destruida. Zaragoza se convertirá en un lugar fantasmagórico e infecto, donde incluso a los invasores les asusta entrar. A su paso, solamente encuentran ruinas y seres mutilados, que los observan en silencio. Son “padres sin hijos, hermanos sin hermanos, maridos sin mujer”. 


Comienza así:
 

Me parece que fue al anochecer del 18 cuando avistamos a Zaragoza. Entrando por la puerta de Sancho, oímos que daba las diez el reloj de la Torre Nueva. ”
" ¿Ves aquella torre que se inclina de un lado y
parece alongarse hacia acá para ver lo que
aquí pasa u oír lo que estamos diciendo?"

 LEÍDO por.... Andrés:

Por ahora, el mejor de todos. A pesar de que mi juicio esta influenciado por residir en Zaragoza,  creo que no ando muy descaminado.
 
 Los relatos de las acciones de los defensores de Zaragoza son impresionantes, de una crudeza tremenda. La lucha casa a casa, habitación a habitación y la guerra de minado de las casas se nos presenta con una realidad tremenda. Al tratarse del relato desde el punto de vista de los ocupantes de esa ciudad, sitiados por las tropas invasoras napoleónicas, es más un relato antibelicista que lo contrario, aunque la épica de la prosa de Galdós pueda llevar a engaño.
 
Asalto a Santa Engracia, de Baron Lejeune

Las escenas, según va avanzando el sitio, se van volviendo más crudas, y Galdós, con su prosa tan descriptiva, no nos escatima sufrimiento. Descripciones, por otro lado, bastante veraces de lo sucedido, como lo confirman los testimonios de los propios combatientes franceses:
  • « ! Que guerra ! ! Que hombres !. Un sitio en cada calle ; una mina bajo cada casa. ! Verse obligado a matar a tantos hombres, o mejor, a tantos furiosos !. Aquella guerra es horrible: se lo he escrito al emperador; la victoria da pena...» Mariscal Lannes; (Mariscal Frances sobre la ciudad de Zaragoza (España) presente en el segundo asedio)
  • El propio Mariscal Lannes escribía así su informe: «una muralla en cada calle, un parapeto en cada esquina, una mina en cada casa, ¡qué guerra!, inhumana y antirrazonable...» (LANNES, J. "Cartas al Jefe del Estado Mayor, Berthier").
  • El coronel Rogniat, segundo Jefe del Cuerpo de Ingenieros francés, hombre capacitado y serio: «... estas ruinas malditas se convertirán en nuestras tumbas, antes de que hayamos expulsado al último de esos fanáticos de su reducto final» (ROGNIAT, Barón de, "Relato de los sitios de Zaragoza y de Tortosa por los franceses").
  • El coronel Brandt, oficial polaco del Regimiento del Vistula: «... entrábamos en una habitación y se nos disparaba desde el techo o desde la pared inmediata, a quemarropa, a través de improvisadas aspilleras hechas por los defensores desde el cuarto de al lado...» (BRANDT, H. von, "Recuerdos de un militar polaco: escenas de la vida militar en España y en Rusia de 1808 a 1812").
  • El barón Lejeune, «... las andanadas convierten los parapetos en piezas como de encaje, por tantos agujeros... para desalojarlos hundimos el muro que nos separaba de la pieza contigua, aplastando así a los defensores resguardados detrás, y todo para descubrir entre medio del polvo una habitación similar, y así una y otra vez... al acometerlos, volvieron a repasar con gran velocidad el agujero abierto en la pared, y desde su primitivo refugio, nos tirotearon, sin dejarnos tan siquiera asomar ...» (LEJEUNE, BELMAS, BILLON y otros., cit. en RUDORFF, R. Los Sitios de Zaragoza 1808-1809: Guerra a muerte. Ed. Grijalbo, Barcelona,1977, y en GARCIA MERCADAL, J. Palafox, Duque de Zaragoza (1775-1847). Ed. Gran Capitán, Madrid, 1948).
 
 Defensa de la torre de San Agustin, de  Álvarez Dumont

Y aquí, unas "tapas" para anticipar la lectura:
  • el gran consumo de víveres traería pronto el hambre, ese terrible general que es siempre el vencedor de las plazas bloqueadas. Por esta misma causa del exceso de gente eran oportunas las salidas"
  • Sus carnes sólo se vestían de gloria"
  • les disputaban ferozmente un palmo de infierno"
  • Junto al Coso encontré un niño de ocho o diez años, que marchaba solo y llorando con el mayor desconsuelo. Le detuve, le pregunté por sus padres, y señaló un punto cercano, donde había gran número de muertos y heridos. Más tarde encontré al mismo niño en diversos puntos, siempre solo, siempre llorando, y nadie se cuidaba de él"
  • Entonces, aquel, creyendo que era extravío entrar en la casa y subir por la escalera, trepó por el montón de cuerpos y llegó al piso principal, una de cuyas ventanas le sirvió de puerta"

Defensa del pulpito de S. Agustin, de Álvarez Dumont

Defesores de Zaragoza, de Maurice Orange
Mi cachico:

Los franceses, desalojados del piso principal de la casa, habíanse retirado al de la contigua, donde continuaban defendiéndose. Cuando yo bajé, todo el interés de la batalla estaba en la cocina, disputada con mucho encarnizamiento; pero lo demás de la casa nos pertenecía. Muchos cadáveres de una y otra nación cubrían el ensangrentado suelo; algunos patriotas y soldados, rabiosos por no poder conquistar aquella cocina funesta, desde donde se les hacía tanto fuego, lanzáronse dentro de ella a la bayoneta, y aunque perecieron bastantes, este acto de arrojo decidió la cuestión, porque tras ellos fueron otros, y por fin todos los que cabían. Aterrados los imperiales con tan ruda embestida, buscaron salida precipitadamente por el laberinto que de pieza en pieza habían abierto. Persiguiéndolos por pasillos y aposentos, cuya serie inextricable volvería loco al mejor topógrafo, les rematábamos donde podíamos alcanzarles, y algunos de ellos se arrojaban desesperadamente a los patios. De este modo, después de reconquistada aquella casa, reconquistamos la vecina, obligándolos a contenerse en sus antiguas posiciones, que eran por aquella parte las dos casas primeras de la calle de Pabostre

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