sábado, 22 de septiembre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie primera: 2. La Corte de Carlos IV, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 216


 Esta novela, la segunda de la serie primera de los Episodios Nacionales, la publicó Benito Pérez Galdós en 1873

La obra describe el ambiente social y político de Madrid en 1807. Entonces la sociedad española denostaba a Godoy, dirigente principal del gobierno, que había ascendido desde una posición modesta gracias a la predilección de la reina y el consentimiento del monarca. 

La novela de Pérez Galdós describe simultáneamente las intrigas políticas de la corte madrileña y el no menos tumultuoso devenir de la tradición dramática. El narrador de la historia ejerce como criado de una actriz y trata también con algunos allegados a la corte. La trama es rica en intrigas cortesanas y deriva en un ambicioso desenlace durante la representación en la casa de unos nobles de una famosa tragedia de Shakespeare.

Comienza así:

Sin oficio ni beneficio, sin parientes ni habientes, vagaba por Madrid un servidor de ustedes, maldiciendo la hora menguada en que dejó su ciudad natal por esta inhospitalaria Corte, cuando acudió a las páginas del Diario para buscar ocupación honrosa.


LEÍDO por.... Andrés:

Después de las trepidantes aventuras en la batalla de Trafalgar, asistimos a los entresijos de la vida en el Madrid, fundamentalmente en el mundillo del teatro,  y las intrigas palaciegas  de 1807, cuando los prolegómenos de la invasión francesa estaban cociéndose. La fácil prosa hará que la leamos con agrado.



 La familia de Carlos IV, de Goya


Así mismo, van trenzándose las relaciones con personajes que tendrán relevancia en el futuro de la historia.
 
El humor de Galdós, aunque pueda parecer un poco sofisticado, me parece muy interesante:
No recuerdo su nombre, aunque sí su figura, que era la de un despreciable y mezquino ser constituido moral y físicamente como por limosna de la maternal Naturaleza

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:

Chaleco ombliguero
Cada cosa  a su tiempo y los nabos en Adviento

Palabras recuperadas:
gerifalte
petimetre
Llorar a moco
billete (nota, mensaje)
zascandil

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
dos cuartos de lo mismo (como la vida sube, ahora son tres)
Pies ¿para qué os quiero?


Mi cachico:

Observé a Máiquez que ya decía los primeros versos de la escena junto al lecho de la veneciana. Su rostro aparentaba una serenidad meditabunda. Cuando alzó las cortinas del lecho y dijo con voz calmosa:
 

No… tú no morirás… ¡cuánto realzan
su hermosura estas lúgubres antorchas!

un rumor confuso surgió del apiñado auditorio; lloraban casi todas las mujeres, y los hombres se esforzaban en sostener el decoro de la insensibilidad. Otelo acerca su rostro al de Edelmira y dice con extasiado amor:
 

¡Con qué pureza respirar la siento!
¿Qué poderoso hechizo es el que arrastra
mi persona a la suya con tal fuerza?

Edelmira despierta con sobresalto. Otelo disimula al principio; mas luego no oculta el objeto que le trae, y Edelmira aterrada y confusa, jura que es inocente. Nada convence al terrible moro, que mudando de improviso la expresión de su fisonomía, exclama con ferocidad y descompuestos ademanes: 
Mírame, ¿me conoces… me conoces?

El auditorio se estremeció de terror. Algunas señoras se desmayaron, y oyéronse voces acongojadas que decían: «Piedad, piedad para Edelmira… es inocente… ese infame Pésaro tiene la culpa… que traigan a Pésaro».

Isidoro sacó el papel y lo mostró con fiero ademán a Lesbia, quien lanzó un grito terrible sin decir los versos que correspondían en aquel momento. Otelo se acercó más a Edelmira, y Edelmira hizo un movimiento para saltar del lecho. Se le habían olvidado los versos; pero al fin, dominando un poco su turbación, recordó algo, y el diálogo siguió así:

EDELMIRA.— ¿Y qué quieres decirme?
OTELO.— Preparaos.
EDELMIRA.— ¿Pero a qué?
OTELO.— Este acero os lo señala.

Diciendo esto, Isidoro desenvainó la daga; en lugar de la hoja de madera plateada, vimos brillar en su mano una reluciente hoja de acero. La conmoción fue general entre bastidores. Lanzose Edelmira del lecho con precipitación y azoramiento, y recorrió la escena gritando como una loca: «¡Favor, favor… que me mata! ¡Al asesino!».

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