jueves, 27 de septiembre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie primera: 9. Juan Martín el Empecinado, de Benito Pérez Galdós


Edición: Libro electrónico
Páginas: 206

Esta novela, la novena de la primera serie de los Episodios Nacionales, la publicó Benito Pérez Galdós en 1874

El general Juan Martín Díez el Empecinado es retratado por Galdós como un héroe lleno de humanidad que protagoniza diálogos muy divertidos por su tosco vocabulario, pero es también un hombre valiente, fiero, noble y prudente, que despierta el respeto incluso de sus enemigos.
 
Persona de firmes convicciones liberales, terminó por enfrentarse al propio Fernando VII, al no respetar éste la Constitución de 1812, y fue desterrado a Portugal. Al intentar de nuevo penetrar en España fue capturado, torturado y exhibido en una jaula antes de ser condenado a la horca. Su perseverancia al defender sus ideales ha hecho que “empecinado” signifique hoy en día obstinación y que él sea recordado como uno de los más grandes defensores de la libertad en España.

Comienza así:
 
Anteriormente he contado a ustedes las hazañas de los ejércitos, las luchas de los políticos, la heroica conducta del pueblo dentro de las ciudades; pero esto, con ser tanto, tan vario y no poco interesante, aunque referido por mí, no basta al conocimiento de la gran guerra.

LEÍDO por.... Andrés:

Quizá Galdós, respondiendo a la demanda de Lord Gray: “¿Ha militado usted a las órdenes de algún guerrillero? ¿Conoce usted al Empecinado, a Mina, a Tabuenca, a Porlier? ¿Cómo son? ¿Cómo visten?”, decidió que nosotros también teníamos que conocerlos, por lo menos a uno y decidió presentarnos a Juan Martín, "a quien nombraban el Empecinado por ser tal mote común a los hijos de Castrillo de Duero, lugar dotado de un arroyo de aguas negruzcas, que llamaban pecina”.

Juan Martín, El Empecinado

En este nuevo libro vamos a encontrarnos, además de los consabidos malvados franceses, a guerrilleros buenos y traidores, una marquesa venida a menos y a su hija, al traidor padre, y hasta un niño guerillero.  Toda una amalgama de personajes que nos harán disfrutar una vez más.
 
Galdós nos da ahora lecciones del arte de la guerra irregular, y no malas, por cierto:
  • Pero la guerra de la Independencia, repito, fue la gran escuela del caudillaje, porque en ella se adiestraron hasta lo sumo los españoles en el arte para otros incomprensible de improvisar ejércitos y dominar por más o menos tiempo una comarca; cursaron la ciencia de la insurrección, y las maravillas de entonces las hemos llorado después con lágrimas de sangre.
  • Los guerrilleros constituyen nuestra esencia nacional. Ellos son nuestro cuerpo y nuestra alma, son el espíritu, el genio, la historia de España; ellos son todo, grandeza y miseria, un conjunto informe de cualidades contrarias, la dignidad dispuesta al heroísmo, la crueldad inclinada al pillaje”. “Su principal arma no es el trabuco ni el fusil, es el terreno; sí, el terreno, porque según la facilidad y la ciencia prodigiosa con que los guerrilleros se mueven en él, parece que se modifica a cada paso prestándose a sus maniobras.

 

Y he vuelto a disfrutar con su humor:
  • Ignoro si cometieron los soldados algún desafuero en cosas comprendidas dentro de jurisdicción distinta de la del estómago.” Sobre los desmanes de un saqueo
  • Era un hombre enteramente contrario a la idea que hacía formar de él su apellido; es decir, voluminoso, no menos pesado que un toro”, se llamaba Sardina.
  • los pies calzados con botas monumentales, de cuyo estado no podía formarse idea mientras no desapareciesen las sucesivas capas de fango terciario y cuaternario que en ellas habían depositado el tiempo y el país
  • Los circunstantes veían con alborozo el glotón rechupar del huérfano, y aplaudían en coro diciendo: -¡Cómo traga! ¡La va a dejar en los huesos! Es un fraile dominico que nunca acaba de llenar el buche.
  • En el infierno debe estar el que inventó la otografía, que no sirve más sino para que los estudiantes y los gramáticos se rían de los generales...
  • Puso sobre la mesa una rodaja de plata que solía marcar la hora
  • -Sr. Manco, dispóngase usted para el requieternam
  • pidió permiso para saludarnos un señor Sardina, que más que sardina parece tiburón
  • cuando sopla con fuerza el viento, parece que se oye el ruido de las piedras dando unas contra otras, y las almenas se mueven como dientes de vieja mal seguros en las gastadas encías
 Los desastres de la guerra: Con razón o sin ella, de Goya

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
corazón adamado
despechar (dejar de amamantar)

Palabras recuperadas
tragaldabas

Palabras o expresiones que me han sorprendido:

correr la tuna
balumba

Mi cachico:

Trijueque dio un resoplido, no menos fuerte que el de un mulo y se levantó. ¡Dios mío, qué hombre tan alto! Era un gigante, un coloso, la bestia heroica de la guerra, de fuerte espíritu y fortísimo cuerpo, de musculatura ciclópea, de energía salvaje, de brutal entereza, un pedazo de barro humano, con el cual Dios podía haber hecho el físico de cuatro almas delicadas; era el genio de la guerra en su forma abrupta y primitiva, una montaña animada, el hombre que esgrimió el canto rodado o el hacha de piedra en la época de los primeros odios de la historia; era la batalla personificada, la más exacta expresión humana del golpe brutal que hiende, abolla, rompe, pulveriza y destroza.

Para que fuera más singular y extraño aquel guerrillero, cuya facha no podía mirarse sin espanto, vestía la sotana que llevaba cuando echó las llaves de la parroquia el 3 de Junio en 1808, y de un grueso cinto de cuero sin curtir pendían dos pistolas y el largo sable. Abierta la sotana desde la cintura dejaba ver sus fornidas piernas, cubiertas de un calzón de ante en muy mal uso y los pies calzados con botas monumentales, de cuyo estado no podía formarse idea mientras no desapareciesen las sucesivas capas de fango terciario y cuaternario que en ellas habían depositado el tiempo y el país. Su sombrero era la gorra peluda y estrecha que usan los paletos de Tierra de Madrid, el cual se encajaba sobre el cráneo, adaptado a un pañuelo de color imposible de definir y que le daba varias vueltas de sien a sien

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