domingo, 23 de septiembre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie primera: 7. Gerona, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 191

Esta novela, la séptima de la primera serie de los Episodios Nacionales,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1874

En Gerona los protagonistas son los civiles, que intentan continuar sus vidas dentro de una ciudad sitiada cuyo gobernador, el general Mariano Álvarez de Castro, está decidido a no rendir bajo ningún concepto.
 
Pero a la fatiga y el desánimo se suma un enemigo igualmente temible: el hambre. La falta de comida obsesiona a los gerundenses y los convierte en enemigos entre sí. En este viaje hacia la pesadilla y la locura, las nauseabundas ratas, amontonadas entre las ruinas y perseguidas por los hambrientos, se convierten en extraños personajes de novela con nombres de figura histórica. Una enorme rata llamada Napoleón asomará codiciosa entre los desperdicios y nadie sabe lo que pasará entonces...

Comienza así:
 
En el invierno de 1809 a 1810 las cosas de España no podían andar peor. Lo de menos era que nos derrotaran en Ocaña a los cuatro meses de la casi indecisa victoria de Talavera: aún había algo más desastroso y lamentable, y era la tormenta de malas pasiones que bramaba en torno a la Junta central.
 

LEÍDO por.... Andrés:

Hubiera sido demasiado trasiego para nuestro protagonista el haberle llevado hasta Gerona para soportar otro asedio, éste más largo aún, así que Galdós recurrió a un antiguo conocido, Andresillo Marijuán, a quien situa en esa ciudad para que sufra los rigores de un largo sitio.

 El Gran dia de Girona, de Cesar Álvarez Dumont

Y si en Zaragoza, donde combatio Gabriel, Galdós puso énfasis en relatarnos la lucha, en esta ocación se centra en la vida de la población, en las penurias y carencias de ésta. Asistimos, así,  a la dureza de la supervivencia para la población civil:
  • los pobres perros, que bastante inteligentes para comprender su próxima suerte, buscaban refugio en lo más recóndito, y aún se atrevían a traspasar la muralla, corriendo a escape hacia el campo francés, donde eran acogidas con aplauso y algazara tales pruebas de nuestra penuria
  • A poco volvieron con una rata tan grande como de aquí a mañana… ¡Qué patas! ¡Qué rabo!
  • —¿Por qué llevas a cuestas el cuerpecito de tu hermano?  —¡Ay! Andrés, me mandaron que lo echara al hoyo que hay en la plaza del Vino; pero no quiero enterrarlo, y lo llevo conmigo. El pobre ya no llora ni chilla.
  • vi en distintas habitaciones hasta una docena de chicos de ocho a doce años, en quienes reconocí a los amigos que acompañaban a Badoret y Manalet en todas sus correrías; pero el estado de aquellos infelices niños era atrozmente lastimoso y desconsolador. Algunos de ellos yacían muertos sobre el suelo, otros se arrastraban por la biblioteca sin poderse tener, uno estaba comiéndose un libro, y otro saboreaba el esparto de una estera

El Sitio de Gerona, de Ferrer Dalmau

Sin dejar de hacer una nueva radiografía de la esencia española:
  • Sucedía en Sevilla una cosa que no sorprenderá a mis lectores, si, como creo, son españoles, y es que allí todos querían mandar
  • Un arma moral esgrimían entonces unos contra otros los políticos menudos, y era el acusarse mutuamente de malversadores de los caudales públicos 
¡No hemos cambiado demasiado!


 El gran dia de Gerona, de Ramón Martí Alsina

Y regalándonos son inapreciable humor:
hombre nulo en el arte de la guerra, y en cuya cabeza no cabían tres docenas de hombre

Gerona, de Ramón Martí Alsina




Terminando volvemos a encontrarnos en Cadiz, con una bella y vieja conocida nuestra.


Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
bozal muchedumbre (el pueblo)
 
Palabras recuperadas:
pasar la pena negra
barrabasada

Mi cachico:

Nomdedeu se rascó la cabeza, haciendo con boca y narices contracciones bastante feas; y tomando el animal [una gata] por el cuello me dijo:

—Andrés, no me incomodes. Siseta y los bergantes de sus hermanos pueden alimentarse con cualquier piltrafa que busquen en la calle; pero mi enferma necesita ciertos cuidados. Después de hoy viene mañana, y tras mañana pasado. Si ahora te doy media Pichota, ¿qué le daré a mi hija dentro de un par de días? Andrés, tengamos la fiesta en paz. Busca por ahí algo que echar a tus chiquillos, que ellos con roer un hueso quedarán satisfechos; pero haz el favor de no tocarme a Pichota.

De esta manera el corazón de aquel hombre bondadoso y sencillo se llenaba de egoísmo obedeciendo a la ley de las grandes calamidades públicas, en las cuales, como en los naufragios, el amigo no tiene amigo, ni se sabe lo que significan las palabras prójimo y semejante. Oyendo a D. Pablo, despertose en mí igual sentimiento egoísta de la vida, y vi en él un aborrecido partícipe de la tabla de salvación.

—Sr. Nomdedeu —exclamé con súbita cólera— he dicho que Pichota se partirá, y no hay más sino que se partirá.

El médico al oír este resuelto propósito, mirome con profunda aversión por algunos segundos. Sus labios temblaban sin articular palabra alguna: púsose pálido, y luego con un gesto repentino, me empujó hacia atrás fuertemente. Yo sentí que mi sangre abrasada corría hacia el cerebro, un repentino escalofrío que circuló por mi cuerpo me crispaba los nervios. Cerrando los puños, alargué las manos casi hasta tocar con ellas la cara de Nomdedeu, y grité:

—¿Con que no se parte Pichota? Pues mejor. Mejor, porque es toda para mí. ¿Qué tengo yo que ver con la señorita Josefina, ni con sus males ridículos? Dele usted telarañas.

Nomdedeu rechinó los dientes, y sin contestarme se fue derecho hacia el animal que yacía en tierra desangrándose. Hice yo igual movimiento; nuestras manos se chocaron, forcejeamos un breve instante, descargué sobre él mis puños, y Nomdedeu rodó por el suelo largo trecho, dejándome en completa posesión de la presa.

—¡Ladrón! —exclamó—. ¿Así me robas lo que es mío? Aguarda y verás.

Recogiendo la víctima, me dispuse a salir. Pero Nomdedeu corrió, mejor dicho, saltó como un gato hacia donde estaba la escopeta, y tomándola, me apuntó al pecho diciendo con trémula y ronca voz:

—Andrés, canalla: suéltala o te asesino.

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