sábado, 22 de septiembre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie primera: 3. El 19 de marzo y el 2 de mayo, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 207

Esta novela, la tercera de la primera serie de los Episodios Nacionales, la publicó Benito Pérez Galdós en 1873

En las dos novelas anteriores Galdós había concentrado su atención en un único acontecimiento histórico, y sorprende que en ésta se recojan conjuntamente dos sucesos tan relevantes como el motín de Aranjuez (19 de marzo de 1808) y el levantamiento de Madrid contra los invasores franceses (2 de mayo de 1808).

El narrador, Gabriel de Araceli, continuará viviendo sorprendentes aventuras en Aranjuez y Madrid. A veces testigo, a veces participante en primera línea, este personaje sigue buscando su lugar en la inquieta e inestable sociedad de su tiempo. Dispuesto a acompañar a su novia Inés por todas partes, el joven protagonista se alarma mucho ante la aparición de los deshonestos hermanos Requejo.

Comienza así:
En marzo de 1808, y cuando habían transcurrido cuatro meses desde que empecé a trabajar en el oficio de cajista, ya componía con mediana destreza, y ganaba tres reales por ciento de líneas en la imprenta del Diario de Madrid.

LEIDO por.... Andrés:

Vuelve la acción y la guerra en esta novela, para despertarnos de la somnolencia de la anterior. Y una vez más, sobre todo en la segunda parte, participamos de la lucha heroica de los madrileños. 
Godoy, por Goya
El motín de Aranjuez. Caída y prisión de Godoy
Grabado del Patrimonio Nacional

Nuestras preferencias por ser funcionarios nos viene de lejos: “vino a mi mente una idea salvadora, la que desde aquellos tiempos principiaba a ser norte de la mitad, de la mayor parte de los españoles, es decir, de todos aquellos que no eran mayorazgos ni se sentían inclinados al claustro; la idea de adquirir una plaza en la administración
El dos de mayo o La carga de los mamelucos, de Goya

También se adelanta a los escaladores: alpargata, ese pie de gato

El humor, una vez más, merece ser reseñado:
  • la amenazadora lectura del poema, y firme en su propósito, desenvainó el manuscrito homicida
  • tenía en su cráneo entre un lobanillo y un chichón, la protuberancia (¿cómo lo diré…?) la protuberancia de la tenientividadentre uno y otro nos descerrajaron la cabeza con media docena de sonetos y otros proyectiles fundidos en sus cerebros
  • se subía al entresuelo por una escalera que presumo fue construida por algún sapientísimo maestro de gimnasia, pues no pueden ustedes figurarse las contorsiones, los dobleces, las planchas, las mil torturas a que tenía que someterse para subirla el frágil barro de nuestro cuerpo

Defensa del Parque de Artillería de Monteleón, de Sorolla

Las descripciones de Galdós, son asombrosas. De manera concisa, con humor, nos radiografía a los personajes:
  • Los dos lados de aquel hombre eran dos lados izquierdos, es decir, que todo él era torpe, inepto, vacilante, inhábil, pesado, brusco, embarazoso. No sé si me explico. Parecía que le estorbaban sus propias manos: al verle mirar de un lado para otro, creeríase que buscaba un rincón donde arrojar aquellos miembros inútiles, cubiertos con guantes sin medida, que quitaban la sensibilidad a los oprimidos dedos, hasta el punto de que su dueño no los conocía por suyos
  • Alta y flaca, con esa tez impasible y uniforme que parece un forro, de manos largas y feas, a quien el continuo escurrirse por entre telas había dado cierta flexibilidad; de pelo escaso, y tan lustrosamente aplastado sobre el casco, que más parecía pintura que cabello; con su nariz encarnadita y algo granulenta
  • hombre pequeño de cuerpo, si bien de alma grande

Los fusilamientos del tres de mayo, de Goya

Palabras recuperadas:
mentecato
ganso
pitiminí

Mi cachico:

Y al ver esto sentí un estruendo horroroso, después un zumbido dentro de la cabeza y un hervidero en todo el cuerpo; después un calor intenso, seguido de penetrante frío; después una sensación inexplicable, como si algo rozara por toda mi epidermis; después un vapor dentro del pecho, que subía invadiendo mi cabeza; después una debilidad incomprensible que me hacía el efecto de quedarme sin piernas; después una palpitación vivísima en el corazón; después un súbito detenimiento en el latido de esta víscera; después la pérdida de toda sensación en el cuerpo, y en el busto, y en el cuello, y en la boca; después la inconsciencia de tener cabeza, la absoluta reconcentración de todo yo en mi pensamiento; después unas como ondulaciones concéntricas en mi cerebro, parecidas a las que forma una piedra cayendo al mar; después un chisporroteo colosal que difundía por espacios mayores que cielo y tierra juntos la imagen de Inés en doscientos mil millones de luces; después oscuridad profunda, misteriosamente asociada a un agudísimo dolor en las sienes; después un vago reposo, una extinción rápida, un olvido creciente e invasor, y por último nada, absolutamente nada.

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